jueves, 8 de septiembre de 2011

Un clásico y una analogía a la distancia

Anoche, como muchas noches, me dediqué a ver un clásico de aquéllos. Y no hablo de fútbol. Hago un paréntesis y me meto en un terreno apenas conocido. Hace muchos años, en fútbol, los clásicos eran los partidos disputados entre dos equipos representativos de una región geográfica: Ñuls-Central, Unión-Colón, Talleres-Belgrano, Racing-Independiente, Boca-River. Eran pocos, como debe ser. La monopolización de la pasión de multitudes en los noventa produjo una alteración en ese tema que parece irreversible. Como ese noble deporte se convirtió en hiper-negocio, todo se transformó en “clásico”. Todo no. Pero los periodistas deportivos, contaminados aún por ese espíritu mercantilista de los noventa, llaman “clásico” a todo partido en el que se enfrente un equipo de Capital Federal y provincia de Buenos Aires con Boca o River. Hasta que este último descendió de categoría, River-San Lorenzo era un clásico, como Boca-Racing y muchos ejemplos más. Nunca fue nombrado como clásico Boca-Ñuls o River-Central. El Boca-River era llamado como Súper Clásico. Algunos justifican este juego verbal desde la concepción de que son equipos con una rivalidad histórica. Todo equipo de fútbol tiene rivalidad histórica con sus adversarios, sino el campeonato perdería sentido. Es una malversación y sobre explotación del término “clásico” que habría que revisar o modificar, pues es un resto de la dominación cultural de los medios capitalinos por sobre el resto de la población.
Pero volvamos al tema de este apunte. Anoche vi  “State of the union” o “Estado de la Unión” del gran director norteamericano Frank Capra, del año 1946. Un director brillante inundado por el optimismo del ideal democrático del país del norte que ha dejado joyitas cinematográficas que merecen revisarse cada tanto. “Lo que sucedió aquella noche”, “Mr Smith goes to Washington” (“Caballero sin espada”) o la increíble “Qué bello es vivir” son muestras de su prolífica filmografía. No hay que olvidar esa increíble comedia de humor negro “Arsénico y encaje antiguo” que todavía sorprende por la ingenuidad de su morbo y el dinamismo de su trama. “Estado de la unión” no es de las mejores aunque el elenco encabezado por Spencer Tracy, Katherin Herpburn y Van Johnson ilumina la pantalla con sus sólidas  y naturales actuaciones. En este caso, no abandona la estructura argumental que casi siempre ha sido el eje de sus películas: el hombre del montón que protagoniza una gran historia. En “Caballero sin espada”, con James Stewart, ya había mostrado lo difícil que es para un hombre común mezclarse con el tortuoso mundo de la política y enfrentar la infinidad de rumores que pueden manchar a su persona.
En este caso, la historia es un poco diferente. La heredera de un poderoso diario, Kay Thornbunks, interpretada con muchos estereotipos de malvada por Angela Lansbury, encabeza la batalla política por colocar un hombre de su predilección para presidente del país. Sin ocultar sus preferencias políticas, sin disfrazarse de objetiva ni independiente, juega desde las páginas de su diario por el candidato que quiere en la Casa Blanca. Y hace todo lo posible para lograrlo. Aunque eso signifique negociar con lo peor de los integrantes de la vida política. No hay ideales en su accionar, sólo el triunfo es lo que inspira sus decisiones, una desmedida ambición del poder. Como títere de esta trama está Grant Howard, Spencer Tracy, un fabricante de aviones que jamás se interesó en la política, porque la ve sucia y corrupta. La propuesta de convertirse en presidente despierta de la nada sus ideales dormidos para encabezar el camino para un país mejor, para un mundo mejor.
Como siempre en las pelis de Capra hay un quiebre moral del personaje. Sobre el final Grant advierte en la mugre que lo están metiendo y frente a las cámaras de televisión denuncia la sucia trama pergeñada por la malvada Kay. A diferencia de otras obras, en donde el quiebre moral tiene dimensiones humanas, en este caso apunta a instalar a Estados Unidos como reserva moral de todo el mundo. En el contexto en que fue filmada tal vez esa exagerada posición esté inspirada en la intervención del país del norte en la Segunda Guerra. Pero resulta extemporáneo después de tantos años de historia.
De cualquier modo, lo que me pareció interesante de la película de Capra para destacar en este apunte es el personaje de Kay, la dueña del diario y también, de muchísimo poder. Desde el principio, se sabe que será la malvada, la manipuladora, la extorsionadora. Es la portadora de muchas cualidades negativas, pero en ningún momento se cuestiona el posicionamiento político que toma desde su medio de comunicación. Su condición de malvada no surge de sus preferencias ideológicas manifestadas abiertamente en las páginas de su diario. Al contrario, se muestra como “natural” que el dueño de un diario tome partido por un candidato. Los lectores siguen su publicación porque están identificados con los principios ideológicos que se difunden desde sus páginas.
Cuántas diferencias podemos encontrar con los diarios de mayor circulación de nuestro país, que se empeñan constantemente –aunque no lo logran- en ocultarse detrás de una prístina máscara de objetividad, independencia, transparencia informativa. Y lo peor, tratan de instalar algún candidato opositor no por ideales sino por conveniencia. Buscan –sin buenos resultados- al postulante que mejor le permita ejercer sus negocios sin control ni límites. Y los lectores terminan leyendo cualquier cosa.  

1 comentario:

  1. Lo que le faltó a Kay fue contar con un público idiota como el que hoy tenemos en el país, o sea, le faltó Menemización y un poco de Tinellización como condimento.

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