El discurso dominante –impuesto desde los grandes medios y sostenido por dirigentes irresponsables- está haciendo estragos en el entendimiento de algunos argentinos. Uno comprende que comerciantes, empleados y trabajadores informales se encuentren afectados por las restricciones derivadas de la pandemia. De ahí a empatizar con los que se amontonan a tomar cerveza con los amigos, los fiesteros de Chapelco y los incineradores de barbijos del Obelisco hay un abismo. Sin dudas, el anticuarentenismo es una excusa que encontraron para manifestar su incomodidad por el resultado de las elecciones pasadas. Otra cara de la famosa grieta que los que tanto la denuncian no quieren cerrar.
Al
contrario: mientras más insistan en hacer el juego a los poderosos, más la
profundizan. Los incendiarios del Obelisco tomaron el barbijo como un
símbolo de lo que odian, de lo que tanto desprecian. El barbijo simboliza el
populismo; para esos clasemedieros aspiracionales, el acto del sábado fue como una
quema de brujas, como una hoguera en la que debían arder Alberto, Cristina,
Axel y todos los choriplaneros. Los fiesteros de Chapelco ostentan inmunidad,
como si pertenecieran a una clase social invulnerable. Además de
inmunidad, ostentan ignorancia con la frase "¿se dieron cuenta que en Europa y en San Martín de los Andes ya
no hay cuarentena?". Estos individuos aspiran a ser lo que no son
con su identificación con Europa y, sobre todo, con su desinformación supina.
Los que se amontonaron en los bares el viernes pasado en la CABA, como si respondieran
a una orden de su Jefe de Gobierno, desafían al Covid y provocan a las
autoridades. Todos provocan para recibir una sanción y poder denunciar a los
cuatro vientos la infectadura que
creen padecer.
Lo que
no advierten es que lo único que provocan es hartazgo. Mientras ellos
juegan a disfrutar, muchos padecen en serio. Médicos, terapistas y
enfermeros exponen su salud para cuidar a los que enferman por accidente y también
a los que se contagian por voluntad. Y encima, el inasible Alfredo Casero,
con su inexistente coherencia, vociferó que para eso les pagan a los
trabajadores de la salud. No hay país que soporte tanta estupidez vomitada
desde su capital. Encima, los famosos PRO son los que más se contagian, reeditando
el viejo chiste de “¿cuál es el colmo
de…?”. El colmo de un anticuarentena es padecer coronavirus. Pero
son tan anti que son capaces de morir por la causa.
Si
tenemos que perder tiempo explicando algo tan simple, ¿cuánto nos llevará
convencerlos de la necesidad de distribuir la riqueza que nos sobra?
¿Cuánta saliva tendremos que gastar para que comprendan que en un país tan
extenso no puede existir un solo argentino sin su tierra? ¿Cuánto tendremos
que escribir para demostrar que si producimos alimentos para más de 300
millones de personas no puede ser que estén tan caros y menos que haya
argentinos que no pueden comer? La respuesta a todas estas preguntas es
mucho: mucho tiempo, mucha saliva y mucha escritura. Lo que sea
necesario para desterrar la desigualdad que tanta vergüenza debería darnos.
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