En la reconstrucción del país después de la tormenta neoliberal nos
explotan todos los días revelaciones sorprendentes. Para mal, por supuesto. Los estragos son pluri-temáticos, algunos
por abandono, otros por torpeza, otros por angurria y todos atravesados por la simple maldad. Una maldad que está impresa
en el ideario de la fuerza política que hoy tiene el nombre PRO, pero que
siempre ha estado presente en nuestra historia para imponer un modelo perjudicial para la mayoría en beneficio de una minoría
peligrosamente golosa. Que un engendro así –el interés de unos pocos que
conquista las urnas- no se repita en el futuro dependerá de cómo asimilamos esta experiencia, si como el error de
un grupo de personas que no supo gobernar o la aplicación exitosa de recetas para transferir recursos de casi todos
a los más ricos.
No sólo asimilarla, sino trasmitirla a aquéllos que no pueden
arribar a esa conclusión. Que la imagen negativa de Macri supere el 59 por
ciento no garantiza que algún personaje
similar no conquiste La Rosada con sus mismas tretas dentro de cuatro años.
Que todos comprendamos que la atrocidad no está sólo en el Buen Mauricio, la angelical Mariú y el caballero Horacio, sino
también en la impronta que representan y
los trasciende es un desafío
gigantesco, pero necesario. Que el gobernador de Salta, Gustavo Sáenz
atribuya las muertes por desnutrición de niños wichís al descuido de sus padres y no al desmonte y la consecuente sequía
no es una falla en el análisis, sino una ineludible concepción ideológica: un
gobierno neoliberal se preocupa de que los
ricos sean más ricos y si los pobres terminan siendo más pobres es porque no se
ocupan en dejar de serlo.
Aunque algunos crean que esto es
exagerado, en pos de esa idea se ordenan
todos los recursos que tienen a la mano, desde los medios de comunicación
concentrados hasta magistrados serviles, dispuestos a inventar cualquier cosa
con tal de avalar la desigualación
perpetua de la sociedad. Y no sólo para apuntalar esos preceptos sino
también para evitar la difusión de los
opuestos. Preceptos que van desde el
rechazo del ascenso social hasta la resignación ante la miseria. Todo para
que los poderosos sigan quedándose con
todo.
El
plan de saqueo
En este nefasto episodio y para
cumplir esas metas, los cambiemitas han
hecho chanchadas, no sólo con la economía. El deterioro también abarca
otros ámbitos menos urgentes pero igual de importantes: la educación, la cultura y la defensa de los intereses nacionales.
En ese recorrido destructivo, también se fueron enriqueciendo, como se puede
corroborar con una ligera lectura de sus
declaraciones patrimoniales, tan truchas
como ellos.
Para lograr este objetivo,
tuvieron que construir un enemigo
discursivo con el apoyo infaltable de los medios de comunicación
hegemónicos y su persecutorio denuncismo
sin pruebas y uni-direccionado. Algunos jueces cómplices –con patrimonios
también sospechosos- jugaron el
indignante papel de convertir esas fantasías en investigaciones judiciales
y, con la complicidad de camaristas y hasta de los miembros de la Corte
Suprema, lograron esbozar mamarrachos
leguleyos que están camino a juicios.
Con testigos comprados o
amenazados, dieron algo de verosimilitud
a la ficción, como el caso del chofer Centeno y sus Cuadernos Quemados o la
esfumada Miriam Quiroga, que hasta llegó a publicar un libro de memorias como “secretaria y amante” de Néstor
Kirchner. Una vergüenza inaceptable en
cualquier país que se pretende serio y democrático. Así, cualquiera es
víctima del Poder Real aunque no haya hecho nada malo. Lo hemos visto en el
gobierno anterior con la persecución de tuiteros y bloggers. Con estas telenovelas alimentaron los prejuicios del público cautivo hasta convertirlos en
desprecio al otro, en odio incontenible a políticas más justas e
inclusivas.
Ahora, como un frágil castillo de
naipes, ese entramado mafioso de causas
inventadas y acusados inocentes se está desarmando. El caso del falso
abogado Marcelo D’alessio, que instruye el juez de Dolores, Alejo Ramos Padilla
está revelando una asociación ilícita
entre agentes de inteligencia, fiscales, jueces y funcionarios políticos,
como la ex ministra de Seguridad –avergüenza nombrarla así- Patricia Bullrich.
El intercambio de mensajes entre el espía y la ex funcionaria muestran una cercanía y complicidad pocas
veces vista con tanta claridad. Y la burla de la impresentable Bullrich fue
la explicación de que su nieto usaba su
teléfono para jugar. Y pensar que algunos todavía la toman en serio.
Como a la otrora hormiguita, Graciela Ocaña, que quedará
para la historia como la peor ministra
de Salud y como la más eficaz obsecuente del establishment. La verdad le
dio un esquinazo a su afán embaucador. Cuatro años atrás, Ocaña denunció a
Oscar Parrilli por encubrimiento a Ibar Pérez Corradi, aunque el ex funcionario de la AFI había aportado
material al fiscal que investigaba el Triple Crimen. El juez Ariel Lijo,
después de investigar todo este tiempo, resolvió dictar la falta de mérito, pero no hay ninguna sanción para Ocaña, que
denunció falsamente a un inocente. Con los fondos públicos malgastados en
todo el proceso, el personaje se eyectó como figura pública preocupada por la
honestidad ajena; hizo campaña política
con el dinero de todos.
Y con el dinero de todos, el ex
ministro de Justicia, Germán Garavano, compró
el testimonio de un arrepentido de no se sabe qué para meter preso a Amado
Boudou. Un hotel boutique a cambio de mentiras para confirmar la no demostrada patraña de que “los k se llevaron todo”. Y, lejos de pedir disculpas por el
daño que han hecho en la conciencia colectiva, los medios dominantes y sus
monigotes periodísticos tratan de
sembrar la discordia con un tema que ni les interesa: si hay presos
políticos o detenidos arbitrariamente.
No hay nada de eso, sino una
mafia enquistada en el país que nos
estafa y nos esquilma desde hace mucho tiempo. Con la pantalla de
empresarios serios y preocupados por el
destino del país, acomodan las
fichas de este siniestro juego para ser los eternos ganadores. Sin límites
ni pudor, convierten todo en mercancía y cada paso es pura especulación. La fortuna que ostentan es la deuda que
siempre hemos tenido sobre nuestros lomos. Estos ricachones despiadados son
los únicos parásitos que entorpecen
nuestro futuro y si queremos seguir andando debemos exigir que paguen de una vez por todas todo lo que nos
deben por el daño que nos han hecho. Y garantizar por la fuerza de la ley que
no lo puedan hacer nunca más.
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