lunes, 25 de mayo de 2020

Harto de estar harto


El hartazgo del título no tiene que ver con la cuarentena en sí. El aislamiento es una medida de prevención que debe extenderse hasta que la amenaza del coronavirus se convierta en un mal recuerdo. Claro, eso podemos decirlo los que no hemos visto disminuir nuestros ingresos, pero para los que necesitan salir a la calle para juntar lo indispensable, la situación es diferente. Esto no significa boicotear la cuarentena –o sesentitantostena-, porque para eso están los títeres del establishment que hacen sus mohines en los medios hegemónicos para horadar al Gobierno Nacional. Para los incautos, si Alberto hubiera decidido levantar la cuarentena a los diez días de comenzada, también estarían protestando.
El hartazgo no tiene que ver con la cuarentena, sino con lo que evidencia, con lo que clama a los cuatro vientos. Claro, el coronavirus no inventó la pobreza ni la desigualdad. El Covid 19, en todo caso, la deja más al descubierto que como estaba antes. Y no sólo eso: en estos meses ha sumado más conciudadanos. Alguno dirá “pobres siempre hubo”. Una verdad irrebatible que no debe convertirse en justificación y mucho menos resignación. Lo que harta es que la única solución que presenten sea el asistencialismo. Lo que harta es que instalen la idea de que con una suma insuficiente, los bolsones y los comedores comunitarios todo se soluciona. No se soluciona, apenas se contiene la angustia de los que no tienen ni para lo más elemental. Lo que harta es que de acá en más, sea sólo eso. Lo que enoja es que el presidente intercambie sonrisas con el Jefe de la CABA, que encabeza un modelo ideológico que tiene como objetivo desigualar aún más esta sociedad tan desigual.
Eso también exaspera: la falsa idea del consenso y de que, en una situación así todos debemos tirar para el mismo lado. Una falacia que no la cree ni el que la pronuncia. Tan hipócrita como el que dice que hay que ponerse de acuerdo en dos o tres puntos para sacar el país adelante. Lo que saca de quicio es que un grupo de vivos siga aprovechando cualquier brecha para seguir ganando fortunas a costa del hambre del resto. Y que con las medidas que se toman se sigan beneficiando los que más tienen. Lo que irrita es el doble discurso; que simulen enojo porque Techint despide a 1400 trabajadores y que la misma empresa reciba la ayuda del Estado para pagar los sueldos. Lo que molesta es que cuestionen las mentiras mediáticas y no hagan nada para frenarlas; al contrario, auxilian a esas usinas de estiércol para completar el salario de los mentirosos. Y que pretendan mostrarse enérgicos con un impuestito por única vez a las grandes fortunas, mientras en estos meses de cuarentena se han llevado en pala mecánica lo suficiente para pagarlo por años. 
Lo que cansa es que justifiquen todo con la cantinela de que con Macri estaríamos peor: si Alberto es diferente de Macri, que lo demuestre con énfasis, se enoje quien se enoje. Y si debemos tirar todos para el mismo lado, que se castigue al que quiera continuar con el rumbo al que estaba acostumbrado.
La estructura nociva
Como ya resulta evidente, en los más vulnerados el coronavirus puede hacer desastres. O perfeccionar los estragos ya comenzados por el neoliberalismo algunas décadas atrás. Eso que los tecnócratas llaman pobreza estructural, una manera elegante de nombrar a los que no tienen nada de nada, que son cada vez más.
Eso de hablar de la pobreza como si fuera un fenómeno climático ya debería estar perimido. La pobreza es un resultado, la consecuencia de una transferencia millonaria hacia la minoría ampliamente enriquecida y que quiere tener más. Y si es estructural y se quiere erradicar en serio, el cambio debe ser estructural y, por lo tanto, modificar toda la estructura. De lo contrario, sólo distribuirán dádivas insuficientes que no cambiarán nada.
La semana pasada nos enteramos de que Jeff Bezos –el dueño de Amazon- encabeza la lista de los más ricos con una fortuna de 140 mil millones de dólares. Éste es el problema estructural que ocasiona el resto de los problemas: que unos pocos tengan más de la mitad de todo. Estos son los tipos que nos despojan hasta de la vida. Estos angurrientos son los que declaran en toda ocasión que hay que priorizar la economía en medio de esta pandemia. Estos avaros son los que defienden a capa y espada el modelo del derrame que derrama cada vez menos. Estos depredadores son los que se sientan sobre sus mal habidas riquezas para diseñar nuevas formas de multiplicarlas. Estos hipócritas son los que se lamentan de las consecuencias del pillaje con esta malintencionada definición de pobreza estructural.
Hay que insistir: ellos son el problema estructural. Y mientras los gobiernos sigan consintiendo sus fechorías, lo seguirán siendo. Ellos son los que explotan, evaden, estafan, especulan, contaminan y todas las vilezas que contribuyen a profundizar la desigualdad. Si la pobreza es estructural es porque la riqueza también lo es. Que gran parte de la población no llegue a nada mientras a unos pocos les sobre de todo es el principal problema de esta estructura. Y debería ser el primer punto en el que todos deberíamos ponernos de acuerdo. Como sigue diciendo Armando Tejada Gómez en su poema “Triunfo agrario”, “el que no cambia todo, no cambia nada”.

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