Mucho se conjeturó en los Apuntes
Discontinuos de diciembre sobre la encerrona en la que estaba ingresando el
Secretario General de la CGT, Hugo Moyano, a tal punto que hoy parece no tener
salida. El desmedido enojo por el poco espacio
obtenido en las listas de diputados desembocó en un alejamiento cada vez más
irreversible de la Casa Rosada. Pero el distanciamiento no se ha producido
sólo con el equipo de La Presidenta. Hace un año, Moyano había convocado un
acto callejero para conmemorar el día del Trabajador, enorme, tan masivo que
alteró a todos los exponentes de establishment. Claro, en aquel entonces se
consideraba parte del universo K, y por cierto que lo era. Pero no como él
quería. Entonces, llegó el despecho,
después la distancia y más tarde la ruptura. Ruptura también con los
representados. Muchos dicen que el acto del jueves en Parque Roca estaba
planeado para medir fuerzas, aunque la convocatoria fue bastante específica y
acotada. Treinta mil personas calculan
los organizadores que escucharon a un Moyano que ya parecía sentirse ex
Secretario General. Con una fuerte presencia en el mundo sindical y
político de los últimos veinte años, con una potente historia de resistencia y
construcción, como una figura ineludible en el proceso de recuperación desde
2003, no tiene hoy el apoyo suficiente como
para celebrar el día del trabajador en un acto multitudinario.
Si la convocatoria del jueves fue pensada como competencia
del acto de Vélez o como muestra de presión política, nada salió como se
esperaba. Muy sindicalista para saltar a
la Gran Política y muy político para reafirmar su representación gremial.
Todos los intentos del camionero apuntaron casi desde la muerte de Kirchner a
disputar poder dentro del oficialismo, pero chocaron con una resistencia
comprensible. El estilo de Moyano se resiste a la obediencia verticalista
propia del peronismo, salvo que sea él quien lidera. Después del 54 por ciento
de octubre se presentaron dos opciones para el camionero: aceptar el liderazgo
de Cristina o romper con ella. Esto
último fue lo que decidió, a riesgo de coquetear con los más acérrimos enemigos
del Gobierno Nacional, a costa de apoyar a sectores que, en otros tiempos,
jamás habría apoyado, a fuerza de manifestaciones de ingratitud pública. Si
bien todavía no está solo, su otoño
está muy próximo.
Su notoria ausencia en el acto de asunción de Cristina no
amenazó siquiera con arruinar la fiesta. Ese faltazo se sumó al acto en el
estadio de Huracán, unos días después. Sin dudar, auguró “se vienen momentos en que los trabajadores vamos a tener que ponernos
firmes para defender nuestros derechos”, como si estuvieran, de alguna
manera, amenazados. Pero los augurios y
premoniciones todavía no están reglamentados y sólo se inspiran en las
intenciones maliciosas del nigromante. Y en aquel acto, también hubo
amenazas: “las organizaciones gremiales,
junto con sus trabajadores, tengan la firmeza suficiente para evitar que nos
rebajen los salarios o que nos impongan porcentajes absurdos”. En ningún momento se detuvo a pensar que
estaba construyendo a su enemigo ante las propias narices de quienes habían
votado a esa construcción. Y lo sigue haciendo.
Tal vez intente formar un partido político con raíces
sindicales, a la manera del PT de Lula, pero, enfrentado al kirchnerismo, será sólo una pequeña fuerza testimonial.
Así y todo, deberá hacerlo por fuera de la CGT para tener posibilidades de
expandir sus fronteras programáticas con el fin de lograr algo más de adhesión.
En el caso de lograr la renovación de su mandato como Secretario General, tal vez abandone sus sueños personalistas e
intente retornar al oficialismo haciendo valer su legitimidad representativa.
O quizá no; si insiste en transformarse en una oposición sindical a pesar de
las conquistas logradas por los trabajadores en los últimos años, la recuperación
del empleo, el incremento del consumo, entre otras, quedará cada vez más solo. Es que estos tiempos exigen construcciones
colectivas, no individuales. Son tiempos para sumar y multiplicar, no para
restar o dividir. Si Moyano no comprende esto, se convertirá en un leve
dolor de cabeza para CFK durante un tiempo y
después será recuerdo, porque su poder de fuego o de construcción no alcanza
para producir un drama.
El acto del jueves en Parque Roca fue otra muestra más de que
no hay reconciliación posible. Aunque fue planeado para anunciar un acuerdo con
el Gobierno de la CABA para indemnizar a 7000 trabajadores despedidos de una
empresa de recolección de residuos, en su transcurso hubo mucho más que eso. Pensado como efecto opositor, no pudo
eludir el clima festivo por la recuperación del 51 por ciento de las acciones
de YPF. Y ante los cánticos de los asistentes, no se atrevió a cuestionar
una medida que seguramente debía estar entre sus reclamos. Por el contrario, se vio en la obligación de respaldarla.
Muchos dudan –él inclusive- de la posibilidad de continuar al
frente de la CGT sin el oficialismo, que apoya al metalúrgico Antonio Caló. Que desde la Rosada impulsen a un
representante obrero en lugar de uno de servicios puede explicarse por el
crecimiento de la actividad industrial. “Ya ganamos –gritó el camionero con cierta resignación- por el solo hecho de poner nervioso al
poder” y remató “no me interesa ser el candidato de un gobierno de turno. Soy el candidato
de los trabajadores”, a pesar de que
no haya pensado en un acto para celebrar su día. Porque eso sobrevolaba el
ambiente y tuvo que explicar que si se hubiese propuesto organizar un acto para el 1º de mayo,
“no hay estadio que nos hubiera podido contener
a todos” porque se habría “duplicado
la cantidad de trabajadores y no íbamos a poder entrar”, aunque no aclaró
en dónde. Sólo una amenaza, porque no lo
concretó.
Hugo Moyano se encuentra en un laberinto del que no podrá
escapar por arriba. Sus ambiciones políticas le impiden aceptar sus propias
limitaciones. Muchos de sus
representados lo toman como un emblema, pero no como un líder. Para
recuperar poder debe renovar en la CGT, pero si renueva en la CGT no puede
saltar a una representación mayor. La
ruptura con el gobierno nacional puede convertirse en una condena al ostracismo.
Más allá de sus reclamos –impuesto a las ganancias y la deuda con las obras sociales- Hugo
Moyano se está alejando de un movimiento que ha recuperado la autoestima
individual y colectiva de un pueblo que se creía humillado y que va por más.
A tal punto que ni siquiera ha pensado en un acto por el día del trabajador para
celebrar las conquistas y reclamar lo que falta. Para él, sólo es factible
construir desde la protesta, como si no hubiera aprendido de la experiencia de
octubre. Un episodio más de los que, por
poner piedras para torcer el rumbo, quedarán abandonados al costado del camino.
Moyano se ha convertido en un nuevo columnista de TN. El olvido es su único destino.
ResponderBorrarMuy buena entrada.