El Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta parece el sargento de una patrulla perdida del siglo XIX, defendiendo a los oligarcas porteños de los bárbaros federales. Contradiciéndose hasta la parodia, los amarillos se han disfrazado de grandes defensores de la República, las Instituciones, la Educación y coso. Todo lo que desatendieron –y hasta pisotearon- durante sus gestiones en la CABA, la Provincia de Buenos Aires y en el país todo, ahora lo transforman en bandera. Los que no inauguraron escuelas ni jardines de infantes, los que bajaron el presupuesto educativo, los que desprecian a los educadores, los que desconectaron la igualdad, ahora pretenden ser paladines de la Educación. Simuladores todo terreno, cuentan con el aval de comunicadores bien adornados que se cuidan mucho de dejar al descubierto la falacia PRO, que es un monstruo que parece grande y ya no pisa tan fuerte.
Con unos cuantos odiadores enceguecidos y algunos impresentables dirigentes pretenden resistir la cordura de frenar la presencialidad
por un par de semanas, ante el aumento de contagios de COVID hasta niveles
alarmantes. La hipocresía se ha contagiado en sus seguidores porque, de haber
estado siempre preocupados por este tema, jamás
hubieran votado a esta patota de ignorantes ostentosos. Con tres cámaras y
cuatro micrófonos se creen autorizados
para gobernar el país y todo porque la reforma constitucional del ’94 otorgó un
estatus desproporcionado a la ciudad que
habitan. Ahora no sólo se creen una provincia, sino también una Ciudad
Estado con una autoridad superior a la
del presidente. Consecuencias de donar
la capital del país y sus puertos a una oligarquía avarienta y autoritaria.
La excusa es la presencialidad,
pero el objetivo es electoral.
Rodríguez Larreta quiere emular a su mentor, pero el Buen Mauricio no le
permite seguir con su papel del Cordial
Horacio. Como si hubiera
recibido un apriete mafioso, el
Intendente porteño tuvo que abandonar la
máscara de dialoguista que le permitía hacer la plancha hasta las
elecciones legislativas para dejar al
descubierto su horripilante rostro. Defender el protocolar formato de
educación burbujeante es tan absurdo
como sumergirse en la apología de la virtualidad. Ninguno de los dos formatos supera a las clases presenciales, pero
el virtual, al menos, contiene a casi todos al mismo tiempo todos los días y
permite el desarrollo de más contenidos. Esta presencialidad no cumple con los
objetivos: si se repite la misma clase a distintas burbujas, se reduce la cantidad de temas abordados;
les chiques van menos días a la escuela;
desordena la vida doméstica porque están algunos
días en la casa y otros en la escuela; la socialización que se genera es tan contenida como en una misa de réquiem;
no ven a todos los integrantes de una
clase sino a una parte. Y, sobre todo, el riesgo de contraer y distribuir El Virus.
Esto no es una puja por la
Educación: es una mojada de oreja, una forma de horadar un poco más al
gobierno nacional, otra prepotencia de los que se quieren quedar con todo. Este sainete va más allá de la Educación y
la Salud: es una puja por el Poder donde Larreta es el títere de una minoría, Alberto, el representante de la
mayoría y el premio es la torta del PBI y su manera de distribuirla. Este estertor pretende ser una remake clase C de la Rebelión de los Estancieros de 2008:
detrás de la preocupación por les chiques se
esconden enormes riquezas de las que se quieren apropiar. Unitarios contra
federales, pero esta vez no deben ganar.
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