jueves, 13 de febrero de 2020

Erradicar a los malos


En la reconstrucción del país después de la tormenta neoliberal nos explotan todos los días revelaciones sorprendentes. Para mal, por supuesto. Los estragos son pluri-temáticos, algunos por abandono, otros por torpeza, otros por angurria y todos atravesados por la simple maldad. Una maldad que está impresa en el ideario de la fuerza política que hoy tiene el nombre PRO, pero que siempre ha estado presente en nuestra historia para imponer un modelo perjudicial para la mayoría en beneficio de una minoría peligrosamente golosa. Que un engendro así –el interés de unos pocos que conquista las urnas- no se repita en el futuro dependerá de cómo asimilamos esta experiencia, si como el error de un grupo de personas que no supo gobernar o la aplicación exitosa de recetas para transferir recursos de casi todos a los más ricos.
No sólo asimilarla, sino trasmitirla a aquéllos que no pueden arribar a esa conclusión. Que la imagen negativa de Macri supere el 59 por ciento no garantiza que algún personaje similar no conquiste La Rosada con sus mismas tretas dentro de cuatro años. Que todos comprendamos que la atrocidad no está sólo en el Buen Mauricio, la angelical Mariú y el caballero Horacio, sino también en la impronta que representan y los trasciende es un desafío gigantesco, pero necesario. Que el gobernador de Salta, Gustavo Sáenz atribuya las muertes por desnutrición de niños wichís al descuido de sus padres y no al desmonte y la consecuente sequía no es una falla en el análisis, sino una ineludible concepción ideológica: un gobierno neoliberal se preocupa de que los ricos sean más ricos y si los pobres terminan siendo más pobres es porque no se ocupan en dejar de serlo.
Aunque algunos crean que esto es exagerado, en pos de esa idea se ordenan todos los recursos que tienen a la mano, desde los medios de comunicación concentrados hasta magistrados serviles, dispuestos a inventar cualquier cosa con tal de avalar la desigualación perpetua de la sociedad. Y no sólo para apuntalar esos preceptos sino también para evitar la difusión de los opuestos. Preceptos que van desde el rechazo del ascenso social hasta la resignación ante la miseria. Todo para que los poderosos sigan quedándose con todo.
El plan de saqueo
En este nefasto episodio y para cumplir esas metas, los cambiemitas han hecho chanchadas, no sólo con la economía. El deterioro también abarca otros ámbitos menos urgentes pero igual de importantes: la educación, la cultura y la defensa de los intereses nacionales. En ese recorrido destructivo, también se fueron enriqueciendo, como se puede corroborar con una ligera lectura de sus declaraciones patrimoniales, tan truchas como ellos.
Para lograr este objetivo, tuvieron que construir un enemigo discursivo con el apoyo infaltable de los medios de comunicación hegemónicos y su persecutorio denuncismo sin pruebas y uni-direccionado. Algunos jueces cómplices –con patrimonios también sospechosos- jugaron el indignante papel de convertir esas fantasías en investigaciones judiciales y, con la complicidad de camaristas y hasta de los miembros de la Corte Suprema, lograron esbozar mamarrachos leguleyos que están camino a juicios.
Con testigos comprados o amenazados, dieron algo de verosimilitud a la ficción, como el caso del chofer Centeno y sus Cuadernos Quemados o la esfumada Miriam Quiroga, que hasta llegó a publicar un libro de memorias como “secretaria y amante” de Néstor Kirchner. Una vergüenza inaceptable en cualquier país que se pretende serio y democrático. Así, cualquiera es víctima del Poder Real aunque no haya hecho nada malo. Lo hemos visto en el gobierno anterior con la persecución de tuiteros y bloggers. Con estas telenovelas alimentaron los prejuicios del público cautivo hasta convertirlos en desprecio al otro, en odio incontenible a políticas más justas e inclusivas.
Ahora, como un frágil castillo de naipes, ese entramado mafioso de causas inventadas y acusados inocentes se está desarmando. El caso del falso abogado Marcelo D’alessio, que instruye el juez de Dolores, Alejo Ramos Padilla está revelando una asociación ilícita entre agentes de inteligencia, fiscales, jueces y funcionarios políticos, como la ex ministra de Seguridad –avergüenza nombrarla así- Patricia Bullrich. El intercambio de mensajes entre el espía y la ex funcionaria muestran una cercanía y complicidad pocas veces vista con tanta claridad. Y la burla de la impresentable Bullrich fue la explicación de que su nieto usaba su teléfono para jugar. Y pensar que algunos todavía la toman en serio.
Como a la otrora hormiguita, Graciela Ocaña, que quedará para la historia como la peor ministra de Salud y como la más eficaz obsecuente del establishment. La verdad le dio un esquinazo a su afán embaucador. Cuatro años atrás, Ocaña denunció a Oscar Parrilli por encubrimiento a Ibar Pérez Corradi, aunque el ex funcionario de la AFI había aportado material al fiscal que investigaba el Triple Crimen. El juez Ariel Lijo, después de investigar todo este tiempo, resolvió dictar la falta de mérito, pero no hay ninguna sanción para Ocaña, que denunció falsamente a un inocente. Con los fondos públicos malgastados en todo el proceso, el personaje se eyectó como figura pública preocupada por la honestidad ajena; hizo campaña política con el dinero de todos.
Y con el dinero de todos, el ex ministro de Justicia, Germán Garavano, compró el testimonio de un arrepentido de no se sabe qué para meter preso a Amado Boudou. Un hotel boutique a cambio de mentiras para confirmar la no demostrada patraña de que “los k se llevaron todo”. Y, lejos de pedir disculpas por el daño que han hecho en la conciencia colectiva, los medios dominantes y sus monigotes periodísticos tratan de sembrar la discordia con un tema que ni les interesa: si hay presos políticos o detenidos arbitrariamente.
No hay nada de eso, sino una mafia enquistada en el país que nos estafa y nos esquilma desde hace mucho tiempo. Con la pantalla de empresarios serios y preocupados por el destino del país, acomodan las fichas de este siniestro juego para ser los eternos ganadores. Sin límites ni pudor, convierten todo en mercancía y cada paso es pura especulación. La fortuna que ostentan es la deuda que siempre hemos tenido sobre nuestros lomos. Estos ricachones despiadados son los únicos parásitos que entorpecen nuestro futuro y si queremos seguir andando debemos exigir que paguen de una vez por todas todo lo que nos deben por el daño que nos han hecho. Y garantizar por la fuerza de la ley que no lo puedan hacer nunca más.

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