Para
algunos, retornar a los billetes con figuras ilustres es un cambio de época.
Los adoradores de animalitos en vías de extinción se quedarán con las ganas
hasta el retorno de algún gobierno superficial que los imponga en lugar
de personas. No sólo superficial, sino también hipócrita porque la extinción
es producto de la sobre explotación de la tierra, la deforestación, la
sojización y los agrotóxicos de los que avalan gobiernos como ésos. Poner
animalitos es el primer paso para desidiologizar a la población y colonizar
su conciencia. Por eso es saludable construir nuestra memoria en los
billetes con los próceres habituales y también con los no habituales.
Junto a San Martín, Belgrano o Dorrego podrán estar Spinetta, Mercedes Sosa,
Tato Bores, María Elena Walsh, Atahualpa Yupanki o René Favaloro que
aportaron talento, compromiso y belleza en todas sus variantes.
La
experiencia neoliberal hasta en eso fue fallida: esa cruzada pseudo
ecológica se convirtió en burla, no sólo por las poco cuidadas
ilustraciones sino también por la efímera duración del valor que
representaban. Pero ya fue: pronto esos billetes absurdos quedarán para la
peor parte de la historia; para el anecdotario del ridículo. No fue lo
más dañino que hicieron los cambiemitas al frente del país. Además de
deteriorar la vida cotidiana de millones, ostentaron una maldad nunca antes
vista en democracia; un desinterés por el patrimonio de todos, como revela
Juan José Ganduglia en una entrevista publicada por Letra P: durante el
gobierno de Cristina se había hecho un proyecto de recuperación
arquitectónica, arqueológica, museológica y patrimonial, “hasta que llegó Mauricio Macri y hubo un
abandono terrible. Yo igual ya tenía el antecedente de que a Macri no le
interesaba el patrimonio para nada”. Y sí, los PRO son tan brutos que tumbaron
una escalera histórica que debía preservarse y hasta colgaban los sacos
en una escultura de Pérez Celis.
Cada
día aparece una muestra más de la barbarie de los Gerentes que usurparon
La Rosada, ricachones nada domesticados y muy acostumbrados a romper lo que
no entienden o no pueden poseer. O lo que no necesitan, como el gigantesco
natatorio construido por la Tupac Amaru en Alto Comedero que destruyeron con
saña o las cien mil netbook que no distribuyeron por malsana dejadez
y ahora no sirven más; o las vacunas en la aduana o en los depósitos de algún
ministerio; como los libros destinados a los alumnos de las escuelas públicas
que decidieron no entregar o los documentos de la causa AMIA, que escondieron
en un sótano húmedo. Sin dudas, hicieron
lo que había que hacer: reprimieron, empobrecieron, persiguieron,
endeudaron, regalaron, blanquearon, fugaron y a pesar de todo esto, muchos
los siguen avalando y hasta los volverían a votar. Uno no sabe si
tildarlos de necios, cómplices o masoquistas. O tan malvados como los
vándalos amarillos.
Strip tease del horror
Idiotizados
por titulares engañosos o falaces. Enceguecidos por el odio de una clase a
la que no pertenecen. Extraviados por conceptos que ni entienden. Repetidores
de ideas que ni piensan. ¡Cuántos habrán expresado antes de votar por Macri
el falso apotegma “los ricos no necesitan
robar”, sin considerar que los muy ricos han amasado fortunas con la
explotación, la evasión y la especulación, formas elegantes de robo!
Indignados por la corrupción K que aún no ha sido demostrada en los tribunales
que ni se inmutan por el latrocinio M, cuyas pruebas están a la vista.
Mientras tuvieron que sobornar a Alejandro Vanderbroele con un millón y
medio de pesos para condenar a Boudou, el ex secretario del ministerio de
la Producción y Trabajo, Rodrigo Sbarra –que había olvidado diez mil dólares en
un cajón- tuvo un crecimiento patrimonial monstruoso –de un millón de pesos
a treinta- pero la chorra sigue
siendo Cristina.
Las
causas contra los K están plagadas de irregularidades: cuadernos quemados,
prisiones sin condena, testigos adornados o amenazados, pruebas falsas, peritajes
amañados, espionaje y escuchas ilegales y jueces dispuestos a llevarse
la justicia por delante con tal de complacer al establishment. Tan
desprolijos son los procesos que terminarán en juicios nulos y allí estará la
prensa dominante para instalar en los cautivos la idea de la impunidad.
En
realidad, el más impune de todos es Macri, contrabandista perdonado,
evasor confeso, estafador compulsivo, fugador serial. ¿Qué dirán los
caceroleros anti K cuando el Ingeniero empiece su gira por Comodoro Py
antes de asumir el objetado cargo en la FIFA? ¿Estarán al tanto de las tres
causas que podrían complicar su futuro? ¿Dirán que es persecución política
que Macri sea indagado por la maniobra de los peajes, con la que su empresa
ganó 500 millones de dólares y una prórroga dudosa de la concesión de las
autopistas? ¿Creerán que el Buen
Mauricio es una “víctima de la
dictadura K” cuando deba dar cuenta del pase
de manos de los parques eólicos a la empresa española Isolux –en crisis y
deudora del Banco Nación- con el que ganó 48 millones de dólares?
¿Dudarán de la Justicia cuando el ex empresidente
se siente en el banquillo por la estafa que Socma –la empresa familiar-
ejerció contra el Estado con el Correo Argentino 18 años atrás?
Pero hay
un público tan cautivo que de estas cosas ni se entera o trata de ignorarlas:
han sido educados por la tele para odiar al populismo y para obedecer a sus
explotadores. Tan educados que durante años han denostado a los que
obtuvieron sus jubilaciones con moratoria de aportes como si eso fuera una
ilegalidad y habrán aplaudido cuando el Farsante las degradó a pensiones.
Ahora que el ministerio de Desarrollo Productivo y la AFIP anunciaron una
moratoria fiscal para monotributistas y pymes con una quita de 42 por ciento de
intereses, condonación de multas y planes de pago hasta diez años, ¿pensarán
que son menos empresarios por acogerse a este beneficio? Por supuesto que
no: sólo alzan su voz cuando los beneficios alcanzan a los más vulnerados;
desprecian más a los que están un par de escalones más abajo que a los que
los pisotean desde las alturas.
En fin,
hay que seguir batallando para reconstruir una conciencia colectiva que
perdure más allá de las elecciones y que ayude a reconocer quiénes son los
enemigos de nuestra dignidad, aunque se presenten maquillados, sonrientes,
rodeados de globos y bailoteando canciones festivas. Aprender que cuando aparecen
como mansos corderos, más feroz es el lobo que se esconde debajo del disfraz.
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