El camino a las elecciones
legislativas se presenta tenebroso.
Y un poco confuso, porque muchos de los
que hacen campaña no son candidatos a nada. La más evidente es la
gobernadora Vidal, que hace lo imposible para evitar que Esteban Bullrich deje aflorar su inocultable desprecio de clase.
El otro es Macri, que recorre el país para inundarlo con las habituales sandeces que tartamudea. Pero también hacen campaña los jueces y fiscales con sus causas a la carta y los periodistas que entretienen al votante con dislates que trastornan el entendimiento de
cualquiera. Que la diputada Elisa Carrió acumule casi el 50 por ciento de la
intención de voto en la CABA es una
muestra de eso. ¿Qué la hace receptora de la voluntad de los porteños, más
que la confusión? Su labor parlamentaria
es casi inexistente, las denuncias que vocifera no llegan ni a la portería
de Comodoro Py y su trayectoria política es tan oscilante que ahora la idolatran los que antes la
detestaban. Para confundir más, antes consideraba mafioso al que ahora es su aliado. Y si a todo esto agregamos sus
dichos sobre la desaparición de Santiago Maldonado durante el debate
televisivo, quien tenga preferencia por ella no sólo ha extraviado su sesera sino también su corazón.
Después de más de dos meses de patrañas, bravuconadas y ninguneos
oficialistas ante la desaparición de Santiago, que aparezca Carrió abrazada a una hipótesis ya desmentida
exhibe su desvergüenza: no sólo es inimputable, sino inmune al veneno que activa en sus seguidores. Cualquier cosa que
vomita no recibe condena, siempre y cuando los
efluvios estén destinados a los K y todos los que lo parezcan. Aunque sus
dichos carezcan de fundamento y traspasen
los límites con la crueldad, aunque
reduzca un drama a un porcentaje, aunque convierta
en victimario del dolor a la víctima de la prepotencia, aunque su defensa
del oficialismo la aproxime a la apología del delito. Creer que ella es la
mejor candidata es asumir como propia
esa monstruosidad que representa, desde su imaginación perniciosa hasta su
desprecio manifiesto, desde su incoherencia hasta su desquicio,
desde sus amores hasta sus odios. Votar por ella es fanatismo porque más que despertar convicciones, inspira creencias.
Creer que el martirio que
padece Milagro Sala es justicia, que someter a los mapuches es defender la
Patria, que renunciar a los derechos es
apostar al crecimiento, que enriquecer a los más ricos reducirá la pobreza,
que los caprichos del mercado mejorarán nuestra vida, son muestras de una adhesión inexplicable. Creer que todo es culpa
de Cristina, que ahora no mienten ni roban, que sí, se puede, que el trabajo en equipo y la meritocracia, es
abandonar la reflexión para sumergirse en un amasijo de perversos mantras elaborados por un genio maligno. Eso es fanatismo
y no el inextinguible sentimiento que hace vibrar a los seguidores de CFK.
El
peor reflejo
El empresidente Macri es quien
mejor explota el fanatismo de sus seguidores. Sin cualidades de líder ni de
eximio orador, logra que su nefasto ideario reciba el apoyo de los que ya empiezan a ser los perjudicados. Sin
estridencias, transforma sus baldíos recitados en normativas para el desastre. Sin ejemplos ni éxitos, convence a los
globoadictos de que estamos en medio
de una revolución. Algo le habrán puesto al agua, sino no se
atrevería a tanta sinceridad: “al trabajo
no lo defendemos si levantamos
conquistas en contra de la productividad”. Sólo en el Coloquio de IDEA se pueden escuchar chistes tan obscenos.
¿Acaso el salario digno, las vacaciones pagas, la seguridad en tareas de riesgo
y la indemnización por despido constituyen
un obstáculo para el repunte de la producción? ¿No será que dificulta la
satisfacción de las angurrias de los empresarios más importantes de nuestro
país? En los tan denostados años de populismo ganaron como nunca, pero, en lugar reinvertir, los que ahora claman
por flexibilizar las condiciones laborales fugaron
capitales hasta el empacho. Eso que llama productividad no es más que la
maximización de las ganancias a fuerza de empobrecer a los trabajadores y
desfinanciar al Estado.
Como el cinismo y la hipocresía
son sus mejores condimentos, el Gerente de La Rosada SA compartió una lección de vida: “lo más importante es que
fui aprendiendo cada vez más a ponerme
en el lugar del otro”. Evidentemente, eso lo entendió mal. Si supiera ponerse
en el lugar del otro, ya estaría
pidiendo disculpas y abandonando el cargo que usurpó a fuerza de engaños.
Si se pusiera en el lugar del otro, no
habría impulsado tarifazos ni suspendido pensiones por discapacidad. Todas
sus medidas llevan a la conclusión de que el
otro en que piensa no es el que más necesita ser destinatario de sus
pensamientos. Para que no queden dudas de su falsedad, agregó una aclaración que más parece una burla:
“entender qué es lo que quiere el que menos tiene en términos de
patrimonio y de herramientas para salir adelante”. Si entendiera esto, no pondría como ejemplo la reforma laboral
de Brasil que hace todo lo contrario.
La semana pasada, apareció en
agenda la lista negra de Macri,
compuesta por 562 indeseables a los que quisiera mandar a la luna. Como es
inadecuado devolver con la misma moneda, no
hay que mandar al espacio a Macri, secuaces, acólitos y beneficiarios ni
tampoco arrojarles huevos, como se está haciendo hábito. Ya que el Ingeniero
introdujo el tema, deberían, al menos
por un tiempo, ponerse en lugar del otro en serio. Tanto Macri y el Gran
Equipo como los dueños y gestores de las empresas más importantes del país deberían experimentar lo que es ser sus propios trabajadores. Eso les
ayudaría a apreciar las consecuencias de sus propuestas de reforma laboral.
Porque ellos no saben lo que es vivir con lo justo y que el salario sea un listado
de imposibles. Ellos no entienden que cuando se termina la plata, se termina de verdad. Ellos ni se
imaginan lo que es restringir el uso de
la calefacción o del aire acondicionado, suspender las vacaciones porque las facturas se comieron los ahorros ni
padecer el terror de convertirse en un
desocupado. Ellos ni saben lo que es destinar al trabajo más de doce horas
diarias para que el sueldo no alcance para nada y que
encima el despido caiga como un
escupitajo.
Si Ellos se pusieran en lugar
del otro dejarían de exigir sacrificios,
recortar derechos y acumular sin límites; abandonarían la atroz competencia
por el primer puesto en Forbes y
dejarían de coleccionar empresas off
shore para ocultar sus chanchullos. Si se pusieran en lugar del Otro, dejarían de ser Ellos porque se verían como
son. Lo que son y han sido siempre: succionadores
de esfuerzos ajenos y ocasionadores de todos los males. Lástima que entre
esos otros hay muchos que no advierten lo que se oculta detrás de esa amable máscara y hasta tengan decidido su
voto a favor de Ellos.
Estimado Gustavo siempre una gran ayuda tus apuntes para aclarar la mente que con "estos" se me traba, son gente oscura, la carrió parece un enajenada, esta chapa!, pero me abruma mas los "muertos vivientes" que los votan, me intimidan, que no se "aviven" aun de la gran estafa amarilla-gracias y abrazos
ResponderBorrarSi fuera "enajenada" habría que perdonarla por ser enferma mental...no,no... Carrió como tantos ególatras que nos gobiernan son amorales y obscenos y de una mediocridad que ofende y que duele,duele ver la gente que aún les vota inmersos en una estúpidez que los ahoga y nos arrastra al resto al abismo. Un abrazo.
Borrarsi asi parece, desesperante todo-abrazo
BorrarPregunta complicada la del título porque, seamos justos, es dificil que al hacérsela a un votante de la porquería amarilla, nos diga de verdad LO QUE VE, porque debería contestar que ve a un estúpido, un ignorante, un hipócrita, un falluto, un racista, un engreído o un compendio de esas virtudes... a lo sumo podemos aspirar a que, en el cuarto oscuro nadie lo ve, puede no mentirse a sí mismo y entonces no votar contra sus propios intereses - pido mucho, ya sé, pero en una de ésas, los milagros pasan...
ResponderBorrarObvio que hablo del votante promedio, no de los pocos beneficiarios directos de la antes citada porquería...