lunes, 9 de octubre de 2017

La amarilla lista negra



En estos días, el diario Clarín sorprendió con la revelación de la lista negra de Macri. Según la versión no desmentida por el oficialismo, el empresidente considera que son “562 tipos que creen que tienen derecho a un pedazo del país” y que por eso merecen ser “enviados en un cohete a la luna”. Algunos aplaudirán esto y otros lo considerarán poco democrático. En realidad, nuestro país es demasiado extenso y todos los argentinos tenemos derecho a una parte, y si esto no se cumple es por culpa de unos pocos que quieren quedarse con todo. Claro que estos últimos no deben estar en el listado de indeseables del Ingeniero, porque son los principales beneficiarios de su gestión. ¿Cuál será el criterio de selección de ese enigmático inventario? Si incluye evasores, corruptos o angurrientos, él debería estar entre los primeros. Su hipocresía no alcanza para tanto: seguramente será una enumeración de opositores que no le rinden pleitesía y algunos como él que compiten en esta terrorífica carrera de satisfacer las más nefastas apetencias.
Si el desafío es elaborar una lista negra, podríamos incluir a aquellos argentinos que acumulan fortunas en el extranjero y que, en conjunto, superan los 500 mil millones de dólares. Eso sí que es un pedazo de país. Pero Macri no piensa en ellos, sino en los que “frenan el cambio”; si es por eso, más de la mitad de los ciudadanos rechaza el Cambio y un solo cohete no alcanzaría. Según la versión del ex Gran Diario Argentino, el populismo está entre los factores que más justifica la inserción en ese grupo de los 562” porque, para el Gerente de La Rosada SA, debería recuperarse la cultura del esfuerzo. Una de las tantas pavadas que le hemos escuchado balbucear muchas veces. ¿Qué significa para este hijo de rico la cultura del esfuerzo? ¿Qué esfuerzo hacen los que se enriquecen gracias a la timba financiera que el modelo PRO impulsa?
No, la parte del esfuerzo no es para la minoría a la que Macri representa. Eso nos toca al resto. El esfuerzo es trabajar sin descanso por un salario que no alcanza para cubrir las necesidades más esenciales; es renunciar al bienestar de la calefacción, la refrigeración, el 0 km o las vacaciones; es aceptar sin quejas el ajuste perpetuo; es evitar el mínimo gesto solidario con el que queda en el camino; es admirar hasta las babas a los que, sin esfuerzo, multiplican sus fortunas gracias al nuestro y dejarse convencer por las mentiras con que justifican este modelo de inequidad. Esa cultura del esfuerzo que Macri propone no es más que la sumisión del oprimido y la adhesión del esclavo a los conceptos del amo. Quien rechace estos principios será tildado de K, populista, choriplanero, vago y merecerá ser expulsado más allá de la luna.
Casting de pasajeros
La ‘cultura del esfuerzo’ sustituye etiquetas utilizadas en otros momentos de la historia, como ajustarse el cinturón, pasar el invierno o el siempre tan efectivo sacrificio. Una especie de purgatorio que nos expíe del pecado de soñar con un país más justo. Y la metáfora del cohete a la luna reemplaza al exilio o la desaparición para los rebeldes. Algunos considerarán esto como una interpretación forzada y que Macri sólo piensa en extirpar a los corruptos. Pero para eso está la Justicia: el cohete castiga lo que no está penado por la ley, aquello que no es delito, como el populismo o el pensar distinto, en la cínica terminología amarilla.
Cuando el establishment gobierna, los estigmas se convierten en norma: si un trabajador reclama un aumento salarial, merece ser despedido porque está poniendo palos en la rueda; en cambio, si un ricachón exige una reducción impositiva, está apostando por el futuro del país, aunque fugue las ganancias hacia cuentas paradisíacas. Que los ricos ganen más y los pobres menos es la lógica que se pretende imponer y los que la rechacen tendrán un futuro de cohete.
Después de octubre, los ceos y sus acólitos intentarán debatir o imponer con sobornos y carpetazos la tan mentada reforma impositiva. No conformes con la eliminación del impuesto a los bienes personales y de las retenciones a las exportaciones, los que más tienen quieren contribuir cada vez menos. La patraña que se difunde desde las usinas apologistas para que se incorpore al imaginario colectivo es que en nuestro país se pagan más impuestos que en ningún otro lado. Quizá algún vecino distraído piense que esto va a beneficiar su economía doméstica, pero nadie está pensando en eso. Si se habla de reducir impuestos es para engrosar las ganancias de los que tienen de sobra.
Entre 2015 y 2016, la presión tributaria se ha reducido de 34,2 por ciento del PBI a un 28,6, lo que representa una merma de 108.400 millones de pesos. Una cifra que los beneficiados no han invertido ni derramado hacia el resto de la sociedad sino que ha pasado a formar parte de la acumulación avarienta de una minoría. Y ahora quieren más: por eso claman por menos contribuciones patronales, menos salarios, menos vacaciones. La gran mentira es que acá se paga mucho, aunque en Chile la carga impositiva represente un 42 por ciento, en México un 45, en Colombia un 44 y en Brasil el 30. Ni contemos a Dinamarca que sostiene un índice superior al 65 por ciento o Bélgica con alrededor del 60. Ni a España, Italia, Alemania, Francia y Suecia, con valores cercanos al 50 por ciento.
El cohete está para los que deschavan los infames embustes de estos saqueadores. Pero como atravesamos un período de ajustes y el presupuesto no da para artefactos espaciales, nada mejor que recurrir a la Gendarmería que, si no desaparece artesanos o apalea disidentes, invade universidades, colegios, medios de comunicación y hasta iglesias cuyos párrocos incluyan en sus sermones diatribas contra el crecimiento de la pobreza. Total, los medios de comunicación cómplices se encargan de ocultar, minimizar o justificar estos nefastos episodios. Y el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, lejos de apenarse por la desaparición de Santiago Maldonado hace una apología vehemente en el Congreso: “estoy orgulloso de nuestra ministra de Seguridad y de las fuerzas de seguridad”.
La ministra, que se negó a “tirar gendarmes por la ventana” porque “se la banca”, ahora desempolva el setentoso latiguillo de la campaña anti Argentina. Como el Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU manifestó su preocupación por el caso Maldonado, Patricia Bullrich rebuznó: "Naciones Unidas debe tener la voz no solamente de un grupo que puede tener intereses políticos en el caso, sino la voz de todos". Sí, la voz de los familiares y de los organismos de DDHH que quieren recuperar a Santiago y no la de los amarillos, que trataron de ocultar, encubrir y confundir durante estos dos meses por nefastos intereses políticos.
A la hora de repartir pasajes para vuelos interestelares, muchos de estos personajes merecerían uno sin retorno, pero es más fácil y menos costoso advertirles con las urnas que nos están llevando al peor de los caminos.

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