El hartazgo del título no tiene que ver con la cuarentena en sí.
El aislamiento es una medida de prevención que debe extenderse hasta que la amenaza del coronavirus se convierta en
un mal recuerdo. Claro, eso podemos decirlo los que no hemos visto disminuir
nuestros ingresos, pero para los que necesitan salir a la calle para juntar lo indispensable, la
situación es diferente. Esto no significa boicotear la cuarentena –o sesentitantostena-, porque para eso
están los títeres del establishment que
hacen sus mohines en los medios hegemónicos para horadar al Gobierno
Nacional. Para los incautos, si Alberto hubiera decidido levantar la cuarentena
a los diez días de comenzada, también
estarían protestando.
El hartazgo no tiene que ver con
la cuarentena, sino con lo que evidencia,
con lo que clama a los cuatro vientos. Claro, el coronavirus no inventó la pobreza ni la desigualdad. El Covid
19, en todo caso, la deja más al descubierto que como estaba antes. Y no sólo
eso: en estos meses ha sumado más
conciudadanos. Alguno dirá “pobres
siempre hubo”. Una verdad
irrebatible que no debe convertirse en justificación y mucho menos resignación.
Lo que harta es que la única solución
que presenten sea el asistencialismo. Lo que harta es que instalen la idea
de que con una suma insuficiente, los
bolsones y los comedores comunitarios todo se soluciona. No se soluciona, apenas se contiene la angustia de los que
no tienen ni para lo más elemental. Lo que harta es que de acá en más, sea sólo eso. Lo que
enoja es que el presidente intercambie sonrisas con el Jefe de la CABA, que
encabeza un modelo ideológico que tiene
como objetivo desigualar aún más esta sociedad tan desigual.
Eso también exaspera: la falsa idea del consenso y de que, en
una situación así todos debemos tirar
para el mismo lado. Una falacia que
no la cree ni el que la pronuncia. Tan hipócrita como el que dice que hay
que ponerse de acuerdo en dos o tres
puntos para sacar el país adelante. Lo que saca de quicio es que un grupo de vivos siga aprovechando
cualquier brecha para seguir ganando fortunas a costa del hambre del resto.
Y que con las medidas que se toman se
sigan beneficiando los que más tienen. Lo que irrita es el doble discurso;
que simulen enojo porque Techint despide
a 1400 trabajadores y que la misma empresa reciba la ayuda del Estado para pagar los sueldos. Lo que molesta es que
cuestionen las mentiras mediáticas y no hagan nada para frenarlas; al
contrario, auxilian a esas usinas de
estiércol para completar el salario de los mentirosos. Y que pretendan
mostrarse enérgicos con un impuestito por única vez a las grandes fortunas, mientras en estos meses de cuarentena se
han llevado en pala mecánica lo suficiente para pagarlo por años.
Lo que cansa es que justifiquen
todo con la cantinela de que con Macri estaríamos peor: si Alberto es diferente de Macri, que lo demuestre con énfasis, se
enoje quien se enoje. Y si debemos tirar
todos para el mismo lado, que se
castigue al que quiera continuar con el rumbo al que estaba acostumbrado.
La
estructura nociva
Como ya resulta evidente, en los
más vulnerados el coronavirus puede hacer desastres. O perfeccionar los estragos ya comenzados por el neoliberalismo
algunas décadas atrás. Eso que los tecnócratas llaman pobreza estructural, una
manera elegante de nombrar a los que no tienen nada de nada, que son cada
vez más.
Eso de hablar de la pobreza como si fuera un fenómeno
climático ya debería estar perimido. La pobreza es un resultado, la
consecuencia de una transferencia
millonaria hacia la minoría ampliamente enriquecida y que quiere tener más.
Y si es estructural y se quiere
erradicar en serio, el cambio debe ser estructural y, por lo tanto, modificar toda la estructura. De lo
contrario, sólo distribuirán dádivas
insuficientes que no cambiarán nada.
La semana pasada nos enteramos de
que Jeff Bezos –el dueño de Amazon- encabeza la lista de los más ricos con una
fortuna de 140 mil millones de dólares. Éste
es el problema estructural que ocasiona el resto de los problemas: que unos
pocos tengan más de la mitad de todo. Estos
son los tipos que nos despojan hasta de la vida. Estos angurrientos son los que
declaran en toda ocasión que hay que priorizar la economía en medio de esta
pandemia. Estos avaros son los que defienden a capa y espada el modelo
del derrame que derrama cada vez menos. Estos depredadores son los que se
sientan sobre sus mal habidas riquezas para diseñar nuevas formas de
multiplicarlas. Estos hipócritas son los que se lamentan de las consecuencias
del pillaje con esta malintencionada definición de pobreza estructural.
Hay que
insistir: ellos son el problema estructural. Y mientras los gobiernos sigan
consintiendo sus fechorías, lo seguirán siendo. Ellos son los que explotan,
evaden, estafan, especulan, contaminan y todas las vilezas que contribuyen a
profundizar la desigualdad. Si la pobreza es estructural es porque la
riqueza también lo es. Que gran parte de la población no llegue a nada
mientras a unos pocos les sobre de todo es el principal problema de esta
estructura. Y debería ser el primer punto en el que todos deberíamos ponernos de acuerdo. Como sigue diciendo Armando
Tejada Gómez en su poema “Triunfo
agrario”, “el que no cambia todo, no cambia nada”.
totalmente de acuerdo
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