Un
nuevo cacerolazo se hizo oír en medio de la cuarentena. Los caceroleros se
olvidaron ya de exigir a los políticos que bajen sus sueldos y aplauden cada
vez menos a los profesionales de la salud, tal vez porque ahora están planeando
medidas de fuerza. No cacerolean por el incremento bestial de los precios,
por la rebaja salarial acordada entre la UIA y la CGT o porque el monopolio
Clarín repartirá 800 millones de pesos entre sus socios mientras paga en
cuotas el sueldo de sus empleados. Como si fueran las mascotas de Pavlov, cacerolean cuando los titulares lo
ordenan.
Desde
hace unos días, la liberación masiva de presos alerta a la población, no
tanto por el peligro de los delincuentes sueltos sino –y más que nada- por el
riesgo de que conformen hordas salvajes y expropiadoras a las órdenes de la
vicepresidenta. Un absurdo que se convirtió en análisis serio nacido de
la sesera mercenaria de algunos periodistas y del delirante y ya famoso
audio de la senadora bonaerense Felicitas Beccar Varela. La fama que no
obtuvo como mediocre actriz en Jugate
conmigo, la consiguió con su actuación más ridícula. Claro que esto no
fue mérito propio: ningún PRO sería lo que es sino fuera por el valioso
apoyo de la monstruosa prensa hegemónica, destituyente y apátrida que,
en su afán de resguardar los privilegios de una minoría empachada y
avarienta, es capaz de inyectar en su público cautivo ideas que avergonzarían
al más descerebrado de los moluscos.
Por
supuesto, no es cualquier preso libre lo que inspira la protesta. No
sacudirían ni una cucharita si todos los genocidas de la dictadura
condenados obtuvieran la prisión domiciliaria. Los caceroleros sólo se
indignan cuando son los delincuentes más estigmatizados los que estelarizan
los titulares. En este caso, el Poder Judicial está pensando en una porción
mínima de los reclusos por delitos leves a punto de cumplir su condena o que
están comprendidos en grupos de riesgo ante la pandemia del coronavirus.
Apenas un uno por ciento de la población carcelaria puede estar afectado
por esta decisión. Lo que sorprende es que los cacerolazos suenen ahora, cuando
la salida de los presos comenzó el 17 de marzo y hasta ahora, apenas han
salido menos de 440. Y por decisión judicial, aunque las protestas
balconeras estén dirigidas a Alberto y Cristina. Si supieran que en los
países considerados serios por el discurso dominante también están tomando
medidas similares, usarían las cacerolas sólo para cocinar.
Claro
que esta indignación pasajera está alimentada por mucha noticia falsa,
como la del peligrosísimo homicida que –por decisión del presidente- fue
liberado ayer de la cárcel de Ushuaia -cerrada en 1947- ilustrada con una
foto de Robert de Niro en la película Cabo
de Miedo. Todo para limar la adhesión al gobierno de Alberto; todo
para castigarlo por la decisión de cobrar un impuesto a los ricos por una
vez. ¿Qué serían capaces de hacer si las medidas fuesen un poco más
enérgicas, como expropiar aquellas fortunas obtenidas por evasión, explotación
y especulación?
Una
pena que una porción importante de nuestros conciudadanos se deje conducir
como carneros por caminos que, tarde o temprano, desembocarán en matadero.
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