A poco de andar este nuevo año,
nada indica que el Cambio vaya a cambiar.
Por el contrario, insistirán con el ajuste, el inexplicable endeudamiento y la
brutal transferencia de recursos hacia los que más tienen: el tortuoso camino sugerido por un GPS enloquecido que ha fracasado
incontables veces en conducir a los pueblos hacia algún destino agradable.
Que el uno por ciento de la población ostente el 50 por ciento de la riqueza
mundial es un indicativo de la
desigualdad inherente al capitalismo salvaje que se instaló en occidente
desde principios de los ochenta: un
modelo que enriquece más al que especula, extorsiona, saquea y evade que al
que produce bienes tangibles. Pero el que busca una explicación para el descalabro de las góndolas o a su
destino de desocupado en las pantallas de televisión no encuentra motivos tan
distantes. Apenas unas fábulas cortitas que le permitan admitir que la bonanza del pasado ahora es pesada herencia y las penurias del presente, el camino imprescindible para llegar
a un paraíso muy lejano.
Si un espécimen del público
cautivo espía los diarios hegemónicos y logra superar la tapa, descubrirá que
el blindaje pierde su espesor y permite
vislumbrar las fotos menos brillantes de la ceocracia gobernante. Si aborda
la lectura de las columnas de opinión, se topará con un panorama que no verá en
las imágenes de un canal informativo de cable. Hasta encontrará suaves críticas a la gestión y denuncias de
opacidad inimaginables durante la campaña. Sin enojos ni gritos de indignación,
por supuesto, sino como educativas
reprimendas a un niño travieso. Lejos, claro está, de las intenciones
destituyentes que vivificaron la tinta
durante el gobierno de Cristina.
Ahora, los más osados escribas de las filas del
establishment adoptan la pose de la
equidistancia, que les permite sugerir correcciones al recorrido actual sin dejar de criticar ferozmente el
proyecto anterior. Una versión reciclada de la teoría de los dos demonios como una forma de adulteración de la memoria colectiva. Si algún
funcionario amarillo es descubierto en alguna trapisonda, sacan a relucir un caso similar ocurrido durante el ciclo K, aunque
haya sido desechado en el retorcido sendero de cualquier tribunal. El mismo
mecanismo es utilizado cuando los números no son favorables o las torpezas son
evidentes. El resultado es una insólita
posición estrábica que adopta la fórmula “esto es terrible pero con Cristina era peor” o “esto que hace Macri es malo pero Cristina
hizo lo otro”. En tiempos del kirchnerismo pasó de todo,
desde inundaciones hasta incendios forestales, corridas cambiarias y rebrotes
inflacionarios, piquetes de pobres y de ricos, desbordes represivos y
rebeliones policiales. Pero en doce años.
Con el Gran Equipo estamos viviendo un
resumen Lerú de la tragedia argentina sin el crecimiento, la
industrialización, la reducción de la desigualdad y las miles de toneladas de
cemento en obras públicas que sí hubo
durante el gobierno de Cristina. La equidistancia es un cómodo sillón para
abuchear a los actuales gobernantes sin aplaudir los pasos que permitieron
construir la Década Ganada.
El
límite de los ajustados
Ahora todo es distinto porque
estamos integrados al mundo. Tan integrados que el Ingeniero decidió no asistir
a la Cumbre de Davos. Quizá se agotó el entusiasmo triunfalista del año pasado o la vergüenza internacional
por los Panamá Papers y la cuestionada
detención arbitraria de Milagro Sala le inhiban de pavonearse por el foro
de empresarios. Que el escándalo por las supuestas coimas recibidas por el director de la AFI y hombre de confianza de
Macri, Gustavo Arribas llegue a las
páginas de los diarios europeos es otra explicación posible para desistir
del coqueteo con la élite mundial. Si Ellos –que son los dueños del país-
dicen que estamos más integrados que antes, habrá que creerles.
Eso sí: no es el mejor de los mundos. Para ingresar a él tuvimos que
renunciar a los aranceles por importación y permitir que ingrese hasta lo que acá nos sobra; endeudarnos por
más de 60 mil millones de dólares para alimentar
la especulación y la fuga de divisas;
permitir que las empresas trasnacionales remitan
sus utilidades sin límites y liquiden las riquezas de nuestro suelo en el país
que se les antoje. Una cuota de admisión un poco alta para ingresar a un club del que jamás seremos socios plenos.
Un mundo que requiere nuestra
sangre para reverdecer. Un mundo de piratas con trajes costosos que no necesitan arriesgar la vida en
peligrosos mares para substraer tesoros de lugares paradisíacos. Los
piratas del siglo XXI sólo utilizan sus lujosas y blindadas embarcaciones para pergeñar sus espurios negocios lejos de
espías y autoridades no sobornables. Estos encumbrados señores no precisan
poner un pie en las tierras que conquistan porque tienen emisarios que actúan como virreyes. En otros tiempos, el
establishment internacional apelaba a cruentos golpes de estado, pero ahora no necesita salvajes militares
para imponer su ideario: con descomunales cadenas informativas consustanciadas con sus apetencias
basta y sobra para inclinar las preferencias electorales a favor de sus
candidatos.
Así ganó Macri, el mejor virrey de la historia, a golpe
de patrañas mediáticas y siniestras acusaciones. Así trata de mantenerse, mientras la pata judicial contribuye a alimentar los peores prejuicios.
Difícil poner en duda que muchos ciudadanos pensaron en Cristina como autora de la muerte del fiscal Alberto Nisman en la
soledad del cuarto oscuro. O en las desopilantes historias de corrupción que se tejían en envenenados programas
domingueros, o en las carteras y la interrupción de la telenovela. Y como
este año tenemos elecciones de medio término, nada mejor que reforzar las sospechas para concretar una
nueva estafa electoral.
Mientras nuestra vida cotidiana
se deteriora y el futuro no promete ser mejor, lo ideal es reflotar los viejos éxitos para que el oficialismo pueda alcanzar un simulacro
de triunfo. Serviles magistrados ponen en juego su creatividad para que Lodenisman no pierda vigencia, tanto su muchas veces descartada denuncia
como su seguro suicidio. Y para que no queden dudas, el juez Ercolini empaquetó un regalo antes de la feria
en el que considera el ciclo kirchnerista como una asociación ilícita. Un delirio
jurídico que en cualquier país serio condenaría al magistrado al ostracismo.
El Cambio estremece por su
brutalidad. Lázaro Báez sigue preso por lo
mismo que deberían estar presos muchos de los principales empresarios. De LodeLópez sólo queda el extraño video de
su fusil, los bolsos y la hermana que lo recibe. Milagro Sala se ha convertido en el emblema de la persecución política
y la arbitrariedad judicial. La represión aparece como única forma de
resolver los conflictos que el avariento
sistema genera. El miedo a perder el trabajo o de caer en la pobreza ya es
el tema favorito de las encuestas. La
Revolución de la Alegría lo único que distribuye es pesimismo.
Pero hay reacciones auspiciosas de las víctimas del ajuste y de las tropelías de
la oligarquía desbocada: la gente en la calle expresó su descontento ante
los tarifazos, frenó la entrega de
tierras a Joe Lewis, impidió el despido de los investigadores del Conicet y
los capacitadores del Ministerio de Educación y puede
poner otro final a la represión a los mapuches en Chubut y lograr la liberación de Milagro Sala.
Nadie piensa en sacar a Macri a empujones de La Rosada, tan sólo sugerirle que el Cambio baje unos cambios.
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