En esta semana, muchos medios hicieron gala de la peor actuación. No es que ahora se descubra eso ni que sea algo nuevo, pero en su desesperación, ni siquiera disimulan. Después del resultado provisorio de las elecciones primarias del 14 de agosto, trataron de instalar la idea del fraude, de la mano de los representantes de la peor oposición que se ha visto en los últimos veinti tantos años. Durante dos semanas impulsaron desde los titulares de las tapas de los principales medios la desconfianza hacia el escrutinio provisorio, sin preocuparse por respeto institucional alguno hacia una de las instancias fundamentales de la vida en democracia. El pico de esta andanada belicosa fue el cruce entre el Ministro del Interior Florencio Randazzo y un periodista del diario La Nación en el marco de una conferencia de prensa donde se anunciaba el resultado del escrutinio definitivo. El mayor cinismo: la respuesta es vista como un ataque. No hay posibilidad de diálogo ni de razón cuando desde un lado domina la enceguecida maniobra para desprestigiar a un gobierno. Que el título de una noticia contradiga su contenido es totalmente deshonesto y reprochable. Y también, poco profesional. Más aún cuando ese título está en tapa y tiene una difusión mayor que el cuerpo de la noticia. La mayoría de los lectores se quedan con el contenido del título. Cuando se hace un repaso de las tapas de los diarios en radio y televisión, se lee el titular, no la totalidad de la noticia. Por lo tanto, si el título miente, lo que se difunde es la mentira. Y ése es el reproche que hace el Ministro del Interior en la conferencia de prensa. Y el periodista, en primera instancia, se asume como responsable de la noticia y no del título. Después hace cualquier cosa. Sale a defender lo indefendible.
Como se ha dicho muchas veces en este espacio, lo que hacen es provocar. Llaman a gritos a un censor, como declaró Eugenio Zaffaroni en medio de la operación en su contra. Por supuesto que nadie en su sano juicio piensa siquiera en la instauración de una especie de tribunal de disciplina periodístico. Tampoco espera que estos medios hagan autocrítica y se rectifiquen de su mentiras y operaciones destituyentes. Lo que más exaspera es que se victimicen. Que se justifiquen con un extremo del cinismo. Que apelen a la libertad de expresión cuando es lo que menos les interesa. Una cosa es expresar una idea a partir del hecho y otra es presentar un hecho inexistente. Lo primero es un resultado natural de la democracia. Lo segundo es una mentira, lisa y llanamente. Y la mentira –no el error o la equivocación- es lo que debe desterrarse de los medios de comunciación. La mentira presentada como verdad es lo que socava la vida institucional de un país.
El otro hito mediático de la semana es el lamentable resultado del caso Candela. Culpar a los medios por el desenlace es un despropósito. Pero la participación que tuvieron a lo largo de los diez días en que la menor estuvo desaparecida merece una profunda revisión por parte de los actores. La transmisión casi en cadena durante horas de versiones, declaraciones, especulaciones, mentiras, hipótesis, filtraciones no aportó nada a la solución del hecho, sino todo lo contrario. Pero lo peor es haber explotado el suceso en función de la construcción de la inseguridad a la que son tan adictos muchos productos mediáticos.
¿Qué aporte a la comunidad han hecho con la cobertura del caso?¿Qué función cumple un notero que revela la intención de un operativo policial secreto que, por su difusión, está condenado al fracaso?¿Por qué un notero se asume como investigador policial cuando su función es simplemente informar?¿Cuál es el límite ético que tienen en un caso así?
Además, la presentación del hecho como un caso común de inseguridad es tener poco olfato o intenciones oscuras que evidencian su calidad de carroñeros. En un caso de inseguridad convencional, el blanco del delito puede ser cualquiera. Estos hechos se relacionan más con actores ocasionales y entra en juego la marginalidad y la exclusión. A mayor desigualdad social más posibilidades hay de que existan este tipo de delitos.
Candela no fue una víctima ocasional. Era un blanco seleccionado en medio de la trama turbia de una organización delictiva, un ajuste de cuentas entre bandas que existen por inoperancia o connivencia policial. En este tipo de casos, no hay azar y por lo tanto, son más evitables.
El delito social, ocasional se combate actuando sobre las causas de la exclusión. El delito profesional se combate con investigación, compromiso e inteligencia. En el medio de este caso aparece la funcionalidad de los medios, que tienen por costumbre naturalizar lo aberrante, más aún cuando benefician sus intereses corporativos. ¿Fueron funcionales a la solución del delito o a su fracaso?
En casos como éstos, los gerentes de noticias, propietarios de medios y demás actores de las cadenas informativas deberían acordar un protocolo para definir la forma de cubrir este tipo de hechos. Deberían saber que no es lo mismo el escándalo amoroso de una vedette que el secuestro de una niña de once años. No todo lo que ocurre en la sociedad debe ser “vendible” ni traducible en dinero. Alguna vez el periodismo deberá abandonar su avidez carroñera para afrontar con seriedad y compromiso su trabajo informativo. La sociedad desde hace mucho lo reclama, pero la sordera es monstruosa.
La farándula periodistica es y será lo que es en tanto y en cuanto no asuman el verdadero rol que cumplen dentro del sistema. Vender por vender se hace cualquiera y se dice lo peor. La función que cumplen ciertos medios nacionales es vergonsoza y sus cipayos provinciales son tadavía peor.
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