No sabían cómo calificar a las primarias. Las nombraban como una gran encuesta, como proscipción para los partidos chicos, como una instancia innecesaria porque todas las listas presentaban un solo candidato. En fin, de entrada nomás se daban por perdidos. Hicieron cualquier cosa para destronar el actual gobierno nacional, menos presentar propuestas coherentes para seguir transformando nuestro país. Denunciaron, blasfemaron, insultaron, mintieron, prometieron. Pero de concreto, nada de nada. Y los resultados del 14 de agosto explotaron en sus envejecidos rostros. Uno esperaba una reacción acorde con la circunstancia, no con intenciones de dejarse convencer por otra cosa sino para hacer más interesantes los dos meses y pico que quedan por delante hasta las elecciones generales. Para que el partido tenga pimienta, si se quiere. Para que haya un verdadero desafío político a la propuesta oficial. No. Ellos insisten en la nada que sostienen.
Pasaron dos semanas del balde de agua fría y están más desorientados que antes. Las diferencias entre la actual Presidenta y ellos fueron más grandes de lo que pensaban. Ninguno superó el 13 por ciento y Cristina logró mucho más del 40 por ciento que pronosticaban. El votante, que según Biolcati mira Tinelli y colecciona televisores de LCD, optó por lo que le pareció más efectivo para nuestro país. Sin embargo, las lecturas equivocadas del arco opositor anticipan otro golpe para las elecciones de octubre. Si todo sigue como hasta ahora –es decir, muy bien- es probable que el FPV supere el número obtenido en las primarias.
En las pantallas de los televisores –viejos o nuevos- aparecen los derrotados desplegando matemáticas extrañas y juegos numéricos que causan risa. Todo para minimizar la victoria del oficialismo. También denuncian fraude. Pero los errores detectados perjudican al FPV y no a las listas opositoras. Nadie hace fraude para perder, sino para ganar, a ver si se entiende. El Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti habló de errores y resaltó la transparencia en nuestro país de los procesos electorales. Binner y otros más salen a proponer la boleta única. En Santa Fe tomó meses su implementación. Hubo prácticas en los colegios y todo. Es un buen sistema, pero no hay tiempo para poner en práctica la boleta única para octubre. No saben qué decir.
Uno pensaba que con la contundencia numérica del apoyo manifestado hacia la fórmula oficialista se iban a poner a trabajar en serio. Parece que esperan una carta documento de cada votante para convencerse de que el país real quiere que se profundice el modelo iniciado en 2003. Hasta argumentan que sería peligroso para el buen funcionamiento institucional que el oficialismo obtenga mayoría en el Congreso. Primero, para que el FPV tenga mayoría propia en ambas cámaras necesita más del 60 por ciento de los votos, lo cual no es posible, aunque sería maravilloso. Segundo, no hay nada de malo en las mayorías parlamentarias, siempre y cuando estén en función de un modelo de desarrollo con inclusión y redistribución del ingreso. Nadie se quejaba de las mayorías menemistas compuestas por levantamanos automáticos que votaban en contra del beneficio popular. Además, las elecciones de octubre no son sólo legislativas. Son los cargos ejecutivos los que adquieren peso en esta instancia.
Y en función de socavar, desprestigiar, deslegitimar cometen la imprudencia de insultar al electorado. El autor de estos apuntes se enojaba mucho en los noventa cuando el menemismo triunfaba en cualquier elección. Claro, entonces no se votaba por un modelo nacional y popular, sino todo lo contrario. Lo de ahora es diferente. Es un discurso oficial que se inserta en la historia de la región, llevando como bandera reivindicaciones que provienen de la horizontalidad de un país. Suma, no resta. Lo que pasa es que algunos no quieren sumar: quieren mandar aunque no los vote nadie. El martes 23, el matutino La Nación publicó un escalofriante comentario del politólogo Sergio Berensztein, “Evitar la hegemonía legislativa será el desafío electoral”. Dice, por ejemplo que “el sistema institucional argentino es sumamente frágil y de pésima calidad, pero la erradicación de la violencia y la desaparición de los actores desembozadamente autoritarios representan logros fundacionales de los que todos debemos sentirnos orgullosos”. Cuesta entender qué realidad está analizando el director de la consultora Poliarquía, de gran trayectoria académica.
Y continúa su texto con una andanada de interrogaciones más allá de octubre, cómo por ejemplo: ¿continuará Cristina con la dinámica de confrontación o se moderará para favorecer la formación de consensos, sobre todo teniendo en cuenta la crisis internacional? ¿Tendrá un gabinete más calificado y la voluntad política necesaria como para intentar resolver los principales desafíos que enfrenta su gobierno (la desconfianza interna y externa, que se traduce en fuga de capitales y escasa inversión en infraestructura y proyectos de gran escala; la inflación y el atraso del tipo de cambio, que afecta negativamente la balanza comercial; el deterioro del frente fiscal en general y la cuestión de los subsidios en particular; la incertidumbre y discrecionalidad regulatoria, sobre todo en torno a la energía)?" Si uno se detiene en los puntos planteados por el columnista, hay un conjunto de mentiras y demandas de los sectores concentrados de la economía que significarían un perjuicio para el conjunto de la ciudadanía, es decir, los de a pie.
Y por supuesto, Berensztein da lugar a sus fantasías, los temores freudianos manifestados en letras de molde, el sueño de tener un enemigo a la altura de sus intereses. “¿Querrá la Presidenta que la Argentina se encamine hacia un régimen de partido único? Y si ése es el caso, ¿qué modelo seguirá? Hay muchos posibles (el del PRI mexicano, la Venezuela de Chávez, la Rusia de Putin, la Indonesia de Suharto), pero en ningún caso se trata de regímenes democráticos, aunque puedan sostener un leve maquillaje de competencia electoral. Dichos regímenes se caracterizan también por el control de los recursos naturales (directamente por parte del Estado o mediante el denominado "capitalismo de amigos") y por un creciente, si no casi absoluto, intervencionismo estatal”.
El miedo. Llega a lo peor, asustar al electorado. Su profundo saber y su aguda mirada le permite percibir lo que el ciudadano común no alcanza a visualizar: la malvada, perversa Cristina tratando de apoderarse de todo el país, convirtiéndose en una dictadora come chicos. Las analogías desplegadas por el servidor de los intereses políticos y económicos más concentrados y destructivos del país son producto de la desesperación. Profundizar el modelo es para ellos sinónimo de autoritarismo, demagogia, populismo. Añora el modelo neoliberal que hace estragos en el ya no tan Primer Mundo. Claro, no llegó a tanto como el perdedor candidato Eduardo Duhalde –malo como el peor- que agitó los fantasmas del pasado cuando habló de subversivos. Para él todos los que votamos a Cristina somos subversivos. Querido Eduardito: los subversivos no votan, sino que subvierten. Alteran el orden público, tratan de destruir las instituciones, de socavar el poder legítimo. Pregunto: ¿quiénes son los subversivos en esta historia de la que todos somos protagonistas?
Aparentemente en este páis hay mas de 10 millones de subversivos. Más del 50% somos subversivos. No tienen más cuerda, Profe, están liquidados. El único que puede aspirar a algo, a mi pesar, es el engominado Binner que, a gatas, puede llegar a ser la primera oposición. Y que se conforme.
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