martes, 14 de febrero de 2012

Retroceder para avanzar

Europa exhibe para nosotros una película de nuestro pasado económico, social y político más cruento. La cara más salvaje de lo que explotó hace apenas diez años se está desarrollando en algunos países de la Unión. Eso sí, más acelerado, más sintético, como si fuese el trailer más que la película entera. Todo junto en poco tiempo: recortes, ajustes, jubilaciones, reformas, despidos. Hasta una forma de desmemoria en la condena a inhabilitación del juez Baltasar Garzón.  Las protestas en Grecia y las tímidas reacciones en España deben actuar como un recordatorio en estas tierras. Y pensar que algunos cráneos vernáculos llaman ajuste a la quita de subsidios a las tarifas de los servicios públicos mientras, a lo de allá, le dicen reforma; y se escandalizan por las colas que se forman para tramitar una tarjeta inteligente que permitirá subsidiar a las personas y no a las empresas; también dicen que el actual gobierno usa como pantalla la recuperación de la memoria histórica; que la actitud diplomática del equipo de CFK es igual a la guerra etílica del dictador Galtieri y que la causa Malvinas se agita para ocultar las cosas terribles que están pasando en nuestro país. Dicen tantas cosas que este ignoto profesor de provincias –que transita por sus casi extintas vacaciones- no sabe por dónde comenzar.
No hay que confundirse. Que las Islas Malvinas sean una promesa de riquezas para el Reino Unido puede explicar por qué no quieren devolverlas. Pero ése no es el motivo por el que queremos recuperarlas. En estos días se difundieron números sobre el potencial petrolero que rodea la zona, en el sentido de cuánto podemos perder en el saqueo. Malvinas significa mucho más que dinero: la soberanía no tiene precio. Por supuesto que el aspecto económico juega un papel importante pero el asunto no debe pasar por ahí solamente. Esta historia debe terminar bien porque todo conduce a ello. La Corona Británica, conducida políticamente por el ultra conservador James Cameron, parece más acorralada que nunca, señalada por el dedo de casi toda la Comunidad Internacional.
Después de las grandes celebraciones por la pequeña victoria que obtuvieron en 1982, la realidad asomará a la superficie para manifestar toda su crudeza. Entonces, estarán más débiles que nunca. Las presiones internas y externas conducirán al Primer Ministro a aceptar las resoluciones de la ONU para tomar asiento en una mesa de negociaciones y dialogar sobre la devolución de las islas. Porque es de lo único que se podrá hablar en esa instancia: de la devolución de las islas sin condiciones. No sea cosa que encima quieran cobrar indemnización. La única condición aceptable ronda por el futuro de los Kelpers, que de ninguna manera estará amenazado. Los recibiremos como hermanos o al menos como primos lejanos. Y si insisten con la inconsistente idea de la autodeterminación, bueno, que nos dejen poblarlas y estar en ellas durante los próximos 180 años y recién entonces “autodeterminamos” y todos contentos.
Los que no están contentos son los vecinos de Tinogasta. Mineros y anti mineros se turnan para cortar rutas mientras las autoridades locales guardan un prudente silencio para no desatar la furia. No es cuestión de demonizar la minería siempre. Entre el extremo ambientalista más ingenuo –fogoneado también por quienes quieren que esto fracase- y la extracción voraz que no deja nada en pie hay una gama de opciones que deben tenerse en cuenta. Desde la constitución del 94 los recursos pertenecen a las provincias y sus habitantes. La discusión entonces debe partir de ese punto. Toda acción emprendida por las autoridades debe apuntar al bien común. Por lo tanto, lo que se extraiga debe beneficiar a todos y no sólo a las empresas extractivas. Y no debe producir daño en el medio ambiente. La mega minería –sobre todo la que viene de la mano de las transnacionales- suele ser despiadada en sus explotaciones cuando lo hace en territorio ajeno. El debate debe conducir a una forma más racional de aprovechamiento de los recursos y con beneficios compartidos. En síntesis, que no destruyan todo y que dejen plata. Los noventa –con su impronta entreguista y saqueadora- ya pasaron, aunque quedan algunos exponentes pululando como moscardones.
Menem, por ejemplo. Aunque ya no tenga capacidad para producir daño ni ninguna otra cosa, su presencia –es un decir- como senador, en cierta forma, molesta, duele. Que no haya tenido condena por los estragos producidos en su tránsito por la presidencia es un insulto a la democracia. Que haya individuos que lo sigan coronando con su voto habla muy mal de la conciencia ciudadana. Que exista un partido político que lo contenga significa que no se entiende muy bien lo que ha pasado. Que no se guarde en un sarcófago –como ha hecho De la Rúa- es un cruel sarcasmo para nuestro presente.
¿Qué puede aportar alguien así más que cinismo senil? ¿Qué se puede esperar de alguien que, desde la impunidad más irracional confesó que si en el ’89 decía lo que pensaba hacer en el gobierno no lo votaba nadie? En internet pueden buscarse las imágenes del momento en que el Congreso de entonces regalaba el petróleo –entre otras cosas- al mejor postor. Celebraban. Aplaudían. Sonreían. Y algunos personajes como Dromi y Manzano justificaban –felices- la traición al patrimonio nacional. Ahora se está instalando la idea de la recuperación de YPF como petrolera estatal. Retroceder para recuperar, para avanzar. Desandar el camino de ese gobierno signado por la entrega de todos los recursos, de todas las garantías, de todas las ganancias. Duele que el artífice de todo eso esté hoy sentado en el lugar donde se deciden las leyes que deben desarmar el aparato destructor del neoliberalismo que reinó en los noventa. Algún amigo cercano debería aconsejarle que se guarde, por respeto a todos.
Más que nada, pensando a futuro. Todavía hay algunos sectores de la política que lo reivindican, que defienden el modelo de exclusión y saqueo que Menem llevó adelante; programas periodísticos que convocan a Cavallo no para humillarlo sino para lamer las suelas de sus zapatos; todavía hay individuos que no comprenden que esas políticas nos condujeron al abismo, con el empujón de la Alianza; Menem es un símbolo y lo que ocurre en Europa debe ser un recordatorio. Si la cárcel no lo alcanza para castigar tanta traición, el ostracismo podrá servir para agilizar nuestros pasos en este camino de transformación que transitamos desde hace unos años.

2 comentarios:

  1. Los que añoran a menem (la minúscula no es mala ortografía) no se equivocan, ellos viven de la desgracia ajena de la mayoría. Al maldito riojano lo vamos a tener que soportar hasta que Lucifer se lo lleve porque este es un país generoso... hasta la estupidez. Si todavía convivimos con la mayoría de los genocidas de la dictadura. Tan tontos somos que creemos que los piratas se van a sentar a negociar "COMO NOS DEVUELVEN LAS ISLAS", que tontería. Cuando lo hagan solo será un peñasco seco con un montón de Kelpers muertos de hambre.
    Que Dios (y Cristina) nos ayuden.

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  2. Hola:

    Muy bueno el blog. Excelente pluma. Un gran placer me produce leer estas notas.

    Pero, sin que te ofendas, permitime una pequeñísima corrección: No es James sino David Cameron

    Sigo leyendo y ya estoy apuntando el sitio en mis favoritos. Saludos.

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