Antes de comenzar con este Apunte Discontínuo debo aclarar que jamás veo el programa de Marcelo Tinelli. No entra en mis opciones de entretenimiento ni aunque no me queden opciones, a pesar de que sus engendros televisivos tienen más horas de transmisión que la Cadena Nacional. Sin embargo, a veces, la casualidad pone ante mis ojos algunos instantes de semejante aquelarre. Algo así pasó el lunes 4 de julio, cerca de la medianoche. Por simple curiosidad quería saber qué temperatura estaba haciendo en Rosario y puse canal 5 que en ese momento estaba pasando publicidad. Me vi obligado entonces a poner canal 3, la repetidora sin vergüenza ni reparos de cuanta estupidez se produzca en canal 13 de Buenos Aires, que a esa hora emite Show Match. Mientras miraba el número que indicaba la temperatura, había un chico y una chica terminando su exhibición de saltos y contorsiones espasmódicos vestidos con un atuendo inadecuado para una noche invernal… o mejor dicho, casi desvestidos. Cuando acabaron de sacudir cada milímetro de su piel brillante y ante el aplauso desproporcionado del público presente, la pareja se fundió en un abrazo y se arrojó al suelo, el muchacho de espaldas y ella sobre él, cara a cara, pecho a pecho, cual simulación de coito. La cámara, ni corta ni perezosa, hizo un primer plano de las protuberantes nalgas de la bailarina y su insinuante entrepierna.
Como si esto fuera poco, el conductor de semejante bazofia televisiva se acercó titubeante, se arrodilló junto a los bailarines y se acostó sobre la espalda de ella, simulando un desmayo. Mientras ocurría esa travesura de Marcelo, el público aplaudía desaforadamente y la locutora en off decía las estupideces que sólo ella sabe decir. Pero ahora viene lo peor, porque lo relatado puede formar parte de la canallesca picardía explotada hasta el hartazgo por tan mercenario personaje.
La pantalla estaba poblada por este triplete humano: Tinelli parecía la frutilla del postre. De fondo, la malsana bulla del público y la locutora que simulaba retar al conductor. Claro, para perfeccionar el mal gusto de la escena, Tinelli intentaba levantarse pero no podía, excusa perfecta para apoyar su mano izquierda en cuanto trozo de piel femenina tenía cerca. Con la mano derecha sostenía el micrófono, el símbolo fálico de su composición escénica. Todo esto no duró más de dos minutos, tal vez menos. Mi estómago no hubiera soportado más que eso. Pero el asco me dura. No por lo provocativo de la fusión de los cuerpos desnudos ni por la obscenidad que destilaba, sino por la relación de poder que allí se establecía. Eso es consenso, cuando alguien poderoso somete a alguien débil. El consenso no es un acuerdo entre iguales, sino que conlleva una relación de jerarquía.
Tinelli, el jefe, podía manosear frente a todos a la sometida muchacha. El joven, su pareja de baile, debía ser testigo de la escena con absoluta impotencia, aceptando esa “virtual” violación. El, dominante, estaba por encima de los dos. El dueño de casa toqueteando a la mucama con total impunidad. El gerente de la empresa –un viejo baboso- abusando de su secretaria. Si eso no es explotación y abuso de género no entiendo nada. No vengan con el verso de que las chicas aceptan eso, que hay un contrato, un acuerdo. No, estimados lectores, hay consenso. Nadie va a aceptar ser humillado de esa manera ante las cámaras, aunque quiera acceder al estrellato. Eso es abuso de poder y me da asco. Debe producir asco.
Pero más me asquea el disfrute masturbatorio que tamaña monstruosidad puede despertar en el espectador hogareño, que se convierte en cómplice de una violación –actuada o no- para su beneplácito. Quien se ríe de una escena así debería sentirse avergonzado.
En textos anteriores manifesté mi rechazo rotundo a la “marca Tinelli”. Es un residuo de otras épocas, no-contenidos que resultan extemporáneos y embrutecedores, además de despojados de todo valor humano.
Probablemente muchos aplaudieron la prohibición del rubro 59 a través de un decreto firmado por la Presidenta. Resulta contradictorio que después de tal medida, un número importante de ciudadanos decida regalar rating a este deleznable sujeto público que sólo merece nuestro repudio. A veces parece que algunos no entienden nada. Por lo pronto, prometo no preocuparme más por la temperatura invernal.
Tinelli es un producto "Made in Menem" de la decadente década de los '90. Es el símbolo ineludible de la degradación de esta otrora orgullosa e hidalga sociedad argentina. Es por eso, nada menos, que payasos mediáticos como Macri y Del Sel tengan excelentes probabilidades de ser mandatarios importantes en este país, porque somos idiotas, nos hemos vuelto idiotas. Si Tinelli quisiera ser presidente solo tendría que desearlo y el sillón de Rivadavia estaría a si alcance. En la misma bolsa, un poco más suavizado, las pongo a Susana Gimenez y Mirta Legrand.
ResponderBorrar¡¡JO,me has dado la mañanita Rock,al leerte mis peores pesadillas tomaron cuerpo!!.Por otra parte hay un tema que es el que Gustavo trata en su artículo y es el sexismo y el machismo que rezuma el programa del rol que hace jugar a la mujer y al hombre también. Tinelli,el macarra más macarra,una verguenza nacional para lxs que aún nos queda algo de sentido común,ese que es el menos común de los sentidos.
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