Mientras los pocos caceroleros que todavía bailan al ritmo de Clarín, La Nación y otros medios destituyentes ostentan su estupidez por las calles argentinas, Macri salió otra vez del país en medio de la cuarentena. Mientras muchos argentinos padecen las consecuencias de su nefasto gobierno –sumadas a la recesión de la pandemia- el Infame Ingeniero apuntó a alojarse en un hotel muy lujoso de París, aunque dicen que se trasladó a la casa de un amigo, para disimular. Lo indignante del episodio es que, sin dudas, su viaje se encuadra en el contexto de las causas que ya lo están acosando –con mucha prueba y fundamento- lo que hace pensar en una fuga. Más aún si tenemos en cuenta que las reuniones programadas de la FIFA no lo incluían, salvo una que se programó después de su arribo, aunque no es presencial. Y lo absurdo es que en la capital gala, el Buen Mauricio manifestó su alivio por llegar a “una sociedad donde se vive en libertad y con responsabilidad”, a pesar de tener que pasar unos diez días de aislamiento. Paradojas del discurso de un idiota sin remedio destinado a sus iguales que no permiten que la mollera les funcione bien.
‘Idiota’
en su doble sentido: el primero, el que ya sabemos, el que no tiene muchas
luces; el segundo sentido, el griego, es egoísta, el que sólo se
preocupa por sí mismo, un “pecado” imperdonable
para los inventores de la democracia. Los
cambiemitas y sus seguidores exhiben con énfasis su idiotez, como
individuos incapaces de mirar otra cosa más que su ombligo y como
autómatas que toman una postura firme sin saber por qué. Como siempre
puede demostrarse en estas movilizaciones antitodo,
sus participantes no tienen idea de a qué se oponen y apenas pueden
farfullar algunos titulares de los medios que consumen y sin comprenderlos
demasiado. Por suerte, son pocos los
que marchan por estupideces. Si todos los argentinos que padecen
necesidades en esta cuarentena salieran a protestar con justo motivo, las
calles estarían pobladas todos los días.
Una
cosa es salir a reclamar la solución de una carencia imperiosa y otra es romper
la cuarentena para cacerolear contra las vacunas, la dictadura de Alberto,
el parecido de nuestro país con Valenzuela,
los barbijos y una reforma judicial de la que no saben más que las
tonterías que recitan a coro los periodistas de los medios dominantes.
Encima, una vez que graban a fuego una consigna en el andamiaje de sus
prejuicios no hay argumento, lógica, ley o hecho que la haga caer. Si no se
indignaron con los atropellos institucionales de Macri contra la
justicia, con la destitución de los jueces desobedientes, la designación de jueces
a dedo sin aprobación del senado, el traslado de magistrados cómplices para
garantizar su impunidad es porque no se han enterado. Porque no piensan
por sí mismos ni eligen la información que degluten; se empachan de interpretaciones
interesadas y malversadas de los hechos y las esgrimen como verdad
inmaculada.
Gracias
a ellos, los accionistas de Vicentín se salieron con la suya. Una de las cuatro
cerealeras locales será vendida a un grupo extranjero, lo que hará que en
nuestro país ya no sean seis, sino siete las transnacionales que operan con
salvajismo la exportación primaria y sólo quedarán tres nacionales. Gracias
a ellos, la oposición irresponsable encarnada por Juntos por el Cambio
obstaculizará cualquier iniciativa por más acertada que sea. Gracias a esos que
viven obsesionados por identificarse con lo que no son, siempre vamos a
los tropezones, pendulando por extremos sin mejorar nada. Gracias a
ellos, nuestra democracia no puede ser plena. Gracias a ellos, que se
abrazan a la profundización de la desigualdad que también padecen, nuestro
país es injusto. Si esos que ponen el cuerpo a ideas que les son ajenas
pusieran en cuestión lo que están apoyando, qué cerca estaríamos del país al
que siempre quisimos llegar.
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