Si algo nos queda después del secuestro y posterior asesinato de la niña Candela Rodríguez, además de dolor y serios cuestionamientos a los métodos de prevención del delito organizado, es un necesario replanteo del accionar de los medios de comunicación en su rol informativo. Lo que está en discusión es la necesariedad de la insistente y morbosa cobertura que se da a ciertos hechos. Que los productores, conductores y noteros no tengan dudas sobre la manera de presentar en sociedad hechos de esta naturaleza representa una soberbia escandalosa y resulta más aberrante que el hecho mismo. Que la difusión constante de manifestaciones de los afectados, vecinos y “expertos”, hipótesis sin fundamento, versiones no chequeadas, rumores y filtraciones constituyan una contribución al bien común es una falacia fácilmente refutable. Que la presencia permanente de cámaras y micrófonos se convierta en un caos que obstaculice la investigación policial y sea funcional a los delincuentes puede poner en duda de qué lado están los medios en su función informativa.
La excusa es un lugar común. Algunos estudiantes de periodismo la pronuncian en clase como si fuera un descubrimiento. Algunos analistas de medios la mencionan pero no la ponen en cuestión. El despliegue que las cadenas informativas realizan ante estos casos, y que hasta hacen babear de placer a los productores periodísticos, se justifica con la idea de que eso es “lo que vende”. Lo que vende es la morbosidad, el regodeo ante la sangre, el escándalo, el dolor expresado en su más humillante condición. Es por eso que poner el micrófono ante una dolorida víctima los excita hasta el orgasmo. Y encima se justifican: eso es lo que vende.
A pesar de ser un concepto difundido tanto en los hacedores mediáticos como en el público, no deja de ser una falacia. En primer lugar, ningún espectador pasa su tarjeta de crédito o débito ni deposita moneda alguna en su televisor cuando mira ese despliegue des-informativo. Por lo tanto, no hay transacción monetaria alguna en ese consumo mediático. En este caso, “consumir” no significa “comprar”. Si el público no compra, entonces el medio no vende. Si el público consume es porque el medio produce. Esa debe ser la ecuación.
Por otro lado, está en vigencia la ley que regula el funcionamiento de los medios de comunicación. En su título ya aparece una palabra que constituye un cambio de paradigma sustancial: “Ley de servicios de comunicación audiovisual”. El término “servicios” no es un adorno ni un accidente. Es toda una definición. No dice shopping ni kiosco, ni mercado. Dice servicios. Y todo servicio debe servir, al menos en dos sentidos: estar al servicio de y ser útil. Todo, absolutamente todo lo que se difunda en los medios debe tener como objetivo presentar un servicio a la comunidad. Vender es un fin secundario y aleatorio de los medios pero no su principal objetivo. La idea del servicio debería actuar como una brújula que oriente a los hacedores de los medios de comunicación, sobre todo en su accionar informativo, pero no sólo en ese aspecto. Como brújula y también como límite. Lo que no es servicio, no sirve, no va.
¿A quién sirvió la cobertura en cadena del caso Candela?¿A la víctima o a sus secuestradores?¿Fue una contribución o un obstáculo?
En éste, como en muchos otros casos, los medios excedieron su función informativa. Los noteros actuaban como detectives, fiscales, policías, jueces, psicólogos… como cualquier cosa menos como periodistas. Cuando se exceden en su función informativa, se produce una distorsión. Y es eso lo que ha quedado en evidencia. Informar es una obligación de todo medio informativo, es un compromiso, un servicio, una contribución. Pero la explotación sensacionalista, la insistencia en la construcción del miedo social, la difusión de los pasos a seguir de la policía en su investigación es más destructivo que el delito mismo.
Y ahora sí vamos al público. Existe una premisa no demostrada fehacientemente y que está referida al consumo de la cobertura de estos hechos. Antes se destruyó la idea mercantilista de “es lo que vende”. Pero queda preguntarse sobre su consumo. Si es verdad que mucha pero mucha gente permanece enganchada horas y horas viendo las incogruencias malintencionadas o no que produce este exagerado despliegue informativo. ¿El público consume lo que los medios producen o los medios producen lo que el público quiere consumir? O ninguna de las dos. Durante años han expresado las preferencias del espectador a través de una entidad numérica de dudosa procedencia y de esa forma justifican su destructivo accionar. Sería interesante revelar qué porcentaje de los espectadores televisivos comparten con los productores ese morbo sensacionalista y sanguinolento. Saber cuántos ciudadanos confunden dolor con espectáculo. Descubrir efectivamente si eso es lo que prefiere la mayor parte del público. Tal vez nos llevemos una sorpresa, lo que indicaría que la batalla cultural para la reconstrucción de un nuevo imaginario simbólico está dando buenos resultados y que estamos cerca de la victoria. Más de lo que pensamos.
Si preguntamos frontalmente a un millón de personas quien ve a Tinelli seguramente 950.000 dirán que no lo ven. Sin embargo los números indican que todo un país ve ese bochorno televisivo. Esto se evidencia cuando a la gente "se le escapa" algo que pasó en el programa en una charla casual y desprevenida. Forma parte de la hipocresía lógica de un pueblo que se mete en la idiotez paulatinamente pero con paso firme. Es obvio que ante un debate plebiscitario nadie en el mundo diría cuanto le divierte el morbo y la estupidez gratuitamente especulativa de muchos medios periodísticos, pero que los consumen alegremente, los consumen. Y si los pescas infraganti te dicen: "Y bueno, de algo hay que hablar". No hace mucho "Crónica" anunciaba la muerte por electrocución de una reina provincial del maíz como: "Se hizo pororó...". Muchísima gente se hizo eco del móbido chiste. Los medios producen lo que la gente quiere consumir, esa es mi opinión.
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