lunes, 7 de septiembre de 2020

El precio de la estupidez

     El discurso dominante –impuesto desde los grandes medios y sostenido por dirigentes irresponsables- está haciendo estragos en el entendimiento de algunos argentinos. Uno comprende que comerciantes, empleados y trabajadores informales se encuentren afectados por las restricciones derivadas de la pandemia. De ahí a empatizar con los que se amontonan a tomar cerveza con los amigos, los fiesteros de Chapelco y los incineradores de barbijos del Obelisco hay un abismo. Sin dudas, el anticuarentenismo es una excusa que encontraron para manifestar su incomodidad por el resultado de las elecciones pasadas. Otra cara de la famosa grieta que los que tanto la denuncian no quieren cerrar.

Al contrario: mientras más insistan en hacer el juego a los poderosos, más la profundizan. Los incendiarios del Obelisco tomaron el barbijo como un símbolo de lo que odian, de lo que tanto desprecian. El barbijo simboliza el populismo; para esos clasemedieros aspiracionales, el acto del sábado fue como una quema de brujas, como una hoguera en la que debían arder Alberto, Cristina, Axel y todos los choriplaneros. Los fiesteros de Chapelco ostentan inmunidad, como si pertenecieran a una clase social invulnerable. Además de inmunidad, ostentan ignorancia con la frase "¿se dieron cuenta que en Europa y en San Martín de los Andes ya no hay cuarentena?". Estos individuos aspiran a ser lo que no son con su identificación con Europa y, sobre todo, con su desinformación supina. Los que se amontonaron en los bares el viernes pasado en la CABA, como si respondieran a una orden de su Jefe de Gobierno, desafían al Covid y provocan a las autoridades. Todos provocan para recibir una sanción y poder denunciar a los cuatro vientos la infectadura que creen padecer.

Lo que no advierten es que lo único que provocan es hartazgo. Mientras ellos juegan a disfrutar, muchos padecen en serio. Médicos, terapistas y enfermeros exponen su salud para cuidar a los que enferman por accidente y también a los que se contagian por voluntad. Y encima, el inasible Alfredo Casero, con su inexistente coherencia, vociferó que para eso les pagan a los trabajadores de la salud. No hay país que soporte tanta estupidez vomitada desde su capital. Encima, los famosos PRO son los que más se contagian, reeditando el viejo chiste de “¿cuál es el colmo de…?”. El colmo de un anticuarentena es padecer coronavirus. Pero son tan anti que son capaces de morir por la causa.

Si tenemos que perder tiempo explicando algo tan simple, ¿cuánto nos llevará convencerlos de la necesidad de distribuir la riqueza que nos sobra? ¿Cuánta saliva tendremos que gastar para que comprendan que en un país tan extenso no puede existir un solo argentino sin su tierra? ¿Cuánto tendremos que escribir para demostrar que si producimos alimentos para más de 300 millones de personas no puede ser que estén tan caros y menos que haya argentinos que no pueden comer? La respuesta a todas estas preguntas es mucho: mucho tiempo, mucha saliva y mucha escritura. Lo que sea necesario para desterrar la desigualdad que tanta vergüenza debería darnos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Un viernes negro

  La fortuna nos dio una chance. El disparo no salió, pero podría haber salido . El feriado del viernes es un casi duelo. La ingrata sorpres...