La ‘corrección
política’ nos está pateando en contra o los que se dicen opositores a este modelo destructivo están más apocados
que lo pertinente. Muchas críticas de las primeras figuras pero, a la hora de los bifes, se esconden bajo una mesa con el rabo entre las piernas. Hasta
Margarita Stolbizer muestra los dientes ante la inminencia de una reforma
laboral, aunque sabemos que después terminará
levantando su mano para avalar un atroz cercenamiento de derechos. Eso sí
–como su ocasional compañero de fórmula- se vanagloriará de haber incorporado algunas modificaciones insignificantes
y usará eso como excusa cuando el dañoso
resultado esté a la vista. No es la única que se disfraza de disidente para
confundir a los electores. En campaña vale todo: desde simular oposición hasta
garantizar la gobernabilidad de un Gran Equipo que ya no sabe qué hacer para que lo desalojemos.
Y esto no es
exagerado: la enumeración de decisiones desastrosas enardecería al más calmo hasta provocar un cortocircuito en sus
neuronas. Si los kirchneristas decidieran escribir
una autocrítica de los doce años de gestión, tal vez alcanzarían el número de folios para un libro de unas
300 páginas. Si los PRO hicieran lo propio con estos casi dos años, superarían los diez tomos y más que autocrítica,
sería una confesión. Porque toda
autocrítica es el reconocimiento de los errores cometidos, pero estos ceócratas producen daño a conciencia. El principal objetivo de sus
medidas –y esto se podrá corroborar sin demasiado esfuerzo- es enriquecer a los que tienen de sobra a
costa de empobrecer a los que les falta de todo. Aunque mantengan los
planes sociales y fomenten la asistencia caritativa, la transferencia regresiva de ingresos deteriora la vida de casi todos.
Encima, festejan que haya menos pobres y que la inflación haya bajado, aunque ni siquiera susurran que las mejoras son
respecto al infame año pasado. Y se burlan sin pudor cuando se alegran del incremento de la concurrencia a los
comedores comunitarios que regentea la desclasada Margarita Barrientos.
Muchas burlas y abundantes provocaciones. Con un gesto de compasión ensayado mil
veces, se lamentan porque el Cambio no
ha llegado a todos; con una seriedad que ni ellos creen, juran que la culpa es del gradualismo
con que aplicaron las recetas; con una sonrisa diseñada por expertos, prometen lo que saben que jamás terminará
de llegar. A plena luz del día, blanquean
sus chanchullos y trazan el plan de negocios con que piensan repartirse las riquezas del país. Sin
miramientos, privatizan los derechos que
no se atreven a eliminar y convierten el bienestar en una carrera de supervivencia. Con exagerado cinismo, escuchan,
besan y abrazan a los que serán víctimas de un ‘sí, se puede’ que aún resuena
como un canto de gloria para los
hechizados, pero surge como un aullido
amenazante de la boca de los saqueadores.
Una lista de terror
Pero las amenazas
no sólo se relacionan con la economía: la protesta de un grupo de trabajadores
despedidos o un beso entre dos mujeres pueden convertirse en delitos. El miedo a todo es lo que quieren despertar
en los ciudadanos. La estricta disciplina impuesta a los sometidos y el castigo ejemplar para los que se rebelan.
Mientras los triunviros de la CGT se debaten entre un paro general o continuar
con la estrategia del diálogo como
antesala de la traición, las importaciones de cualquier cosa siguen
destruyendo puestos de trabajo. Mientras las tarifas de los servicios públicos
y los combustibles se preparan para
desequilibrar el presupuesto familiar después de octubre, los apologistas
mediáticos siguen hablando de Cristina y la Pesada Herencia. Mientras los
Gerentes de La Rosada SA escalan el
podio del endeudamiento, los jueces cómplices contribuyen a la campaña con un circo judicial de tres pistas. Mientras
el Gran Equipo privatiza la salud pública, la
mortalidad infantil crece y las enfermedades que estaban en retirada avanzan
sobre los más vulnerables.
Y Macri,
cabecilla de esta banda, esgrime su
hipócrita dedo acusador para inventar enemigos públicos. Con un cinismo
indigerible, escupió que “hay una minoría de sindicalistas,
empresarios, jueces, políticos y académicos que se creen que están por
afuera de la ley". Justo
él dice eso, que goza de una impunidad inusitada después de incrementar
su patrimonio en complicidad con la dictadura, expandir sus empresas
gracias a la patria contratista y ser
perdonado por contrabandear autos por la Corte de los noventa. Justo él
acusa, después de esquivar la vergüenza de ser un presidente evasor con
fortunas en paraísos fiscales y decretar el blanqueo para familiares y
amigos contra lo que dicta la ley.
Además de hipócrita, es creativo
porque incluye en la lista de ilegales
a los académicos que osan preguntar dónde está Santiago Maldonado. Quien no
advierta que detrás de esta declaración
de principios se camufla la intención de estigmatizar al que se opone,
está demasiado consustanciado con esta impronta clasista o muy concentrado
en la lista para los Reyes Magos. El que prometió “no perseguir al que piensa distinto” pasó a señalarlo en todos
sus balbuceos, a desplazarlo de los pocos medios de comunicación que no son
adictos al régimen, a marcarlo con la letra K para un destino de destierro.
La incoherencia entre lo prometido y lo realizado sólo puede comprenderse
si se lo analiza como una perversa provocación. La permanencia de muchos
de sus funcionarios a pesar de los desastres provocados es mucho más que
tozudez o soberbia: que Sergio Bergman, Juan José Aranguren, Nicolás Dujovne o
Carolina Stanley continúen en sus cargos sólo busca agotar la paciencia o
abusar de la inusitada protección mediática. En medio del desprestigio que
está conquistando Gendarmería, que Patricia Bullrich prometa que van a “trabajar para cuidar a los que nos cuidan”,
además de provocar, encierra una confesión. Si cuidar a los
ciudadanos es arrinconar a los militantes sociales, apalear desocupados,
despojar a los originarios, desaparecer artesanos e invadir colegios y universidades,
casi todos estamos en peligro. ¿Acaso cuidar a los ciudadanos incluye
inventar una pericia para convertir un suicidio en un magnicidio? ¿O será
que ese ‘nos’ es la expresión de una clase privilegiada que necesita
protegerse de los marginados por sus angurrias?
Hasta los organismos internacionales de DDHH advierten los peligros
represivos de la impronta PRO. Que la Cámara de Apelaciones y Control de
Jujuy suspenda la prisión domiciliaria de Milagro Sala porque no respeta el principio de igualdad es una muestra
de la bestialidad vengativa de este caso. Milagro está presa desde hace
casi dos años por unos huevos que no tiró y por ayudar a los pobres a organizarse
para vivir mejor. Sólo las fábulas tejidas desde los medios hegemónicos
pueden justificar tamaña arbitrariedad.
Por todo esto y mucho más, el Cambio es incompatible con la democracia
y el Estado de Derecho. Quizá sea exagerado homologar el gobierno de Macri
con una dictadura, pero la tentación es inevitable. Si el genocida
Alfredo Astiz reivindica el accionar amarillo, ¿qué más puede faltar? La
única diferencia con los Tiempos Oscuros es que las urnas no están bien guardadas sino a disposición
de los votantes para que expresen con libertad su decisión soberana o el
resultado de una monstruosa manipulación de sus conciencias.
compartido-gracias Gustavo-abrazos
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