Dos logros para destacar del
gobierno de Macri: que los conflictos desatados por su gestión nos unen en su contra y que el
deterioro de las condiciones de vida despierta
nuestra creatividad solidaria. Los zarpazos que atina a los derechos y a
nuestra memoria nos hacen más atentos y aunque la reacción es más prudente de lo esperado, siempre llega. Tampoco
es tan difícil argumentar en contra de sus decisiones, pues siempre están
basadas en prejuicios y manifiestan el ideario de una apretada minoría, un grupúsculo muy lejano a la Iluminación y
muy consustanciado con su angurria. Si bien todavía quedan muchos confundidos
que esperan algo bueno de esta Ceocracia, otros
ya descubrieron que toda espera será en vano. Unos meses más y casi todos
comprenderemos que esta estafa electoral fue pergeñada desde la corporación que
más se ha beneficiado en este año y que, de un plumazo, puede desmoronar el engendro que, desde todos sus medios, logró
transformar en opción electoral.
Sin exagerar, Clarín ganó las
elecciones y es quien gobierna desde las sombras en representación de las empresas más grandes del país y más allá.
Quien aún considere que Clarín es sólo un diario o un multimedios de exageradas
dimensiones, debería consultar con su
oftalmólogo. Desde que se apropió de la empresa Papel Prensa en complicidad
con la dictadura, se ha transformado en un
nocivo factor de poder para los sucesivos gobiernos democráticos. Tanto que
para su director, el oscuro Héctor Magneto, la presidencia del país “es un
puesto menor”, de acuerdo al
relato que un periodista le atribuye al Infame Riojano. Tanto que Fernando de
La Rúa tomaba sus medidas en base a los
consejos –órdenes- con forma de titular que aparecían en tapa del ex Gran
Diario Argentino. Tanto que durante el ciclo kirchnerista se abocó a articular una oposición
destructiva, como decía a mediados de los ochenta el diputado radical César
Jaroslavsky: “Clarín ataca como partido
político y se defiende con la libertad de expresión”.
Tanto que los actuales
integrantes del Gran Equipo temen
intervenir en el conflicto de AGR, a pesar del innecesario daño que
produce. Por si alguno no está al tanto, el
Grupo no necesita cerrar la principal editora del país: sus directivos
toman esta decisión por pura maldad y porque se saben impunes. Los amarillos y
sus aliados no tienen más opción que bailar a ese destructivo ritmo porque les da pavor padecer la demonización que
tan bien construyen desde sus propaladoras de estiércol.
Siempre
hay esperanza
Tampoco tienen la intención de
enemistarse con los medios que tan bien cubren sus espaldas. Por ahora, hay una simbiosis entre el poder político y
el mediático: el primero pone el país al servicio de las más desaforadas
ambiciones y el segundo distrae la atención del público cautivo con las fábulas
de siempre. Las dolorosas consecuencias
del Cambio se amortiguan con explicaciones incongruentes, con consejos para
gambetear la crisis o con las mieles de un paraíso que nunca estará
entre nosotros. Todo sea para que el laboratorio
en que han convertido el país pueda seguir
experimentando recetas con nuestras vidas.
Experimentos que han logrado
que el salario mínimo haya perdido su capacidad de compra en el primer año de gerencia. Si en 2015 un trabajador podía
comprar 517 litros de aceite, durante
2016 apenas pudo acceder a 242. Los asalariados de menores ingresos vieron
mermada su capacidad de compra de aceite en un 53 por ciento, un 43 en kilos de
harina, un 25 en paquetes de fideos, un 32 en carne picada y un 37 en litros de
leche. El informe del observatorio de políticas públicas de la Universidad
Nacional de Avellaneda concluye que un
salario mínimo pudo comprar un 11 por ciento menos gracias a la Revolución de la Alegría. Y esto no
es un fenómeno regional, sino una anomalía
vernácula, salvo Paraguay y Perú: en Brasil, el salario mínimo alcanzó para
adquirir un 5 por ciento más, en Uruguay un 9 por ciento y en Bolivia, un 6.
Un
número que trata de dimensionar lo que se padece en lo cotidiano. No
sólo los centros turísticos estuvieron un poco más despoblados, sino también
los supermercados. Con el gobierno del “sí, se puede”, las vacaciones son un
lujo y la alimentación, casi un milagro. Pero el corazón de muchos
argentinos suele ser innovador cuando las sombras amenazan. En febrero del año pasado
se instaló en Tucumán la primera heladera solidaria y pronto se repitió
la experiencia en ciudades de Córdoba, Jujuy, Salta, Neuquén y la provincia
de Buenos Aires. Un artefacto para el
descarte que se convierte en un contenedor de los mejores sentimientos de la
población.
Pero lejos de estas
preocupaciones, el Gran Equipo insiste
con profundizar una grieta que ya no sólo es simbólica. Si no arremeten
contra los menores, buscan en los inmigrantes la causa de todos los males. Como
patrones decimonónicos, despotrican
contra los derechos de los trabajadores y prueban instalar las viejas diatribas
sobre los feriados. Otro deja vu de la impronta mercantilista. Como si el
crecimiento del país estuviera más atado a los días no laborables que a la pulsión succionadora, especuladora y
fugadora de los grandes empresarios.
Mientras materializan sus
caprichos con decretos inaceptables, los
medios hegemónicos siguen atados al acoso denunciador y ya no sólo actúan
como fiscales y jueces, sino también como
agentes de inteligencia. El objetivo es horadar la imagen de Cristina, que
es víctima de una “feroz campaña de
persecución política, mediática y judicial que no registra antecedentes en la historia democrática de nuestro país”,
de acuerdo a sus dichos. Pero a pesar de estos esfuerzos, no logran
deteriorar su imagen: al contrario, sigue
liderando las preferencias electorales y su gestión se engrandece en contraste
con las tropelías del escuadrón amarillo.
Con un ministro de Medio
Ambiente que sólo atina a rezar ante
incendios e inundaciones, una ministra de Seguridad con hackeos en sus cuentas oficiales y una
diputada oficialista que vocifera que “en
este país no trabaja nadie” y justifica
su permanencia en el extranjero con un “este
país apesta”, el desconcierto
puede ser pan de cada día. Y si el ministro de Energía insiste con aumentar los
servicios, el estado de ánimo de la
población no puede ser otro más que la aversión. Por eso no debe sorprender
que hoy los opositores superen a los oficialistas,
de acuerdo a gran parte de las encuestas. Y no hace falta ser muy perspicaz ni
un gran analista para detectar el descontento. El sacrificio innecesario al que nos han sometido está durando
demasiado y las esperanzas están cada vez más lejos.
Ellos pueden seguir echando
culpas al gobierno anterior como han hecho hasta ahora, pero en el ambiente se olfatea un malestar evidente. El engaño
termina cuando el engañado se define como tal y no hace falta esperar a las elecciones legislativas para que ese
despertar se manifieste.
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