Si la Selección avanza en el
Mundial, que el triunfalismo no nos tape
el siniestro bosque que el Cambio pergeñó para nuestro futuro. Los
amarillos convirtieron en realidad el mito de la Pesada Herencia y de esto no
se sale con un indignado “que se vayan
todos”. Si estamos en la
pendiente, “¿cómo llegamos hasta aquí?” debería
ser la pregunta del siglo. Por supuesto, quedarán exentos de esta reflexión los tránsfugas que se han beneficiado con
este modelo de despojo, esta brutal transferencia de recursos hacia el 10 por ciento más rico de la
sociedad. También los que, desde mucho antes de las elecciones, esquivamos las falacias informativas de
los medios hegemónicos y las hipócritas
promesas de Macri y sus secuaces. Los que más deben activar el entendimiento
son los que interpretaron las
advertencias como “Campaña del Miedo”, como un primer paso para escapar del
engaño en el que aún están inmersos. Si después de esto no asumen que han sido víctimas de una perversa
manipulación es porque están afectados por un punzante masoquismo que no se cura con las urnas.
Que las encuestas señalen una
abismal caída en la imagen positiva del empresidente
no significa un despertar de la conciencia colectiva. Que tres de cada cuatro argentinos rechacen
el acuerdo con el Fondo no expresa una
recuperación de la Memoria. Estos datos también pueden interpretarse como un fugaz malestar producto del ombliguismo extremo: el individuo
considera que todo está mal si el fango empieza a trepar por su pierna, pero cuando baja unos milímetros celebra como si
el pantano se hubiera secado; entonces, todo estará bien, aunque quienes lo
rodean apenas puedan asomar la nariz del
hediondo fluido. Más quejoso que crítico, jamás se preguntará cómo y por qué está empantanado en un charco de
barro. Tan retorcido en su contorsión ombliguista que considera propios sus triunfos y ajenos sus fracasos; tan
desorientado que asimila la lógica del
amo y la defiende en todas sus conversaciones; tan perezoso que prefiere recitar lemas mediáticos por
más absurdos que sean, antes que pensar
por sí mismo.
Tan individuo que justifica
despidos y recortes sin sopesar cómo
pueden afectarlo; que no puede empatizar con los dramas ajenos hasta que no los experimenta en carne
propia; que consolida sus prejuicios cuando la crueldad se manifiesta contra el
prejuiciado. Tan hermético que observa la realidad por las pantallas sin asomarse jamás a su ventana. Tan
tozudo que se empecina en considerar como opiniones propias lo que en realidad
es un catálogo de lemas colonizadores.
Cuando muchos ombliguistas dejen de serlo, podremos
aplaudir con euforia el “que se vayan
todos” los que nos trajeron hasta aquí.
Los
que se tienen que ir
Por lo general, ese clamor está
acompañado por los ritmos de un
instrumento muy versátil: la cacerola, efectiva para expresar descontento pero
tan bullanguera que dificulta el
raciocinio. Como toda protesta, no soluciona nada, pues exige una solución
o intenta poner límites a un atropello. El problema es que la cacerola es un artefacto
en el que se puede poner cualquier cosa:
desde la liberación del dólar hasta la inflación producida por la dolarización;
desde la quita de las retenciones al Campo hasta el descomunal precio de los alimentos; desde “los K se robaron todo” hasta “al final son todos iguales”; desde
la defensa de “las dos vidas” hasta la exigencia de balas a cualquiera que parezca delincuente; desde la
eliminación de los subsidios hasta los despropósitos del Tarifazo. Semejante guiso protestón puede desembocar
en el peor de los mundos: en Macrilandia, que es donde estamos o en algo parecido que se presente como ‘nuevo’.
Más allá de la indecisión de la
CGT para convocar a un paro, de alguna
manera hay que poner fin al saqueo. El diálogo está fuera de lugar en esta
historia porque el Gran Equipo diseñó
este escabroso escenario imponiendo un clasista monólogo. Y el consenso al
que hay que aspirar no es para seguir profundizando la desigualdad, sino para revertirla. Y esto no se
logrará con más ajustes a los que menos tienen sino con la justa tributación de los que ganan fortunas; no con
flexibilización laboral ni reducciones salariales, sino con sueldos que incrementen el poder adquisitivo.
El acuerdo con el FMI debe ser un punto de inflexión para salir de este laberinto
en que nos han metido los ceos de La Rosada SA. Si a nadie incomodó que
Sturzenegger y Dujovne se presenten como
gobernadores de Argentina ante el Fondo, al menos debería perturbar que
Roberto Cardarelli, emisario de ese organismo exija “un fuerte compromiso político
de toda la sociedad”. ¿Compromiso para qué, para continuar con la sangría de la especulación financiera, el empobrecimiento, la desindustrialización
y la precarización? ¿Para condicionar la voluntad popular o sentenciar la decadencia para las próximas
generaciones?
Aunque el senador y presidente de facto por 12 horas
Federico Pinedo considere que el acuerdo con el Fondo “es un extraordinario éxito
político”, muchos intuimos todo
lo contrario. A pesar de que los emisarios del FMI crean “en el objetivo de Macri de reducir fuertemente la pobreza”, las medidas a implementar no harán más que
potenciarla. Aunque vendan este retorno al peor pasado como un salvataje, muchos sabemos que será un hundidaje. Detrás de esa suma que los PRO presentan como un regalo de Navidad se esconden reformas que sólo traerán más miseria,
además de una virreinal pérdida de soberanía.
El presidente que recibió el país
en mejores condiciones que todos sus
predecesores nos ha llevado a una situación de catástrofe en muy poco
tiempo. Que intente exhibir este stand by como un
triunfo es una muestra más de su cinismo. No sólo porque dos años y medio
atrás no necesitábamos este salvavidas de
plomo sino porque tampoco lo
precisamos ahora. Llegar al punto del quebranto fue una decisión política:
el déficit no se soluciona con deuda ni con ajuste, sino con la contribución de los que ganan de sobra. Si nos hemos
convertido en el país que más ha tomado
deuda en tan poco tiempo no fue para emprender el camino del crecimiento y
la distribución: todas las decisiones presidenciales alientan la especulación financiera y la desinversión productiva y nada indica que se vaya a abandonar esta
impronta.
Ya no es tiempo para dubitativos.
Si los triunviros de la CGT aún esperan
algo bueno de La Rosada SA, allá ellos. Si algunos aún no han descubierto que
las intenciones del Gran Equipo están
muy lejos del país para todos, no lo descubrirán jamás. Los que todavía
interpretan que la malaria del presente es consecuencia del gobierno anterior,
deberán empezar a atender los millones
de argumentos que desmontan esa falaz explicación. Y esos que mascullan lo
del triunfo en las urnas, aún no han comprendido que la democracia se debilita cuando se gobierna contra el pueblo. Estos
tiempos exigen más atención que nunca
para detener a estos embusteros que, disfrazados de buenas personas, vinieron a repartirse el país.
Detenerlos, obligarlos a que reviertan el saqueo y que se vayan calladitos al oscuro agujero del que jamás debieron
salir.
gracias Gustavo! abrazo
ResponderBorrarA veces ocurren cosas inesperadas, como que hay un mundial pero, en el "clima" no se ve, o se ve mucho más difuso... en las publicidades, en los avisos de teles grandes en más cuotas y aunque sea tema de conversación para muchos, ni son tantos ni es el único tema... sí, a los codazos y tropezones la realidad mete su cuchara y el fracaso del virreinato es casi casi abrumador, la percepción del daño venido y aún por venir es general.... tarifazo, aborto y quizás por primera vez el "ponele fecha al paro" esté teniendo su operativo clamor y es que la malaria tiene éso, es perentoria, urgente, impiadosa y..... algo que hay que hacer, no?.
ResponderBorrarTambién corren días de desnudeces, de derrumbe de imposturas, es justo ahora que los moralistas amarillos, los que nos daban clases de honestidad y trasparencia...resultaron tan baldíos e impúdicos como el ranchito del superministro chocoarroz.... por la jeta muere el pescau dicen, y cartón lleno si andan flojos de papeles, las monas vestidas de seda o los virreyes disfrazados de estadistas disléxicos, no?.
El virreinato se termina y aunque sea una buena y muy esperada noticia, no se puede disfrutar porque no se sabe cuánto tiempo llevará ni el costo que, precisamente, costará ....éso, la pesada y muy pesada herencia que dejará. Casi nada, vió?.