El
revuelo de la semana lo armó la Corte. En un fallo predecible, los Supremos
intentaron ganar una vez más una nefasta centralidad en política que no les
corresponde, después de amparar por un tiempo a los acomodados Bruglia y
Bertuzzi en la Cámara Federal. Ahora, quedaron peor que nunca porque,
además de señalar de manera obscena su posición partidaria y horadar un poco el
poder presidencial, realizan una tentadora invitación para un juicio
político ejemplar. Pero no son los únicos que se arrastran para servir
al Poder Real. Los jueces José Luis López Castiñeira y Luis María Márquez
de la sala II de la Cámara en lo Contencioso Administrativo Federal también
buscan un poco de atención por parte del poder político después de dictar
una medida cautelar a favor de Telecom y Clarín para estafar a los usuarios.
Estos exabruptos –más los englobados en el Law Fare- muestran a las claras que
el aparato judicial no funciona y con urgencia hay que repararlo porque,
además de ser un obstáculo para la concreción de un país más justo, operan
para sembrar el desánimo en una ciudadanía que se resiste a estar desanimada.
Desde
hace un tiempo, los jueces federales –sobre todo los de Comodoro Py- bailan
al ritmo de las tapas de Clarín, convirtiendo en procesos los prejuiciosos
titulares del diario y las fabulosas patrañas de un programa
dominguero. En la enorme cadena de medios que ostentan ilegalidad, la
difusión de semejantes panfletos intenta convencer a los argentinos de que
la situación es más calamitosa de lo esperable en medio de una pandemia. El
resultado es una caída en el rating de las emisiones de su principal
caballito de batalla: el canal de noticias TN. También, de todos los medios que
le siguen en esta comparsa de desinformación e información falaz. Ya no
conformes con eso, el Poder Fáctico exige a los magistrados que se inmolen para
disputar poder político, algo que contradice la principal función de
impartir justicia. Sus representantes –los amarillos y sus secuaces- aprovechan
esta anomalía para recuperar su razón de ser después de haber perdido las
elecciones de 2019. Las clases presenciales se convierten en una absurda bandera
para ondear de cara a las elecciones legislativas, como si eso pudiera formar
parte del paquete propositivo insustancial que incluye la República, la
Libertad y “Coso”.
A pesar
de sus dubitaciones en algunos aspectos, el Gobierno Nacional puede exhibir
mucho más que una ponderable administración sanitaria, más allá de los
intentos manipuladores de los agoreros. Aunque Argentina se sitúa entre los
veinte países que implementaron el mejor plan de vacunación –con casi ocho
millones de inoculados- y entre los diez que más dosis han conseguido,
algunos individuos guardan con tozudez denostadora el vergonzoso –e insignificante-
episodio que titularon “Vacunatorio VIP”.
A eso se agregan los convenios para fabricar en nuestro país las
vacunas Sputnik V, Sinopharm y Soberana,
aunque los opositores sigan haciendo campaña para la colonizadora Pfizer.
Si bien
la situación económica de la mayoría de los argentinos es angustiante, la
red de contención multisectorial funciona con eficacia, pero no alcanza
para enorgullecerse con énfasis del rumbo emprendido. Aunque la
recaudación haya crecido respecto al año pasado un 105 por ciento –lo que
indica una mejora de la economía- esta tibia bonanza debería verse reflejada en
una mejor distribución del ingreso. Aunque Ford esté construyendo una
nueva planta para la fabricación de vehículos y el desempleo decrezca
tímidamente, el poder adquisitivo del salario pierde por goleada ante el
inaceptable crecimiento del precio de los alimentos y de casi todo. Que se
haya potenciado la obra pública y se inauguren viviendas populares no basta
para equilibrar el déficit habitacional. Nada alcanza porque hemos
perdido mucho, pero avanzamos de a poco. La agenda informativa debe empezar
a mostrar estos logros para ganar impulso hacia más transformaciones.
Algunas necesarias, como hacer más accesible la canasta básica y contener la
angurria de los empresarios inescrupulosos y otras épicas, como recuperar
el tránsito de mercancías en el río Paraná y hacer de la comunicación mediática
algo mejor que propaladoras de estiércol. El entusiasmo debe sobrar para
dar estos próximos pasos no sólo de cara a las elecciones sino para las
próximas décadas.
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