Atrás
quedó el falso apotegma de que “en
enero no pasa nada” y que los medios tienen que exprimir sus seseras para
poder presentar noticias. En enero pasa de todo y más aún cuando los
tilingos están de vacaciones y tiran corderos desde un helicóptero o se matan a
golpes en la costa atlántica. Y los que no pueden vacacionar, se juntan
en una plaza para volver a ser Nisman, en lugar de ser ellos mismos. El
verano es intenso y no sólo por el calor: la reconstrucción del país después
de los infaustos años de macrismo no se puede tomar descanso, como tampoco
debe hacerlo la necesaria desmentida de las patrañas hegemónicas.
Trabajo arduo el de la descolonización de las conciencias que quedaron
enredadas en los titulares engañosos de la mafia mediática y las
arremetidas de los espadachines judiciales.
Un
trabajo muy complejo eso de no quedar como un apologista acrítico cuando hay
que lidiar contra ataques discursivos nada arteros destinados a crédulos
desbordados de odio. Mientras el gobierno apenas supera el mes, unos pocos ya
piden su renuncia o se aferran a los lemas que instalan seudo periodistas
resentidos por haber perdido el poder de idiotización que ostentaron
durante más de cuatro años. Por eso, en las calles algunos hablan de ajuste,
impuestazo o robo a los jubilados. Tanta es la confusión que los cordobeses
se quejan de las reformas del gobernador bonaerense, Axel Kicillof, aunque
no les afecte en nada. La democracia debería erradicar la monstruosa
manipulación informativa para conformar una ciudadanía plena. De lo
contrario, la confusión convierte a los pobladores en un séquito incoherente
de los poderosos: una pléyade de individuos rabiosos dispuestos a poblar
las calles para preservar los privilegios de unos pocos.
El año
empieza con dos desafíos titánicos: el primero es convencer de que en los
cuatro años del macrismo se destruyó por pura ambición y maldad lo mucho que
se había construido en los años anteriores, sin caer en la tentación de
recurrir al tontuelo mote de Pesada
Herencia que tanto explotaron los farsantes amarillos; si una mayoría
creciente vislumbra que nada puede defenderse de lo realizado por los
Gerentes de la Rosada SA más lejos estaremos de la posibilidad de que estos
destructores neoliberales vuelvan camuflados en el futuro. El segundo desafío
es ponderar las iniciativas reparadoras de la nueva gestión, exigir lo
necesario, señalar lo contradictorio y denunciar lo oscuro sin ser tildado
de chupamedias o tirapiedras ni ser de los que se vanaglorian por no estar ni de
un lado ni del otro para terminar pegoteado con el peor. Una estrategia
discursiva que logre todo esto garantizará la construcción de un país donde sus
riquezas no sean disfrutadas sólo por un puñado de avarientos sino por todos
los que habiten en él.
Telenovela interminable
Mientras
los nuevos gobernantes tratan de restaurar lo destruido, los destructores
siguen destruyendo. Como no pueden destacar un logro, los ex funcionarios
de la Revolución de la Alegría tratan de arrojar todo el estiércol posible
para mantener a sus sexagenarios fans. Como buenos cínicos, siguen
denunciando actos de corrupción que no han podido demostrar en cuatro
años de poder absoluto sobre una minoría judicial, cuando ellos han sido y
son los verdaderos corruptos. Como la verdad no está de su lado, explotan la
voz embrutecedora de los medios cómplices para imponer sus mentiras. Embaucadores
de alta cuna, afirman que sentaron las bases para que el país crezca, una
manera elegante de decir que nos han llevado hasta el fondo del pozo.
Difamadores seriales, acusan de autoritarios a los actuales gobernantes y
funcionarios, después de haber estado pisoteando leyes e instituciones que
obstaculizaban sus maléficos planes. Hipócritas sin límites, denuncian
persecuciones, censura y autoritarismo, proyectando lo que ellos han sido
cuando coparon el gobierno.
Falaces
incorregibles, ahora vuelven con Lodenisman
para seguir alterando el orden democrático que jamás respetan. Y
convocan muchedumbres selectas e indignadas para pasar papelones en público,
tratando de explicar lo que no entienden, exhibiendo con orgullo su más
absoluta ignorancia, ostentando desinformación en lugar de compromiso
ciudadano. La indemostrable hipótesis del asesinato del Fiscal es el
ejemplo de la manipulación perfecta, de la imposición de patrañas más allá
de los hechos, el dominio de la falsedad sobre cualquier intento de
veracidad.
Por más
que simulen exigir la verdad, jamás aceptarán nada que discrepe con la
fábula en la que creen: que a Nisman lo mató Cristina a través de asesinos
que cometieron un magnicidio en un departamento cerrado por dentro, sin
ser registrados por las cámaras de seguridad ni dejar huellas en el baño
regado de sangre y el cuerpo trabando la puerta. ¿En qué universo es
posible que algo así haya ocurrido? En el de los odiadores manipulados que
no se interesan por los datos sino por las pamplinas que justifiquen su odio.
Ni siquiera se perturban cuando uno les recuerda que el expediente de la causa
que pronto irá a juicio oral desmiente todo lo que afirman los que dicen ser
Nisman: que nadie provocó su muerte más que él mismo, que la bala entró
por delante y no por detrás de la oreja, que no encontraron huellas de
nadie extraño a su círculo íntimo. Y lo más importante es que nadie está
imputado por homicidio: Diego Lagomarsino está acusado de ser partícipe
necesario por prestar su arma a pedido del Fiscal y los custodios, por
abandono de persona. La causa es tan insostenible que todo se tambalea
por un documental de Netflix.
Así, uno
puede pensar sin error que son idiotas que confían en los farsantes que eligen
como dirigentes. En personajes impresentables como Patricia Bullrich, Laura
Alonso, Elisa Carrió, Mauro Wolf y un puñado más que a pesar de las
conclusiones de los peritos de la Corte, se apoyan en el absurdo informe de los
inexpertos de Gendarmería. Estos mascarones de carnaval dan entidad a la
denuncia del Fiscal que fue rechazada por cinco jueces antes de caer en las
a-jurídicas zarpas de Bonadío. Estos fabuleros a conciencia dicen: "nadie que se crea dueño de una verdad
se suicida”. Entonces, cuando se demuestre que lo del magnicidio es
mentira, ¿se suicidarán como Nisman? ¿Las noticias hablarán del suicidio de
todos los periodistas que vienen mintiendo desde hace tanto tiempo?
Nadie
quiere más suicidios ni que se explote uno para imponer la no-política como
normalidad democrática. Pero tampoco es deseable que las mentiras se
tomen como verdad ni se conviertan en procesos judiciales absurdos. Nadie
pide que se suiciden pero, al menos, que paguen las consecuencias de haber
llevado tan lejos un lamentable episodio que se debería haber esclarecido en
pocos días. Nadie quiere más suicidios, sino que digan claramente qué
país proponen, porque el que han dejado después de cuatro años de mal
gobierno es la peor de las pesadillas.
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