Cuando Homero escribió La Odisea no imaginó que uno de sus episodios trascendería los siglos para convertirse en metáfora social. El caballo de Troya, la estrategia para tomar la ciudad por sorpresa, aparece cada vez que, detrás de un gesto inocente y confiable, se esconde un peligro. Las tías de Mortimer, en la película Arsénico y encaje antiguo, de Frank Capra, encerraban en sus conductas simples y amables la actitud mortífera de sus licores especiales. En la historia de nuestro país –y también en la actualidad- hay numerosos intentos de caballos de Troya, algunos exitosos y otros que, afortunadamente, no llegan a buen destino. Unos, tan bien empaquetados que llegaron a convencer a la sociedad, aunque después la condujeron a la ruina; otros que, de tan obscenos, se desenvuelven antes de ser recibidos. Susana y Suar pertenecen a esta última categoría. De la Rúa, Cobos y un Cavallo propiamente dicho corresponden a los primeros.
Muchas veces, las estrategias mediáticas toman la forma del mito homérico, pues en un formato de aparente inocencia se esconde un coctel explosivo que puede inocular contenidos riesgosos en una parte de los consumidores. Detrás de la inocencia y la superficialidad de la diva de los teléfonos se advierte un conservadurismo cada vez más indisimulable. Mensajes políticos destituyentes y bestiales se entremezclan con premios y humoradas. Hace unos días, en un diálogo con Mamá Cora, el personaje de Antonio Gasalla, saltó un concepto inquietante. La anciana disfrazada le decía a la anciana camuflada de joven que ante la pérdida de interés por los hombres se iba a convertir en lesbiana. Este es un primer contenido bestial que se esconde en la inocencia del chiste. El segundo contenido bestial es la respuesta de la conductora: “antes de ser lesbiana prefiero… la muerte”. Precisamente, el humor juega con lo horrendo presente y algunos podrán decir que la contestación tiene un trasfondo educativo y no una actitud discriminatoria. Pero ella tiene acostumbrado a su cada vez más reducido público a la difusión de contenidos reaccionarios ante los cambios que se están produciendo en nuestro país. Basta recordar su escandalosa protesta por la imposibilidad de comprar dólares por no justificar el origen del dinero, en una clara muestra de evasión fiscal. Ese tipo de chistes con respecto a la elección sexual –legitimada por el matrimonio igualitario- tiene olor a naftalina, como los de judíos, negros, maricas o gallegos. Ya no causan gracia, pero preocupan por la persistencia.
Otro intento de caballo de Troya fue la extraña presencia de Adrián Suar en el programa exclusivamente político Palabras más, palabras menos, de la señal tenazmente opositora TN. Un no-político que habla de política en un programa político sin decir que habla de política es un trabalenguas impronunciable. Pero el contenido más fuerte –una de las críticas políticas más audaces y sutiles de que se tenga memoria- lo constituye la afirmación de que La Presidenta es “polkiana”. Esto quiere decir que CFK es más una gran actriz y no –como muchos pensamos- una excepcional mandataria. Y no es uno de los mejores directores cinematográficos quien lo dice, sino un hacedor de productos televisivos de gran éxito pero con escaso valor artístico. En la consideración de gran actriz, se esconde la profunda crítica política, que proviene de alguien que dice no hablar de política.
Estos dos ejemplos presentados no significan gravedad ni dramatismo y quedarán como intentos torpes de desandar nuestra historia. No ocurre lo mismo con De la Rúa. En pocos días se cumplirá el décimo aniversario del estallido social más impresionante y tiene al ex presidente como gestor y, por supuesto, como caballo de Troya. A fines del siglo pasado apareció en la escena política con la promesa de un gobierno transparente y serio en oposición a los escandalosos tiempos del menemato. No garantizaba grandes transformaciones, pero dejar atrás la corrupción, los negociados y la farándula política ya era un cambio en sí mismo. La imagen híbrida y equilibrada engañó a la mayoría y condujo al país a una quiebra económica y social injustificable.
El otro caso es el del futuro ex vicepresidente Julio César Cobos, quien prometió acompañar la gestión de Cristina pero traicionó de la peor manera en la primera oportunidad que se le presentó, cuando era necesaria una actitud de fidelidad y compromiso con un programa político del que decía formar parte. Con su voto “no positivo” –porque hasta en eso demostró mediocridad y cobardía- estuvo a punto de coronar la destitución de un proyecto que estaba produciendo importantes transformaciones en nuestro país. Y no conforme con eso, soñó con convertirse en líder de la oposición y también en ser el futuro presidente. Pero los sueños no tienen límites y, por fortuna, cuando no hay capacidad para concretarlos, se quedan sólo en eso. Ahora Cobos no es más que una sombra del caballo de Troya que pretendió ser y lo único que queda de sus peligrosos intentos es la madera de que está hecho.
Y el último caballo de este Apunte es Domingo Cavallo. Apologista convencido del neoliberalismo que engrosó la deuda externa de nuestro país cuando era presidente del Banco Central en tiempos de la dictadura. Gracias a él, la deuda de las empresas privadas se asumieron como públicas y se sumaron a la ya engrandecida deuda que el Estado había contraído con organismos internacionales. No conforme con eso este tecnócrata volvió en democracia de la mano de Menem para aplicar un experimento letal, la convertibilidad, que ilusionó a muchos argentinos con la idea de pertenecer al primer mundo. Cuando faltaba ya muy poco para concretar la destrucción y como la tercera es la vencida, retornó a la gestión ministerial para intentar la resurrección de su Frankenstein económico. Aunque no lo logró. Pero en estos días, con una muestra de soberbia incomprensible, afirma que volvería a hacer lo que hizo. Pero ya no hay lugar para este tipo de engaños. A fuerza de tantos caballos destructivos, los argentinos no creemos en regalos con contenido letal. Sobre todo, en aquellos que conservan el olor a bosta del pasado.
La inercia de un pasado tenebroso seguirá hasta que la sociedad comprenda cabalmente que esta transformación no pasa solo por el bolsillo sino por la conciencia y cuando ciertos tenebrosos personajes televisivos cómico-políticos duerman el sueño eterno dejándonos en paz para siempre. ¿Serán sufuciente cuatro años para que esto suceda?
ResponderBorrarPD: Muera Binner.