De no creer. Nos entretienen con estupideces mientras el Poder Real nos saquea a todas horas. No conformes con succionar nuestras billeteras con precios inadmisibles, buscan la manera de eludir las leyes y continúan socavando el aparentemente menguado poder presidencial, que debería ser el de casi todos. Durante una semana y un poco más, la “gran discusión” se centró en la presencialidad en las escuelas, con el eje puesto en las sandeces vomitadas por los dirigentes de la oposición que, cuando fueron gobierno, hicieron lo imposible para bombardear la Educación. Por supuesto, con el condimento de los des-comunicadores consustanciados con los intereses de una minoría que ven crecer sus ingresos al ritmo de las tonterías que destilan por todos los medios a su alcance. Sin darnos cuenta, entramos en el juego de los manipuladores cuestionando las zonceras de los covidiotas en lugar de exigir al Gobierno Nacional que emprenda con energía las transformaciones necesarias para un país mejor.
Ningún educador negará que la
presencialidad es mejor que la virtualidad. Claro, si la comparación la hacemos
con la presencialidad pre pandemia, no con ésta que, gracias a la división
de los cursos en burbujas, obliga a los docentes a repetir la misma clase cuatro veces, la asistencia de los alumnos es alternada en días o semanas y la
convivencia y socialización es extremadamente acotada. El año pasado, un profesor daba cuatro clases al mes; este
año, sólo una cuadriplicada. La virtualidad es mejor que esta
presencialidad, además de ser menos
peligrosa. Defender la presencialidad en pandemia es un perverso capricho de una minoría que sólo sabe esputar insultos
sin sustento a un otro que desconoce;
ese puñado de odiadores que está contra
todo lo que no sea bendecido por las voces hegemónicas; que tilda de vagos,
chorros, inútiles y hasta ordena “garrá
la pala”, cuando ninguno de ellos en
su vida ha usado una. Si corremos detrás de estos tipejos terminaremos tan desorientados como una
brújula en una fábrica de imanes.
En lugar de responder a los covidiotas que rechazan las
restricciones sanitarias escudándose en los
artículos de la Constitución que ignoraron durante el gobierno de Macri, deberíamos
preocuparnos por recuperar todo lo que
nos han sacado desde la dictadura para acá con el verso del diálogo, el
consenso y la libertad de mercado. No sólo hemos perdido poder adquisitivo
porque se alteró la distribución del ingreso: también perdemos soberanía a pasos agigantados. Y como resultado de
todo esto, de a poco, vamos perdiendo la
Democracia porque gobiernan siempre los que nunca se someten a elecciones.
Que un juez permita que TELECOM –y el Grupo Clarín- siga estafando a sus
abonados desdibuja el sentido de la
Justicia y es, además, una tentadora
invitación para echarlo sin dudar. Que la Corte Suprema sea la encargada de
validar medidas sanitarias de emergencia en medio de una pandemia tomadas por
el Ejecutivo es una intromisión
antidemocrática no sólo en la política sino también en la salud. Que el
Gobierno Nacional titubee a la hora de
estatizar el río Paraná y dejar de llamarlo “Hidrovía”, de expropiar empresas que nos patean
en contra o de destituir a los jueces y fiscales que actúan contra las leyes,
es una señal de confusión. Un año y
pico de pandemia nos ha educado en la emergencia y ya sabemos cómo actuar con
responsabilidad, salvo esos descarriados que no entienden nada. Pero
no esperemos a que termine este episodio para comenzar a reconstruir todo lo
que nos falta: el coronavirus no debe ser una excusa para dejarnos pasar por encima por los que ni se preocupan por el destino
del país.
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