Siempre son bienvenidas las
decisiones que restituyen o garantizan
derechos, por más tardías que sean. Aunque se hayan tomado para
contrarrestar el impulso de Rodríguez Larreta de obligar a seis mil estudiantes porteños a asistir a clases presenciales
por problemas de conectividad. Esto también debería modificar la decisión
de muchas provincias, como Santa Fe, en donde se plantea la presencialidad en aquellas localidades donde la virtualidad se
dificulta. Un problema que desde abril se había detectado y recién ahora aparece la solución.
De cualquier modo, la medida
sorprendió, sobre todo a los empresarios
que no resignan un centavo de sus ganancias. Al contrario, siempre quieren
más, sino de los usuarios, que sea del Estado. Por eso, los que especulan con todo están muy alterados. Por eso Clarín –que
tiene intereses en casi todas las áreas de la economía- tergiversa los hechos
desde sus titulares y programejos radiales y televisivos, en un intento de conquistar adeptos para la alteración democrática.
Aunque en los cuatro años de la Revolución
de la Alegría, las empresas de comunicaciones han aumentado un diez por ciento más que la inflación
-40 en total-, no están dispuestos a permitir que el gobierno nacional impida el saqueo al que están acostumbrados.
Ya en los ochenta, el dirigente radical César Jaroslavsky denunciaba que Clarín
“ataca como partido político y se defiende con la libertad de expresión”.
Siempre el mismo verso. Y eso que en aquellos tiempos la empresa liderada
por Héctor Magneto no era lo que es hoy: un
monopolio todo terreno con intenciones de crecer mucho más.
A esta altura ya se sabe: el
decreto presidencial viene a corregir la
modificación inconstitucional de dos leyes realizadas por el Infame Ingeniero apenas asumió, como
agradecimiento al periodismo de guerra
de los medios hegemónicos para garantizar
el acceso al inmerecido cargo de presidente. Clarín y toda su cloaca
comunicacional inventaba hechos, algunos jueces y fiscales de Comodoro Py otorgaban verosimilitud a las ficciones,
gastando fortunas en procedimientos lejanos a la búsqueda de la verdad y los
PRO y sus aliados convertían las fábulas
en propuestas seudo políticas. El resultado de este engendro es una
alteración del pensar común que pone en
peligro la vida institucional del país. Cuando el Poder Económico pretende gobernar desde las sombras, no hay
democracia posible. Cuando el periodismo se erige como primer poder a
fuerza de falacias para defender
intereses opuestos a los de casi todos, la vida constitucional se malogra.
Cuando el prejuicio se propaga hasta convertirse en norma y la manipulación
conquista rating es muy difícil
garantizar el futuro.
Como el Grupo Clarín está en
todo, cualquier modificación del statu
quo le afecta, no sólo desde lo económico sino desde su gobernabilidad de facto. Si la reforma judicial puede limar su incidencia malsana, el
decreto del viernes pasado condiciona sus intenciones de incrementar ganancias a costa del bolsillo de todos. Y no olvidemos
que tienen bonos de deuda, con lo que pueden boicotear cualquier intento de
soberanía económica. Aunque desde sus medios siga insistiendo con el cuco de Valenzuela, en ningún país del mundo existe un
conglomerado empresarial tan gigantesco y nocivo.
A pesar de que sus pretensiones
sean indefendibles, tanto es su poder que sus espadachines no temen al ridículo a la hora de dar el presente desde la primera fila.
Federico Pinedo denunciando la estatización
de los medios, Patricia Bullrich con la censura, Ernesto Sanz con la caída del
gobierno y Eduardo Duhalde advirtiendo
que el año que viene no habrá elecciones. Hasta anticipan que caerán las
inversiones, aunque el semestre pasado, las empresas del sector han destinado apenas un 30 por ciento a
mejorar la calidad de los servicios. Marionetas que bailan al ritmo de
Magneto para no perder pantalla porque saben
que sin eso, no serían nada. Si no fuera por los incautos que se niegan a
reconocer cuán engañados están, Clarín
tampoco sería nada.
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