Los discursos de Cristina nunca son de ocasión ni de
catálogo. Siempre dejan huella en quien los escucha. Tal vez por eso hay muchos que tratan de negar su palabra, porque temen
ser convencidos por las ideas que han transformado nuestro país en tan sólo
nueve años. Algunos no entienden y otros no quieren entender. Sin embargo,
no hay nada que sea incomprensible. Dos caminos se plantean en cada discurso
presidencial: tomar medidas para beneficiar a unas minorías o para beneficiar a
las mayorías. No hay siquiera un
posicionamiento ideológico opuesto en los dos planteos; tan sólo de
destinatarios. En todo caso, hay diferencias de recorrido. El primero es el
conocido modelo del derrame –en realidad, es un goteo- que muchas veces ha
terminado siendo un drenaje, pero inverso. El segundo, busca fortalecer la base
social a través de una lenta, pero constante redistribución del ingreso. El crecimiento, en este último modelo, se
da de abajo hacia arriba, como debe ser todo crecimiento. Si se contiene la
avidez de los de arriba, se producirá una mejora en los ingresos de los de
abajo. Y para garantizar eso debe estar el Estado. Pero eso es lo que más molesta: que el Estado intervenga en la economía
para proteger a los más vulnerables. Entonces surgen las consignas que
sentencian el clientelismo, el gasto público, la inflación, el dólar, las fronteras cerradas, los planes, los terrenos para las mucamas y demás
expresiones de asco hacia el ascenso social. En tan sólo dos días, CFK propuso al mundo cómo superar la actual crisis
económica global, con la convicción de que sólo puede revertirse a través de la
acción política.
Si no es una heroína, se parece bastante. La Presidenta habló de la crisis desde el
lugar en donde se cocinan todas las que el mundo ha vivido. Primero, en la Asamblea
de la ONU, donde realizó duros cuestionamientos a las recetas recomendadas por
el FMI. Allí defendió la soberanía
económica argentina conquistada con mucho esfuerzo después de la crisis más
profunda que ha tenido nuestro país en sus doscientos años de historia.
Pero además, instó a todas las naciones afectadas a apelar a la política para
evitar que el saqueo producido por los capitales financieros especulativos no
afecten más a los ciudadanos. Y aunque
evitó por todos los medios posibles poner a nuestro país como ejemplo, destacó
los logros alcanzados en nuestra economía doméstica. Lo más importante, la
reducción de la deuda, que pasó de representar en 2003 un 160 por ciento del
PBI a estar en la actualidad en sólo un 14 por ciento. Y eso gracias a un crecimiento sostenido a lo largo de nueve años, como
nunca antes había ocurrido.
En los días subsiguientes, la cátedra continuó, aunque se
modificó el escenario. La universidad de Georgetown recibió a CFK en una
distendida charla con un grupo de estudiantes para inaugurar un espacio en el
que Argentina será el objeto de estudio. Por eso comenzó con la historia y
sostuvo que la batalla de Caseros terminó con un período de industrialización
incipiente -el de Juan Manuel de Rosas- para dar paso al modelo agroexportador
que muchos intentan reinstalar. En los
cuarenta minutos de su exposición hizo un apretado recorrido por la historia de
nuestro país y las relaciones con Estados Unidos, las nefastas y las no tan
malas, como la preocupación del presidente Jimmy Carter por las violaciones a
los derechos humanos durante la última dictadura.
En ese
ámbito académico, Cristina definió al golpe del ’76 como el momento en que
comenzó “la decadencia, se profundizó la
desindustrialización y se gestó la gran crisis que haría implosión en 2001”. Crisis a la que contribuyó el Consenso de
Washington, pergeñado por los neoconservadores en 1989, basado en la desregulación
de los mercados. “La regulación
siempre existe –explicó CFK- o la
hace el Estado o la hace el mercado. O el Estado o los grandes conglomerados
económicos y mediáticos”. Y algo de eso se notó. Las preguntas que los
estudiantes hicieron, tanto en Georgetown como en Harvard, estaban notoriamente
influenciadas por los medios argentinos con hegemonía en decadencia. Todos
los titulares que siembran la desconfianza y el desánimo aparecieron con forma
de interrogación. “Una cosa es
saber, porque nos transmiten saberes para ser abogados o economistas, o
médicos, y otra es comprender y entender –sintetizó La
Presidenta- Algunos saben todo y entienden poco. Otros saben menos y, quizá por
estar menos contaminados, entienden más”.
En Harvard fue más evidente la
influencia de los medios. Claro, muchos de los jóvenes elegidos eran
argentinos. Y no cualquiera puede
acceder a estudiar en una universidad como ésa. El cepo cambiario, las
conferencias de prensa, la inflación, la re re, el crecimiento patrimonial
fueron algunos de los tópicos abordados con la forma de preguntas, después de
una síntesis de los logros del modelo expuesta por La Presidenta. “Me siento un privilegiado por ser uno de los pocos argentinos en
poder hacerle preguntas...”, comenzó, con ironía, uno de los
muchachos vip. Quizá deba considerarse
un privilegiado por estudiar allí y no por poder hacer preguntas. Pero sin
pensar en eso, Cristina respondió que su obligación es gobernar y “no estar dando conferencias todos los días”.
Además, cabe aclarar que la insistencia instalada por la prensa opositora
no se basa en la necesidad de buscar información sobre los actos de gobierno.
El “queremos preguntar” que inauguró
Jorge Lanata en su programa algunos meses atrás no tiene otro objetivo más que sembrar desconfianza en la relación de La
Mandataria con los ciudadanos.
Detrás de ese slogan no hay otra
cosa más que la intención de recuperar el condicionamiento que los exponentes
del poder fáctico han perdido. Porque parte del periodismo ha abandonado ya su
rol inicial de representar al ciudadano indefenso ante los poderes del Estado.
Desde hace mucho tiempo, algunos periodistas vienen ocupando el rol de voceros
de los grupos económicos que han producido tanto daño en nuestra historia
reciente. En todo caso, en esas conferencias
de prensa que tanto reclaman, no importará la información que puedan recabar
sino el escándalo que logren generar los cronistas más consustanciados con los
intereses de las minorías. Pero a fuerza de propalar estas instancias
informativas como si fuesen un derecho constitucional, han conseguido que muchos individuos la adopten como demanda en sus
rituales caceroleros.
Y aunque suene exagerado afirmar
algo así, estos esbirros culinarios son muy manipulables. Una sola chispa los convierte en una antorcha que deambula de aquí para
allá tratando de incendiar a quien se le cruce. Esta semana, el blanco fue
el licenciado Guillermo Moreno y sus modos poco
galantes. No fue tan importante el escrache en cuanto al número de
participantes sino a su virulencia. El
clima comenzó a gestarse desde el domingo con el informe de Jorge Lanata sobre
las supuestas amenazas y abuso de autoridad contra la despachante de aduana
Paula de Conto. Como la causa iniciada en la Justicia cayó por sorteo en
las oficinas de Oyarbide, hacia allí fueron las cacerolas para expresar su
descontento. Pero Moreno también tiene otra denuncia por un entredicho que tuvo
con Sandra González, titular de Adecua, en una reunión para evaluar la conducta
ética de las asociaciones de consumidores. Y entonces, se gestó el escrache. El clima se volvió denso por los mensajes
que circularon por las redes sociales, que casi podrían interpretarse como amenazantes
y mafiosos. Por eso, el Ministerio de Justicia, encabezado por Julio Alak,
presentó una denuncia penal contra algunas personas que operaron en la
organización de la protesta frente al domicilio del Secretario de Comercio,
Guillermo Moreno. Pero los ideólogos de
todo esto son los titulares que han bombardeado al funcionario al punto de su
demonización. Claro, su función es controlar a las bestias, que se resisten
y tiran dentelladas. El 7 de diciembre está próximo, pero dará tiempo para que
esta terrorífica mini serie exhiba unos cuantos capítulos más.
Gustavo, lo que desearía es que Cristina tenga a alguien que ayude y ella se deje escuchar sobre la parte comunicacional del Gobierno. Scoccimario es solo un prensero, que podría ser bueno para ser vocero de De Vido pero no para manejar la parte comunicacional de un Gobierno que esta decidido a enfrentar a estos enemigos locales, traidores, los Magnetto y sus secuaces, que tienen de patrón a un enemigo estratégico que son, como me gusta definirlas, estas 101 familias que ponen y sacan presidentes en todo el mundo.
ResponderBorrarLa clase media argentina, es decir, la puta de Buenos Aires, la que se separó de sus hermanas en 1853 por orden de Mire, el mentor del diario LA Nación y la historia oficial, traidores a los intereses nacionales, funcionales a Inglaterra y su hijo natural, los Estados Unidos, son muy suceptibles, acomplejados, brutos, mezcla de hijos de puta con boludos y Cristina o el presidente que se anime a enfrentar al Imperio no puede hacerse goles en contra, tener a tipos como Abal Medina que no suman y patean en contra, nose si me entiende o me explico Gustavo. Son hijos de puta, y los que ven a Lanata, esa rata mercenaria, hacen el juego a otros intereses que no son los nuestros como país. Abrazo
Creo que el equipo de La Presidenta funcionará bien, siempre y cuando siga teniendo el creciente apoyo de todos nosotros. Los bestias que no entienden quedarán en soledad. Esta es una oportunidad única para construir un país como nos merecemos. Abrazo y gracias por tu comentario
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