Las cosas pasan muy rápido en Argentina, tanto que casi nos olvidamos que una semana atrás un grupo de policías bonaerenses se plantó con armas y patrulleros frente a la Quinta de Olivos para exigir un aumento de sueldo. Hay hechos que son tan confundidos por los relatores mediáticos que, el sábado a la tarde, unos cuantos rosarinos salieron a reclamar por el 1 por ciento de coparticipación que el gobierno nacional le sacó a la CABA. La protesta hubiera sido más coherente cuando, en 2018 Mauricio Macri se lo dio de más, porque ahí sí afectaba al reparto general. Ahora también, pero parece distinto. En estos tiempos, hay tan poca valoración de la palabra, tan bastardeada está la discusión política, que Patricia Bullrich, la presidenta del PRO, recién curada de coronavirus y aún sin saber dónde se lo pescó, vuelve al ruedo para seguir haciendo campaña anti cuarentena.
Podemos
seguir enumerando viñetas absurdas
del presente argentino, pero nos quedamos con la Bullrich porque es tan
divertido como una noche de copas. Además, a partir de sus incoherencias podemos
hilar todas las demás. Cuesta creer que un personaje así mantenga cierta
trascendencia y alguno dirá que eso ocurre porque, al criticarla, le
estamos dando cabida. Pero si no lo hacemos, con la prepotencia
mediática dominante, queda como una
antorcha que ilumina nuestro futuro. Y no lo es, claro está. Por
contener las críticas a la gestión PRO en La Capital, nos pasó Macri y
si los seguimos ignorando, nos puede pasar Rodríguez Larreta, María Eugenia
Vidal o algún infierno peor. Volvamos a Bullrich un ratito más: ni bien
curada, la ex ministra de Seguridad de la Revolución
de la Alegría esputó que la fuerza política que preside es mirada “por la sociedad como la posible
sustitución de este gobierno en las elecciones de 2021”. Después
dicen que el covid no deja secuelas. Parece que además de la capacidad para
vomitar pamplinas, deja un resabio destituyente.
Entre
muchas sandeces, la etílica ex
funcionaria reclamó a Alberto “menos
modelo soviético y más apertura”, como si ya no la hubiera, con los
estragos que está generando. Pero como no podía quedarse sólo con eso,
avanzó más hacia la galería del ridículo
y calificó la cartita que Macri
publicó en La Nación como “muy clara y
conceptual”. Si tan claros
tiene los conceptos el Infame Ingeniero, ¿por qué no los aplicó durante su
gobierno, en lugar de endeudarnos como nunca, habilitar negocios para sus
amigotes y poner jueces funcionales a dedo? Si tanto conoce la
Constitución, ¿por qué no la siguió al pie de la letra para ampliar
derechos, en lugar de potenciar privilegios?
Abandonemos
a Patricia y su extravío pos covid para centrarnos en la carta del Buen Mauricio. No mucho porque, salvo
algunos fanáticos, todos la cuestionaron. Hasta su ex asesor, Jaime Durán
Barba, la consideró casi un bodrio. Pero hay algo que muchos no
advirtieron: la similitud de la carta publicada el domingo con el editorial
firmado por Roberto Noble, el fundador de Clarín, para celebrar el golpe
de Estado de 1955. En aquel viejo texto, Noble se vanagloriaba de haber
sido partícipe de la revolución que terminó con el gobierno de Perón, al que
consideraba un tirano. Después, Clarín se convirtió en un ferviente
apologista de la dictadura. No sólo de ésa, sino de todas las que
siguieron. Apologista y beneficiario. Y hoy, sigue siendo un diario
destituyente de cualquier gobierno que no satisfaga las apetencias de sus
dueños, mintiendo, difamando, blasfemando y posicionando presidentes que
le hacen mucho daño al país. El gran
diario argentino, todos sus medios y los monstruos que crea son lo más
anti argentino que existe en el mundo. Y es, sobre todo, la pesada ancla
que no nos deja arrancar hacia el país que nunca termina de ser el mejor
sueño.
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