El Juez ha muerto. ¿Viva el Juez?
No, ya no vive. Panegíricos de un lado,
diatribas del otro. Los primeros, infundados; las segundas, más razonables. “No hay que celebrar una muerte”, dicen unos; “nadie la celebra porque murió
impune”, dicen otros. Todos
llamaban la Embajada a su juzgado,
porque allí no regían las leyes
argentinas, sino las propias; un embajador de un país sin justicia pero con
mucha venganza y nada de vergüenza. Hasta
se dio el gusto de matar por la espalda a dos supuestos delincuentes y salir
como héroe, como siempre sucede con los
que están de aquel lado. Doctrina Chocobar pero veinte años atrás, cuando
ese apellido aún no era famoso. Un mercenario, un pistolero, un sirviente. Héroe para unos, villano para otros.
Como sea, murió y eso nadie lo discute.
El
peor lado perdió a su mejor combatiente, un perseguidor implacable que
–como circuló en las redes- estaba obsesionado con meter a Cristina presa y murió con ella como presidenta. Lo único
que logró fue enloquecer de odio, perder los estribos, convertirse en el peor de todos los jueces. Algunos querrán hacerlo estatua, santo o ejemplo, aunque
sepan que no alcanzó la talla para eso. Con éstos no hay conciliación
posible. Los que lo lloran –familiares incluidos- han gozado de su corrupción y
no merecen condolencias: lloran por
alguien que no vale ni una lágrima.
Bonadío será el paradigma
vernáculo del lawfare, el arma del
establishment para demonizar y encarcelar a los que no pueden combatir con las reglas de la democracia: gracias a él tuvimos al peor de los
presidentes. Causas inventadas que inspiran procesos amañados que no tienen
fin. Tampoco fundamento. Bonadío fue el
inventor de las causas paralelas para poder hacer el mayor daño posible y el
beneficiado por la manipulación de los
sorteos para que todas le toquen a él. Su obra máxima –la más celebrada por
la prensa hegemónica- es la mega Causa de los Cuadernos Quemados, una superproducción inverosímil que sólo pueden creer los que viven
desbordados de odio. Sin pruebas y con muchos “arrepentidos” apretados convirtió su desprecio en un juicio oral para beneplácito del Círculo
Rojo, para que los periodistas “independientes”
puedan destilar veneno con editoriales
cargados de denuncias sin sustento.
Pero hay más, por supuesto,
porque se esforzó mucho para complacer al Poder Real. Entre otras cosas, transformó el Memorando con Irán en
traición a la Patria, uno de esos trucos que sólo se puede lograr con todas
las propaladoras de estiércol actuando a
su favor. Con esto impidió que uno de los imputados, Héctor Timerman,
pudiera viajar a EEUU para tratar su cáncer. Ésta será su peor mancha, aunque hay unos cuantos que la consideren un
trofeo.
Desde el verano pasado sabía que su enfermedad no le permitiría vivir por
mucho más tiempo. Con la muerte pronta como horizonte, entre operaciones, tratamientos y licencias
siguió siendo el peor. ¿Qué clase de Justicia puede ejercer alguien que tiene pocos meses para destruir a su más
odiada víctima? Desesperación ante el final, con la complicidad de todos
los que le rodeaban. Bonadío murió y el poeta uruguayo Mario Benedetti escribió
un poema para él casi cincuenta años
antes de que este hecho ocurriera.
[…] El
monstruo prócer
Se
acabó para siempre
Vamos
a festejarlo
A
no ponernos tibios
A
no creer que este es un muerto cualquiera
Vamos
a festejarlo
A
no volvernos flojos
A
no olvidar
Que
éste es un muerto de mierda.
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