lunes, 19 de abril de 2021

La mancha amarilla

 

El Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta parece el sargento de una patrulla perdida del siglo XIX, defendiendo a los oligarcas porteños de los bárbaros federales. Contradiciéndose hasta la parodia, los amarillos se han disfrazado de grandes defensores de la República, las Instituciones, la Educación y coso. Todo lo que desatendieron –y hasta pisotearon- durante sus gestiones en la CABA, la Provincia de Buenos Aires y en el país todo, ahora lo transforman en bandera. Los que no inauguraron escuelas ni jardines de infantes, los que bajaron el presupuesto educativo, los que desprecian a los educadores, los que desconectaron la igualdad, ahora pretenden ser paladines de la Educación. Simuladores todo terreno, cuentan con el aval de comunicadores bien adornados que se cuidan mucho de dejar al descubierto la falacia PRO, que es un monstruo que parece grande y ya no pisa tan fuerte.

Con unos cuantos odiadores enceguecidos y algunos impresentables dirigentes pretenden resistir la cordura de frenar la presencialidad por un par de semanas, ante el aumento de contagios de COVID hasta niveles alarmantes. La hipocresía se ha contagiado en sus seguidores porque, de haber estado siempre preocupados por este tema, jamás hubieran votado a esta patota de ignorantes ostentosos. Con tres cámaras y cuatro micrófonos se creen autorizados para gobernar el país y todo porque la reforma constitucional del ’94 otorgó un estatus  desproporcionado a la ciudad que habitan. Ahora no sólo se creen una provincia, sino también una Ciudad Estado con una autoridad superior a la del presidente. Consecuencias de donar la capital del país y sus puertos a una oligarquía avarienta y autoritaria.

La excusa es la presencialidad, pero el objetivo es electoral. Rodríguez Larreta quiere emular a su mentor, pero el Buen Mauricio no le permite seguir con su papel del Cordial Horacio. Como si hubiera recibido un apriete mafioso, el Intendente porteño tuvo que abandonar la máscara de dialoguista que le permitía hacer la plancha hasta las elecciones legislativas para dejar al descubierto su horripilante rostro. Defender el protocolar formato de educación burbujeante es tan absurdo como sumergirse en la apología de la virtualidad. Ninguno de los dos formatos supera a las clases presenciales, pero el virtual, al menos, contiene a casi todos al mismo tiempo todos los días y permite el desarrollo de más contenidos. Esta presencialidad no cumple con los objetivos: si se repite la misma clase a distintas burbujas, se reduce la cantidad de temas abordados; les chiques van menos días a la escuela; desordena la vida doméstica porque están algunos días en la casa y otros en la escuela; la socialización que se genera es tan contenida como en una misa de réquiem; no ven a todos los integrantes de una clase sino a una parte. Y, sobre todo, el riesgo de contraer y distribuir El Virus. 

Esto no es una puja por la Educación: es una mojada de oreja, una forma de horadar un poco más al gobierno nacional, otra prepotencia de los que se quieren quedar con todo. Este sainete va más allá de la Educación y la Salud: es una puja por el Poder donde Larreta es el títere de una minoría, Alberto, el representante de la mayoría y el premio es la torta del PBI y su manera de distribuirla. Este estertor pretende ser una remake clase C de la Rebelión de los Estancieros de 2008: detrás de la preocupación por les chiques se esconden enormes riquezas de las que se quieren apropiar. Unitarios contra federales, pero esta vez no deben ganar.

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