miércoles, 13 de mayo de 2020

La normalidad de confundir


Como ya hemos visto desde el comienzo de la pandemia, la restricción humana en muchas partes del mundo hace que la naturaleza se anime a recuperar su hábitat. Y también, a invadir los espacios urbanos. Miles de videos confirman que somos los humanos los que molestamos. En breve, con el levantamiento de la cuarentena, los peces volverán a evitarnos y se ocultarán en los lugares más remotos del río, los pájaros serán otra vez inmunes a nuestras múltiples contaminaciones y las especies que parecían extintas volverán a extinguirse.
Así es: estamos abandonando el aislamiento y las calles vuelven a estar pobladas por nosotros. El miedo de fines de marzo se transformó en cautela esporádica. El metro y medio es una infinidad de distancia, besos y abrazos se convirtieron en choque de codos y aprendimos a reconocer al otro a pesar del barbijo. Las caras tapadas que antes horrorizaban a los televidentes ahora son sinónimo de seguridad todoterreno. Las nuevas normalidades que vivirán con nosotros durante un tiempo.
De a poco, el coronavirus abandona las pantallas para dejarnos ver otras cosas. Mientras los medios hegemónicos nos muestran la mentira de Boudou como asesor del gobierno riojano, casi todos nos ocultan que la policía brasilera apresó al represor argentino Gonzalo Sánchez, uno de los partícipes de la desaparición de Rodolfo Walsh.
El acompañamiento de los popes mediáticos a las primeras medidas del presidente Alberto Fernández se diluye para dar paso al periodismo de guerra de antaño y la oposición desbandada después de la derrota, se enfila detrás de las conspiraciones del establishment como única posibilidad de volver a existir. No sólo aconsejan el abandono de la cuarentena para reactivar la economía, sino que se preocupan de los que nunca se preocuparon, sólo para alentar el descontento. Ahora, los que persiguieron, espiaron y encarcelaron se alteran por la aplicación Cuidar. Ellos, que procesaron a tuiteros por bromas interpretadas como amenazas y apalearon laburantes en todas las esquinas, denuncian que el gobierno nacional perseguirá a los trabajadores con la geolocalización. Más allá de lo que uno piense sobre este procedimiento de control, no son ellos, beneficiados, alentadores y apologistas de la dictadura los que pueden pontificar sobre la vida en democracia.
Porque las tapas de sus diarios y los mercenarios televisivos que les hacen comparsa, no se molestan por las 50 mil causas iniciadas por la Justicia Federal a los que incumplieron con la cuarentena ni por los atropellos cometidos por las fuerzas policiales contra cualquier transeúnte. Menos por el crecimiento del desempleo o el desamparo de millones de trabajadores informales. Una vez más queda en evidencia que, aunque los grandes empresarios y especuladores ya no tengan a sus representantes favoritos en el gobierno, quieren seguir teniendo las riendas del gobierno. Cuando no pueden hacerlo por las vías democráticas lo hacen con el poder de fuego que todavía mantienen intacto.
Y esto que uno dice desde hace mucho tiempo parece caer en oídos sordos, porque los distraídos, los desmemoriados, los que miran la TV con el asombro de la primera vez creen a rajatabla lo que saben que es mentira y hasta se dejan convencer de que las denuncias, consejos y advertencias que a todas horas expelen buscan beneficiarnos a todos. Y están tan convencidos que, cuando uno explica que sólo representan a una minoría empachada, nos miran como si habláramos en marciano. Ni tres años de cuarentena puede despabilar a los colonizados, aunque seguimos batallando para que la conciencia colectiva contagie a cada vez más en una pandemia que sí será bienvenida.

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