En los últimos días, todo mal
humor parecía concentrarse en la clasificación para el Mundial. Algunos hasta
llegaron a sugerir un impacto electoral
negativo para el oficialismo en caso de que la Selección no alcanzara ese
objetivo. Difícil que un votante que apoya el Cambio -a pesar de la inflación no controlada, la desocupación creciente, la
pobreza palpable, el cinismo insultante, el endeudamiento patológico- deje
de hacerlo por un resultado deportivo. El que está a favor seguirá estándolo a
pesar de cualquier cosa, al igual que el que está en contra. La variable está
en los oscilantes; esos que, al no estar convencidos de nada se dejan
convencer de cualquier cosa; los que dicen no interesarse en la política
pero recitan con precisión las patrañas
que aprenden de la tele; esos que afirman no estar ni de un lado ni del
otro, aunque siempre dispuestos a elegir
el peor. Esos sí pueden mutar su posición por un partido, se pueden dejar
llevar por el artificial humor impuesto
desde los programas que consumen y hasta pueden llegar a disfrutar un cambio que los ha alcanzado
para empeorar su vida.
Sí,
se puede elegir otra vez a los
que han engañado al electorado en las presidenciales; sí, se puede poner el voto a los que ahora se cuidan de prometer lo
que no van a cumplir y se vanaglorian de
logros imprecisos que no han alcanzado. El tono de optimismo neutro que
satura los spots del oficialismo parece efectivo
para continuar embaucando al distraído. Que no se hayan construido escuelas
ni jardines de infantes no impide que esas
voces aseguren que han mejorado la educación. Que la comisión de delitos
haya crecido no los desalienta a afirmar
que combaten la inseguridad. Que haya cada vez más sin techo no los amilana a la hora de jurar que han mejorado el acceso a la vivienda. Que los jubilados
reciban menos medicamentos gratuitos y que la Reparación Histórica sea un
vergonzoso goteo no reprime los histriónicos besuqueos a
viejitos de colección. Con las bicisendas, los metrobuses y las cabinas
anti estrés logran inflar el globo de la Revolución de la Alegría, aunque sólo sea la restauración de la
tristeza.
Algunos dicen que no les gusta
la política y con eso se excusan para no
escuchar argumentos. Si de gustos se trata, otros no se interesan por el
fútbol, la moda o los chismes de la farándula, pero hay una diferencia: el desinterés por estos temas no afecta a
nadie; la indiferencia hacia la política, sí, porque los indiferentes también votan y lo que pongan en la urna afecta
a todos. La información a conciencia antes de las elecciones no es una
cuestión de gustos, sino de compromiso
ciudadano.
Lunáticos
experimentados
La estafa del Cambio ya ha dado
muchas señales y resulta incomprensible
que los estafados no las adviertan. O, si las perciben, la reacción es un
silencio casi cómplice. Si en los tiempos de Cristina hacían sonar sus
cacharros por cualquier cosa, ¿por qué
ahora sólo los utilizan para inventar magros festines con lo poco que pueden
comprar? Si antes se indignaban hasta la hidrofobia por las más ínfimas
denuncias de corrupción, ¿por qué las innegables
maniobras de enriquecimiento de los funcionarios actuales no les hacen siquiera
fruncir el ceño? Si se envolvieron de banderas argentinas para clamar por
instituciones que no estaban en peligro, ¿por qué ahora nada dicen de un presidente que utiliza los decretos
para nombrar miembros de la Corte o modificar leyes para beneficiar a sus familiares
y aliados? Si sentían miedo por los discursos de CFK, ¿por qué hoy no se aterran con las amenazas de Gendarmería o las listas
negras de Macri?
Si les resultó tan fácil ser
Nisman y conmoverse por la inverosímil hipótesis de homicidio, ¿por qué les cuesta tanto ser Santiago,
cuando la desaparición forzada es tan evidente? Y no sólo evitan la
identificación con el dolor de la familia Maldonado, sino que abrazan las más crueles versiones de los
medios y se suman a las campañas de
demonización que los operadores rentados vomitan en las redes. Y si antes
asumían como propia la causa de los quom, ahora
acompañan la aversión oficial hacia los mapuches, al punto de avalar la
salvaje persecución condenada por los organismos internacionales de DDHH.
Los que tomaron como cierta la
denuncia de Elisa Carrió sobre las armas de La Cámpora, ahora son capaces de votar por esa candidata que nada dice de los cincuenta
fusiles, veinte escopetas, carabinas con mira telescópica y pistolas de
distintos calibres encontradas en la
casa del apoderado de Cambiemos, Néstor Berardozzi. Los que antes padecían
picos de hipertensión por el incremento de los precios, ahora ni se inmutan porque Argentina ocupa el séptimo lugar en el
ranking de inflación elaborado por el FMI. Quienes se quejaban porque
Cristina interrumpía la telenovela con sus discursos, ahora disfrutan que los funcionarios aparezcan hasta en los dibujos
animados. Los que interpretaron como una burla el concepto ‘sensación de
inseguridad’, se dejan convencer por el jefe de Gabinete Macos Peña, que definió al Tarifazo como una percepción subjetiva, aunque el incremento de los servicios
se ubica entre el 600 y el mil por
ciento.
Unos años atrás se sumaban a
los reclamos de los jubilados vip por
el 82 por ciento pero ahora nada dicen
de los que se suicidan porque no alcanzan a cubrir sus necesidades. Y hasta
son capaces de interpretar como una operación K la muerte de Gustavo Souza porque PAMI suspendió los medicamentos que la Justicia ordenaba entregar.
Los que perdieron casi todo gracias a las políticas de Domingo Cavallo y todavía recuerdan haberlo insultado en
manifestaciones callejeras, ahora que lo ven bendecir las medidas de sus
aprendices y reivindicar la Argentina de Macri, no atinan a escuchar las ensordecedoras alarmas.
Paradojas de estos tiempos de
extrema confusión, de periodistas que pisotean
las verdades y jueces que actúan como pistoleros
a sueldo, de gerentes que juegan a gobernar y gobernados que se esfuerzan por creer, de un país que tiene para
todos expropiado por unos pocos que reparten cada vez menos. De un empresidente que quiere mandar a la luna
a los que se oponen al Cambio, mientras los que lo votan, de tan extraviados, parecen estar en ese satélite desde hace mucho
tiempo.
No lo tome tan a la tremenda, Gustavo, es difícil que el virrey pueda mandar a esa gente a la Luna, un cohete es algo muy, muy caro además de complicado y el metrobús para allá no llega.... va a quedar como bromita, fallido, sueño húmedo nomás, si total, los que deberían apreciar la porquería están babeándose frente al televisor, hace poquito, le cuento, el drama era el granizo en el parabrisas del auto de una cosa que labura ahí, drama nacional...
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