En estos días, Juan Carr, de Red Solidaria, afirmó que el
hambre en Argentina ha disminuido notablemente, a tal punto que “es el momento en nuestra historia como país
en que a menos argentinos les falta la comida”. De acuerdo a los datos de
esta ONG difundidos por la agencia oficial Télam, “de cada 23 personas, una no
tiene la comida garantizada, mientras que en América Latina, una de cada 14
y en el mundo, uno de cada 7”. Dicho de esta manera, las cifras son
significativas, pero insuficientes. Esto
sugiere que sobre 40 millones que somos, hay casi dos millones que no tienen
satisfecha una necesidad básica como el alimento, algo que, en nuestro país,
brota hasta de las piedras. No es para celebrar, sino todo lo contrario.
Según Carr, el logro es mérito del Estado Nacional, Provincial, de las
municipalidades y de las instituciones privadas que “asisten el tema del hambre”. Si
hay tantos involucrados en este asunto y tantos recursos disponibles, que
queden personas con hambre en nuestro país -y en tan impresionante número-
indica que las cosas no se están haciendo tan bien como debieran. Y más
aún, con los plazos en que se plantea el Hambre Cero. “Tanto para el sector público y privado hay una enorme unidad en este
tema –explica Carr- a todos les
parece que el hambre puede terminar en unos años”. Con las transformaciones
profundas que se han realizado en nuestro país en los últimos nueve años, ése
debería ser un problema ya resuelto o con inminente resolución. No hay paciencia que alcance en estos
temas.
Pero señalar estas cuestiones no invita al retroceso, sino
todo lo contrario. En nuestro país el hambre debería ser inexistente, no por el
accionar de los organismos e instituciones que se dedican al reparto de
alimentos, sino porque los recursos de los que disponemos deben estar mejor
distribuidos. Mientras muchos protestan
porque no pueden adquirir dólares, presionan por una devaluación del peso o
lloran por el revalúo fiscal de sus redituables tierras, hay dos millones de
personas con hambre. Algo parecido a la vergüenza deberían sentir. Y un
poco de culpa también. Porque la pobreza
de los muchos es consecuencia de la riqueza de los pocos. Y lo peor es que
quieren más, todavía. La avaricia no tiene límites. La angurria carece de
ética. La especulación no se conmueve ante nada.
La Presidenta, en uno de los actos de esta semana, ratificó “la economía social de mercado como política
de Estado y generadora de empleo”. Con la entrega del crédito 250 mil del
Programa Nacional de Microcrédito para la Economía Social, señaló que los 525
millones de pesos beneficiaron a 175 mil unidades productivas y generaron 275
mil puestos de trabajo. “Tenemos, no una
Argentina justa –explicó CFK- pero sí
más justa que la que teníamos en 2003”. “Falta
mucho todavía –agregó- lo importante es saber lo que falta y saber
cómo hacerlo. Para lo primero
siempre hay anotados. Para lo otro, no tanto, porque hay que saber cómo
hacerlo”. Y para aquellos confundidos que piensen que estamos entrando en
un comunismo autoritario, Cristina señaló que algunos dirigentes “se olvidaron de la premisa fundamental del
capitalismo, que es entender que la necesidad del capital es la de vincularse a
la producción y el trabajo”. Por
supuesto, siempre y cuando el salario de los trabajadores alcance para mucho
más que satisfacer las necesidades elementales.
Y para ello, empresarios y productores deben comprometerse
con el crecimiento de la economía con inclusión y redistribución. Nada de
especulación, nada de desabastecimiento, nada de sobreprecios. Mucho de control
por parte del Estado para que las reglas sean cumplidas. El país es de todos y
no de unos pocos. Y no es mala idea que
los que ganan muchísimo sin demasiado esfuerzo empiecen a ganar un poco menos
–no perder- para lograr que los que están más abajo empiecen a subir algunos
escalones. Solidaridad bien entendida, que se llama. Si la desigualdad es
un problema, debe superarse con el serio compromiso de todos. Porque falta mucho y no nos podemos detener
a discutir a cada paso con los individualistas de siempre.
Individualistas como los que pujan por el dólar y protestan
por la idea de comenzar a pensar en pesos la economía doméstica. Minoritarios
pero molestos como moscardones y más dañinos, no dudan en hacer correr
cualquier rumor desde los titulares, micrófonos o cámaras con el objetivo de
que la moneda verde se incremente en unos centavos. Los estancieros, que
siempre protestan por las retenciones, retienen sus porotos a la espera de que
la cotización se dispare para incrementar sus ganancias. A riesgo de perder lo
acumulado en los silos. Después se quejarán porque, como usan insumos
importados, todo les sale más caro. Si
fuera por ellos, tendríamos un dólar a un peso para importar y a veinte pesos
para porotear. Y eso sí, nada de aumentar impuestos, porque entonces sí se
va a oír su solidaria voz de protesta.
Aunque el dólar como inversión no ha dado grandes ganancias
en los últimos nueve años, resulta muy elegante
tener ahorros verdosos en colchones o cajas de seguridad. No es lo mismo el
precio de una propiedad en dólares que en pesos. El peso parece tan pobre que
la propiedad se desvaloriza. Hasta un chicle parece más rico si le lo compra en
dólares. Un abogado, Julio César Durán, presentó un amparo porque no pudo
comprar 10 dólares para sus nietos por impedimentos de la AFIP. En el país colectivo que estamos
construyendo, la desesperación por la moneda norteamericana es una amenaza de retroceso.
“Solamente el 11% de los argentinos
atesora en dólares –afirmó el senador Aníbal Fernández- el resto no tiene nada que ver con este
tema. Hay que tomar políticas que nos comprendan a todos y nos den soluciones
parecidas”. El ministro del interior, Florencio Randazzo, explicó que las
medidas de intervención en el mercado de divisas “son para defender el valor de la moneda argentina y el bolsillo de los
argentinos” y agregó que al Gobierno Nacional “no le preocupa el dólar paralelo, sino que la Argentina siga
creciendo”.
Algunos, llegan a decir que las medidas para desdolarizar la
economía afectan la libertad de los ciudadanos. Libertad para especular, para
fugar, para boicotear. El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo
Lorenzetti precisó que “si alguien se
siente afectado en sus derechos, puede recurrir a la justicia […] pero nosotros no podemos adelantar cuál es
la decisión porque además los casos pueden ser muy diferentes”. El diputado
nacional Carlos Heller calificó como positivas las medidas adoptadas en el
mercado de divisas desde el último semestre de 2011 y consideró que “apuntan a ir desarmando esa cultura
‘dolarizadora’, fortaleciendo el modelo instalado en el país desde el 2003”.
Sin embargo, los propaladores de estiércol -que han tenido un
papel muy destacado en la distorsión monetaria en los últimos treinta años-
siguen intentando bombardear nuestra economía con la esperanza verde. Como la cotización del dólar es tan importante
para la gran masa del pueblo, nada dicen
de los avances que se están produciendo en los juicios a responsables de
delitos de Lesa Humanidad en la última dictadura. Y están desesperados.
Muchos de los grandes empresarios han incrementado sus fortunas en aquellos
tiempos por colaborar con los planes de exterminio desde mediados de los
setenta. O a la inversa, ese modelo
económico que los enriqueció necesitaba el exterminio. Ideólogos del
horror. Y verlos en el banquillo, envejecidos pero no enternecidos, es una
contribución enorme a la construcción de un país más justo. Pero la Justicia
también debe ser presente. Si los
sectores más importantes de la economía no entienden que deben respetar las
leyes y acompañar la consolidación de una economía para todos, deberán atenerse
a las consecuencias. Las que sean.
Todo muy bien, pero lo lamentable es que dirigentes K, como Anibal Fernadez, tengan (reconocido) sus ahorros en dólares y que declaren que no piensan cambiar y porque se le antoja (cita textual). Y no es el único...
ResponderBorrar(La nota figura enm la sección noticias del Yahoo.ar)
Si. Esa contradicción surgió después de la publicación de este texto. Ellos, que son los impulsores de la desdolarización son los que tienen cuentas dolarizadas. De cualquier modo, una cuenta en dólares no quita de circulación esa moneda, a diferencia de las cajas de seguridad que sí lo hacen. Tira para atrás la situación, pero no es para tanto
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