El otoño floreció en Liniers. Mientras
Jorge Lanata desafía a las instituciones democráticas con su anticuado piyama e
innumerables cigarrillos frente a cámara, miles
y miles de jóvenes desbordaron el estadio de Vélez para actualizar su
compromiso con el futuro. El primer acto masivo del segundo mandato de La
Presidenta focalizó la atención del escenario político. No es para menos. Un acto bisagra, se podría decir. A
nueve años de las elecciones que consagraron a Néstor Kirchner como presidente,
con un porcentaje más bajo que el índice de desocupación de aquel entonces, era
necesario hacer una especie de memoria y balance; echar una mirada sobre el origen de este movimiento que desembarcó para
desterrar estructuras económicas, sociales y políticas anquilosadas y
destructivas. Un compromiso de acción que arribó para domesticar a los poderes
fácticos, para concretar sueños, para soñar nuevos sueños, para re-descubrir la
política, para andar de pie y no de rodillas. Un modelo que sacudió la modorra
de un pueblo que parecía derrotado; un relato
que saca de quicio a los poderosos de siempre; un proyecto que se improvisa
pero que no duda; una transformación que
deja sin palabras a los que insisten en oponerse y a los que se resisten a
entender. Después de la intervención de YPF y el proyecto de ley para la
expropiación del 51 por ciento de sus acciones aprobado en Senadores, hacía
falta un acto así, para mirar el camino recorrido y los kilómetros que nos
faltan, para saber cuántos somos los que transitamos por él, para comprender lo que debemos defender y
necesitamos conquistar. Pero sobre todo, para celebrar con felicidad por lo logrado y tomar fuerzas para lo que falta.
Mucho más que mil flores
florecieron en Liniers y la presencia
más notoria fue la de Néstor Kirchner. Fotos, fragmentos de discursos, clímax, hitos,
medidas. Todo en un video de unos quince minutos que estaba destinado a conmover, a emocionar, a
calentar el ambiente. Y, por cierto, lo logró. Dicen que un hombre, en la
calle, repartía un afiche de su propia creación con el perfil de Néstor y una
leyenda debajo: “juro que lo vi en
Vélez”. Estaba en pancartas, títeres, globos, caricaturas y banderas y
también en el corazón de todos. No hacía
falta recordarlo porque estaba bien presente. Por momentos, el acto se
convirtió en una dosis intravenosa de
energía a compartir. Sobre todo la de Cristina, que transformó el dolor de la pérdida en una fuerza imbatible. Recordó
aquel 27 de abril como el día en que “se
comenzó a construir, a partir de convicciones históricas, de principios políticos,
una historia” y “jamás permitiremos que la vuelvan a escribir
desde afuera o desde intereses contrarios a los de la Patria” remató, ante
la explosión de los asistentes.
“Qué Argentina diferente” exclamó CFK antes de enumerar los logros
alcanzados en estos nueve años; y sobre los primeros meses de su segundo
mandato, reflexionó: “pensar que cuando
hablé de sintonía fina empezaron a elaborar teorías sobre qué significaba, que
se iba a retroceder. Qué poco me conocen y qué poco conocen al pueblo argentino,
porque estas conquistas no pertenecen a una Presidenta sino a toda la
Argentina”. Y esta idea fue
remarcada muchas veces, pues lo que se está recuperando es el país inclusivo,
solidario, en constante crecimiento, que
no es la ambición de La Mujer que alcanzó a lucir dos veces –hasta ahora- la
banda presidencial sino una construcción colectiva que, como tal, necesita el
trabajo y el compromiso de todos.
Pero además, el discurso de La
Presidenta se transformó en una tentadora invitación para la juventud, la idea-fuerza sobre la que gira este
insólito proceso. “Las nuevas
generaciones son las que tienen que tomar la posta y la bandera –convocó- para seguir con los ideales de 200 años de
historia”. Junto con la imagen de la
voluntad, el compromiso y el sacrificio para alcanzar los objetivos, flotó
en sus palabras la célebre frase del último discurso de Evita ante su pueblo: “aunque
deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y
lo llevarán como bandera a la victoria”.
Sin dudas, Cristina estaba nombrando a sus herederos, tanto
en la mención general a la juventud como en la cuidadosa elección de los
sesenta invitados al palco, sobre todo, los que ocupaban las primeras filas. “Los verdaderos custodios de este legado histórico no somos los que
estamos en este escenario –confesó- Muchos de nosotros ya
estamos viejos. Los verdaderos custodios
son todos ustedes, que no van a permitir jamás dar un paso atrás en todo esto
que hemos logrado”. “Si ese
proyecto es el de un país que crece, que incluye, que protege, que brinda, que
repara –continuó- es entonces el camino que alguna vez soñamos
cuando éramos muy jóvenes. Ustedes
tienen una inmensa suerte de vivir en democracia plena, donde cada uno puede
decir, hablar y sentir lo que quiera, esto
es algo maravilloso”.
Y por si queda alguna duda de
ello, Cristina contó lo que sintió cuando un adolescente de trece o catorce
años le entregó una bandera de la agrupación en la que militaba. “Lo mejor que hemos hecho –remató- es la
incorporación de los pibes a la política. Lo mejor que hemos hecho es sembrar futuro. ¿Saben por qué? Porque no somos eternos”. Una gran
diferencia con el lugar al que estaban destinados los jóvenes en los posmodernos
y superficiales noventa, como sujetos de consumo y parámetro de belleza. Eran considerados
como puro fluir individual. Hoy la
juventud surge como una potencia transformadora y colectiva que se sumó a la
política de manera gradual, ante cada gesto transgresor del pingüino bizco, ante la inusitada voluntad
de la morocha. Hay dos momentos clave en este amor K: la rebelión de los estancieros y la muerte de Kirchner. El
primero permitió comprender una dirección; el segundo, recapitular un camino. Lo que es seguro es que cada vez son más
los que se suman a este presente militante para construir un futuro de
conquistas.
El lema del acto estaba escrito
en el atril desde el que hablaba, porque “son ustedes los que
tienen que seguir escribiendo la historia, su propia historia –explicó- Y para hacerlo, deben hacerlo bajo el lema con que fue convocado este
acto: Unidos y organizados para
profundizar la transformación”. No hay otra. Ya padecimos la división
que el establishment logró instalar en nuestras vidas y eso nos llevó a la
derrota, al fracaso, a sentir como una condena ser argentinos. Y como
muestra de esa unidad, CFK se refirió a la actitud de las principales fuerzas
opositoras en el proyecto de transformación de YPF. “¿Quién imaginaba –ni yo tampoco– el consenso de las principales
fuerzas políticas, a las que como presidenta les reconozco y agradezco el
apoyo, no al gobierno, sino al país,
al acompañarnos en el proyecto de recuperación de YPF? Gracias, es de bien
nacido ser agradecido”. Una buena
señal que indica que estas fuerzas están dejando de defender intereses
corporativos y seguir la agenda de los principales medios para comenzar a diseñar
también, desde sus diferentes estilos y concepciones ideológicas, un proyecto
de país.
Estos nueve años pueden considerarse de aprendizaje. Casi todos somos hoy diferentes. Aprendimos a recuperar valores, símbolos y
bienes; a conquistar inclusión y equidad; a enfrentar a los carroñeros que
pretenden alimentarse a costa de nuestro trabajo; a pensar en colectivo; a
crecer junto al otro; a considerarnos un conjunto y otear el horizonte. También aprendimos a combatir malezas,
zarzas y alimañas para que no destruyan el jardín que estamos poblando de miles
y miles de flores.
Muy bueno Gustavo. Lo voy a subir al blog en cuanto la Tormenta con Pañales me deje. Y tengo que elegir una imagen apropiada, o elaborarla... ¡Qué suerte tenemos de poder vivir estos años!
ResponderBorrarConmovedor, sin comentarios. Felicitaciones.
ResponderBorrar