viernes, 28 de mayo de 2021

Servidores de la conspiración

 

Los Médicos por la Verdad lograron cierta visibilidad, aunque no de la mejor manera. Algunos medios de comunicación cedieron con reparos sus micrófonos para que algunos de sus exponentes difundan sus razones, que se contraponen a las admitidas en todas las latitudes. Ellos piden debate, pero es difícil debatir con un grupo que, de entrada, se erige como portador de la Verdad. La ciencia médica no es verdadera, sino probabilística y busca su razón en la evidencia numérica. Sus conclusiones son temporales y pueden ser desechadas cuando se alcanzan conclusiones más contundentes. No hay verdad, sino certeza que se construye en laboratorios y foros y no en plazas y calles. Los tratamientos médicos no se plebiscitan entre los que no sabemos nada de medicina. Si estos negacionistas de alcance internacional apelan a estos métodos para ser escuchados es porque no tienen cabida en los ámbitos de la ciencia.

Pero este apunte no estará dedicado a brindar argumentos científicos para desconfiar de este grupo tan disruptivo. Que su ideario esté absolutamente en contra de las recomendaciones de la medicina oficial emanadas desde la OMS y los ámbitos académicos ya genera sospechas. Desde hace mucho tiempo existen alternativas homeopáticas, naturistas, chamánicas y hasta mentalistas para tratar algunas dolencias a contramano del negociado medicamentoso que domina los consultorios. Cuestionar la concepción de la salud como mercancía de los laboratorios multinacionales siempre es bienvenido porque significa transformar uno de los tantos derechos que no deberían estar en manos del Capital. Y eso es siempre saludable, valga el juego de palabras. La ruptura con el capitalismo es una aspiración de muchos porque significa la construcción de una sociedad más justa.

Esta propuesta antisistémica es el mejor sueño cuando proviene de la izquierda; si se genera en la peor derecha, se convierte en pesadilla. Además de la negación para imponer una verdad absoluta, muchos integrantes de este grupo adhieren al ideario neonazi y eso da escalofríos. Nada bueno puede provenir de gente así y que se sumen a esta movida es un buen motivo para descartarla. Pero la derecha ha logrado convertir la anti política en una virtud y esconde sus intereses detrás de lemas que portan buenas intenciones. La pretensión de ser escuchados para encarar un debate es su pose más sobresaliente. Ahora, ¿qué debate se puede afrontar con posiciones diametralmente opuestas? ¿A qué consenso se puede llegar con los que consideran perjudicial el uso de barbijo, cuestionan la eficacia de las vacunas, desechan las restricciones y hasta niegan el virus? ¿Qué punto medio puede existir entre los que consideran medicina el dióxido de cloro y los que no? Los que se dicen portadores de la verdad, más que abrir el diálogo, deberían disputar el poder para imponer sus propias conclusiones.

Por eso no hay que mirarlos con inocencia. Detrás de sus manifestaciones hay mucho más que una preocupación sanitaria. En sus convocatorias confluyen más descontentos que convicciones y saberes: están los hartos de las restricciones y los que buscan cualquier excusa para manifestar su oposición. Y, sobre todo, sus actos son provocaciones en las que esperan ser dispersados, reprimidos y hasta detenidos. Ese es su mayor éxito: que se los vea más como víctimas que como funcionales a las malas intenciones de los destituyentes que siempre están conspirando para que estemos cada vez peor.

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