jueves, 5 de octubre de 2017

Sobredosis de paciencia



La ‘corrección política’ nos está pateando en contra o los que se dicen opositores a este modelo destructivo están más apocados que lo pertinente. Muchas críticas de las primeras figuras pero, a la hora de los bifes, se esconden bajo una mesa con el rabo entre las piernas. Hasta Margarita Stolbizer muestra los dientes ante la inminencia de una reforma laboral, aunque sabemos que después terminará levantando su mano para avalar un atroz cercenamiento de derechos. Eso sí –como su ocasional compañero de fórmula- se vanagloriará de haber incorporado algunas modificaciones insignificantes y usará eso como excusa cuando el dañoso resultado esté a la vista. No es la única que se disfraza de disidente para confundir a los electores. En campaña vale todo: desde simular oposición hasta garantizar la gobernabilidad de un Gran Equipo que ya no sabe qué hacer para que lo desalojemos.
Y esto no es exagerado: la enumeración de decisiones desastrosas enardecería al más calmo hasta provocar un cortocircuito en sus neuronas. Si los kirchneristas decidieran escribir una autocrítica de los doce años de gestión, tal vez alcanzarían el número de folios para un libro de unas 300 páginas. Si los PRO hicieran lo propio con estos casi dos años, superarían los diez tomos y más que autocrítica, sería una confesión. Porque toda autocrítica es el reconocimiento de los errores cometidos, pero estos ceócratas producen daño a conciencia. El principal objetivo de sus medidas –y esto se podrá corroborar sin demasiado esfuerzo- es enriquecer a los que tienen de sobra a costa de empobrecer a los que les falta de todo. Aunque mantengan los planes sociales y fomenten la asistencia caritativa, la transferencia regresiva de ingresos deteriora la vida de casi todos. Encima, festejan que haya menos pobres y que la inflación haya bajado, aunque ni siquiera susurran que las mejoras son respecto al infame año pasado. Y se burlan sin pudor cuando se alegran del incremento de la concurrencia a los comedores comunitarios que regentea la desclasada Margarita Barrientos.
Muchas burlas y abundantes provocaciones. Con un gesto de compasión ensayado mil veces, se lamentan porque el Cambio no ha llegado a todos; con una seriedad que ni ellos creen, juran que la culpa es del gradualismo con que aplicaron las recetas; con una sonrisa diseñada por expertos, prometen lo que saben que jamás terminará de llegar. A plena luz del día, blanquean sus chanchullos y trazan el plan de negocios con que piensan repartirse las riquezas del país. Sin miramientos, privatizan los derechos que no se atreven a eliminar y convierten el bienestar en una carrera de supervivencia. Con exagerado cinismo, escuchan, besan y abrazan a los que serán víctimas de un ‘sí, se puede’ que aún resuena como un canto de gloria para los hechizados, pero surge como un aullido amenazante de la boca de los saqueadores.
Una lista de terror
Pero las amenazas no sólo se relacionan con la economía: la protesta de un grupo de trabajadores despedidos o un beso entre dos mujeres pueden convertirse en delitos. El miedo a todo es lo que quieren despertar en los ciudadanos. La estricta disciplina impuesta a los sometidos y el castigo ejemplar para los que se rebelan. Mientras los triunviros de la CGT se debaten entre un paro general o continuar con la estrategia del diálogo como antesala de la traición, las importaciones de cualquier cosa siguen destruyendo puestos de trabajo. Mientras las tarifas de los servicios públicos y los combustibles se preparan para desequilibrar el presupuesto familiar después de octubre, los apologistas mediáticos siguen hablando de Cristina y la Pesada Herencia. Mientras los Gerentes de La Rosada SA escalan el podio del endeudamiento, los jueces cómplices contribuyen a la campaña con un circo judicial de tres pistas. Mientras el Gran Equipo privatiza la salud pública, la mortalidad infantil crece y las enfermedades que estaban en retirada avanzan sobre los más vulnerables.
Y Macri, cabecilla de esta banda, esgrime su hipócrita dedo acusador para inventar enemigos públicos. Con un cinismo indigerible, escupió que “hay una minoría de sindicalistas, empresarios, jueces, políticos y académicos que se creen que están por afuera de la ley". Justo él dice eso, que goza de una impunidad inusitada después de incrementar su patrimonio en complicidad con la dictadura, expandir sus empresas gracias a la patria contratista y ser perdonado por contrabandear autos por la Corte de los noventa. Justo él acusa, después de esquivar la vergüenza de ser un presidente evasor con fortunas en paraísos fiscales y decretar el blanqueo para familiares y amigos contra lo que dicta la ley.
Además de hipócrita, es creativo porque incluye en la lista de ilegales a los académicos que osan preguntar dónde está Santiago Maldonado. Quien no advierta que detrás de esta declaración de principios se camufla la intención de estigmatizar al que se opone, está demasiado consustanciado con esta impronta clasista o muy concentrado en la lista para los Reyes Magos. El que prometió “no perseguir al que piensa distinto” pasó a señalarlo en todos sus balbuceos, a desplazarlo de los pocos medios de comunicación que no son adictos al régimen, a marcarlo con la letra K para un destino de destierro.
La incoherencia entre lo prometido y lo realizado sólo puede comprenderse si se lo analiza como una perversa provocación. La permanencia de muchos de sus funcionarios a pesar de los desastres provocados es mucho más que tozudez o soberbia: que Sergio Bergman, Juan José Aranguren, Nicolás Dujovne o Carolina Stanley continúen en sus cargos sólo busca agotar la paciencia o abusar de la inusitada protección mediática. En medio del desprestigio que está conquistando Gendarmería, que Patricia Bullrich prometa que van a “trabajar para cuidar a los que nos cuidan”, además de provocar, encierra una confesión. Si cuidar a los ciudadanos es arrinconar a los militantes sociales, apalear desocupados, despojar a los originarios, desaparecer artesanos e invadir colegios y universidades, casi todos estamos en peligro. ¿Acaso cuidar a los ciudadanos incluye inventar una pericia para convertir un suicidio en un magnicidio? ¿O será que ese ‘nos’ es la expresión de una clase privilegiada que necesita protegerse de los marginados por sus angurrias?
Hasta los organismos internacionales de DDHH advierten los peligros represivos de la impronta PRO. Que la Cámara de Apelaciones y Control de Jujuy suspenda la prisión domiciliaria de Milagro Sala porque no respeta el principio de igualdad es una muestra de la bestialidad vengativa de este caso. Milagro está presa desde hace casi dos años por unos huevos que no tiró y por ayudar a los pobres a organizarse para vivir mejor. Sólo las fábulas tejidas desde los medios hegemónicos pueden justificar tamaña arbitrariedad.
Por todo esto y mucho más, el Cambio es incompatible con la democracia y el Estado de Derecho. Quizá sea exagerado homologar el gobierno de Macri con una dictadura, pero la tentación es inevitable. Si el genocida Alfredo Astiz reivindica el accionar amarillo, ¿qué más puede faltar? La única diferencia con los Tiempos Oscuros es que las urnas no están bien guardadas sino a disposición de los votantes para que expresen con libertad su decisión soberana o el resultado de una monstruosa manipulación de sus conciencias.

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