Las protestas del jueves sacudieron la modorra de la escena
política, más allá de las histerias y las matemáticas antojadizas. Muchos o
pocos, se hicieron notar. La gente, la sociedad, los argentinos, los ciudadanos
son distintas maneras de objetivación a las que apelaron los oportunistas de
siempre. Caceroleros, gorilas 2.0, golpistas, clarinistas fueron las diferentes
etiquetas que pusimos los del otro lado. Porque
es así, hay un lado y otro lado. Los unos quieren un país y los otros, otro. Y
los dos países son inconciliables, como podrá verificarse con una recorrida
apretada por la historia de nuestro país. Y el autor de estos apuntes está muy
lejos de suponer que esos dos proyectos se encuentran en polos absolutamente
opuestos. Al contrario, comparten una
franja estrecha de un espectro ideológico que no se aparta de los principios
del capitalismo. Con matices, claro.
El kirchnerismo propone un capitalismo amigable, con un
creciente control de la economía, con un disciplinamiento basado en el
compromiso social de los empresarios, con tímidas apelaciones a la
responsabilidad tributaria y con una lenta pero constante redistribución del
ingreso. A pesar de algunas
contradicciones, el proyecto en curso ha alcanzado reducir los índices de desocupación,
pobreza e indigencia y sobre todo, la desigualdad entre el diez por ciento
más rico y el diez por ciento más pobre, que ha bajado a la mitad. En 2001, después de la crisis, los más
ricos ganaban treinta veces más que los más pobres. En cambio, hoy los más
ricos ganan quince veces más que los más pobres. Y aunque todavía falta
mucho, esto es un buen argumento para pensar que vamos por el buen camino.
Desde hace un tiempo, los que se oponen al Gobierno Nacional
se autodenominan el 46 por ciento y en eso basan su fortaleza. Sin embargo, es
difícil de sostener esa idea. Ese 46 por
ciento es sólo una suma de porcentajes variados que no alcanzan la unidad, ni
la alcanzarán nunca, salvo que apelen a un cóctel de compleja digestión. Porque
en esa paleta porcentual hay de todo, sin otro objetivo común más que desterrar
al kirchnerismo. A la hora de presentar un programa de gobierno ante la
sociedad, seguramente apelarán a generalidades que no constituirán una
trayectoria. Ese 46 no comparte la misma idea de país. Y es lógico que eso
ocurra. De un lado está el país
propuesto por el kirchnerismo y todos los que lo apoyamos; del otro lado están
los que ocultan el país que quieren porque no se atreven a describirlo; en
el medio, están los desmemoriados, los asustadizos, los desclasados, los
turistas, los oscilantes, los distraídos, los veletas y los nostálgicos
perpetuos de cualquier momento menos del presente. Ah, y están también los que
dicen que tienen que volver los militares para
poner orden, aunque uno no sabe
en qué sitio meterlos.
Los que se animaron a
capitalizar de manera despiadada la movida del jueves pertenecen a las
no-fuerzas no-políticas que no juntan ni para un torneo de truco. Y, con un olfato tan afinado como
el de Ernesto Sanz, sólo Esteban Bullrich, el ministro de Educación porteño, se
animó a hablar de algo concreto: la AUH. Claro, en medio de las protestas
callejeras, aparecieron expresiones de rechazo a esta medida que muchos todavía
no alcanzan a comprender. No es un plan,
un subsidio ni una dádiva, sino un derecho que cada niño tiene a recibir lo
básico para su crecimiento. Para los confundidos, es el equivalente al salario
familiar que reciben los empleados registrados, pero para los que trabajan de
manera informal o están desempleados. No es “una
política del fracaso”, como señaló el ministro macrista, sino de inclusión, palabra de inalcanzable comprensión
para los que siempre han estado más que incluidos. Y como contraprestación,
los menores beneficiados deben asistir a la escuela y cumplir con los controles
sanitarios.
Ante el reciente incremento de la asignación, Bullrich
declaró que “genera un problema para toda
la sociedad”. En principio, que en
un país como el nuestro haya pobreza, es una vergüenza y solucionarlo debe ser
un compromiso de toda la sociedad. Pero no conforme con esto, el ministro
advirtió que, en el hipotético caso de
que Macri alcance la presidencia en 2015, dejaría sin efecto la AUH, en
función de propuestas de trabajo quizá ligadas a la flexibilización o cosas
peores. Esa es la interpretación que
hizo del último cacerolazo y es el modelo de país que propone. Para evitar
confusiones, el otro lado.
Y eso que el ministro de Planificación, Julio De Vido aseguró
que “no hay ningún dirigente político que
se anime a ponerse al frente de esas consignas contra la Presidenta y contra
este modelo inclusivo que lleva adelante”. El diputado bonaerense, Fernando
Chino Navarro, advirtió que “no es prioritario
para la Presidenta ni para nadie del Gobierno, ni para nadie que piense
sensatamente en los destinos de la nación ver cómo resolvemos el problema de
los dólares para viajar en vacaciones”. Y menos aún, faltó decir, a costa de abandonar las medidas de inclusión que
se están llevando adelante.
En medio de su transitar
oscilante, el socialista Hermes Binner aseguró que si el Gobierno “no atiende las demandas de la gente, las
protestas van a volver con más fuerza que el jueves pasado”. Esto, sin precisar si las demandas son
tales, o sólo excusas. Pero, apelando como siempre a las abstracciones
republicanas, agregó que el kirchnerismo “está
transformando un sistema presidencialista en un sistema hiperpresidencialista
con tendencia hegemónica” y que por ello “va en sentido contrario de lo que la gente quiere”. Y ahí está la
clave y también la trampa. Lo que Binner
llama arteramente hiperpresidencialismo es ni más ni menos que el Estado
presente como control de las bestias y armonizador de las relaciones, amparando
siempre a los más vulnerables. Lo que muchos detractores llaman el “Estado Paternalista” o cosas peores.
Que es lo que molesta, de más está decir. Por supuesto, por no cargar torpezas
sobre torpezas, nada dirá este ignoto profesor de provincias sobre la poco
feliz frase “en sentido contrario de lo
que la gente quiere”. Precisamente
él, que porta tan sólo un 17 por ciento de aceptación en declive.
Estas minorías que se expresaron
de manera legítima en las protestas del jueves culinario exigen ser escuchados
en sus demandas. Pero a la vez, no son
capaces de escuchar las razones de las medidas que tanto molestan. Muchos
de los que tuvieron un micrófono expresaron ideas en contra de la Cadena
Nacional. Los que reclaman ser
escuchados no son capaces de escuchar. Que las minorías no se dispongan a
escuchar a las mayorías es una ecuación de difícil resultado. Un gobierno
democrático es de mayorías, con respeto del derecho de las minorías. Pero
minorías vulnerables, no poderosas. En
este caso, son esas minorías las que no respetan a las mayorías.
Mientras tanto, el FAP comenzará
este fin de semana con su campaña de recolección de firmas para evitar la
reforma de la constitución que habilite un tercer mandato de CFK. No quieren
que Cristina se eternice en el poder. Claro,
nadie junta firmas para cortar con la permanencia eterna de los que pretenden
gobernar el país desde las sombras de sus infectas madrigueras en su propio
beneficio. Esos eternos a los que nadie vota, no molestan a estas nobles
fuerzas republicanas.
Quisiera que pases a ver un Apunte que puede que enriquecer un debate tras lo que decís, abrazo grande, muy bueno el análisis para pensar.
ResponderBorrar