Las jornadas Democracia y Desarrollo organizadas por el Grupo Clarín todavía dan
para hablar. No por su contenido –que se sobrentiende- sino por sus
intenciones. El miércoles se reunieron los más poderosos de la economía criolla
y los más serviles exponentes de la oposición. Los primeros para puntualizar sus exigencias de cara al futuro y los
segundos para memorizar las órdenes y conquistar simpatías. Lo más doloroso
fue la presencia de Daniel Scioli y lo más
gracioso –pero no tanto-, el despiste de Binner durante una entrevista
radial. Cuando la periodista, después de varias evasivas, le aclaró que el
Grupo Clarín es Magneto, el diputado y candidato
presidencial exclamó “yo que usted voy a la Justicia y lo denuncio.
Sería conveniente” y cortó la comunicación. Difícil analizar esta reacción
y evitar a la vez tentadoras descalificaciones. No hay distracción, inocencia ni senilidad, sino mucho cinismo. Y
también, cobardía, porque no se atreve a confesar que ha tomado la decisión de avalar
los intereses más despiadados.
Antes de continuar con este personaje, resulta imprescindible aclarar que Clarín no es un periódico barrial, Techint no es una herrería de pueblo, los grandes supermercados no son almacenes y la Sociedad Rural no es un grupo de empobrecidos hortelanos. Si estos grupos hablan no es para dialogar, sino para dictar órdenes; no es para proponer, sino para imponer; no es para lograr adhesión sino para exigir obediencia. Que las corporaciones planteen una discusión sobre la relación entre democracia y desarrollo provoca escozor, escalofríos o, al menos, urticarias. Pero más grave aún es que haya candidatos presidenciales que, sin pudor, se pongan al servicio de esos intereses tan destructivos y que pregonen hacerlo por el beneficio de todos. Y, en el caso de Binner, encima afirma que es progresista. Peor, socialista.
Si quieren que sean las corporaciones las que gobiernen sin ser votadas, que lo digan. Pero que no engañen más con las conocidas máscaras, que ya nos han hecho mucho daño. El kirchnerismo tendrá sus errores, será lo que sea, pero se ha sometido y se someterá a elecciones, algo que las corporaciones nunca hacen. Claro, no lo necesitan porque con el poder que ostentan y la obsecuencia que consiguen de políticos, jueces y funcionarios les alcanza y sobra para seguir saqueando al país como lo han hecho en otros tiempos.
Y esto no ocurre sólo en nuestro país. El mundo entero se sacude al ritmo de la avaricia de unos pocos que se quieren quedar con todo. Desocupados, desterrados y desnutridos conviven con palacios de sueño y autos enchapados en oro. Lo primero como principal consecuencia de lo segundo. El lujo vomitivo como causa primera de la desigualdad.
Tanto asco produce esta situación que hasta el Papa asegura que el sistema económico mundial “ya no se aguanta”. No es el primer Pontífice que se refiere a la pobreza, pero los antecesores apelaban a la caridad como solución para atenuarla. Francisco invita a diseñar un sistema distinto. Nada revolucionario, sino un modelo más amigable.
Desde Bolivia, en la Cumbre del G-77 + China, comienzan a escucharse no sólo las advertencias, sino las propuestas. "El capital es hoy excluyente porque dejó, en muchos casos, de explotar –explicó CFK en su exposición- Eso es un logro de la valorización financiera que nuestro país conoció gracias al endeudamiento que comenzó bajo la dictadura militar y siguió luego durante la ficción de que un dólar valía un peso. Así fue como nos endeudamos en un 160 por ciento en relación a nuestro PBI". Mientras la especulación aporte más ganancias que la producción, será difícil equilibrar la balanza. Hoy ya no estamos discutiendo sobre la explotación laboral, sino sobre la economía basada en el traslado virtual de divisas en busca de mayores tasas de ganancia. Divisas sin patria pero con mucha voracidad.
De esto se trató la reunión en el Malba, de la manera de restaurar ese infausto modelo en nuestro país. Seguramente los expositores habrán hablado de la intromisión del Estado en la economía, la reducción del gasto público, de la carga impositiva y de todas las medidas que se han tomado en estos años para frenar tanta depredación. De todo lo que ellos consideran un obstáculo para el desarrollo del país, lo que significa, ni más ni menos que el crecimiento de sus propias fortunas. A eso se suman todos los exponentes de la oposición, con nauseabundo servilismo. Y Scioli, que se adentró en la caverna del dragón con la idea de domesticarlo. O de ponerse a su servicio. Esto sólo él lo sabe.
Antes de continuar con este personaje, resulta imprescindible aclarar que Clarín no es un periódico barrial, Techint no es una herrería de pueblo, los grandes supermercados no son almacenes y la Sociedad Rural no es un grupo de empobrecidos hortelanos. Si estos grupos hablan no es para dialogar, sino para dictar órdenes; no es para proponer, sino para imponer; no es para lograr adhesión sino para exigir obediencia. Que las corporaciones planteen una discusión sobre la relación entre democracia y desarrollo provoca escozor, escalofríos o, al menos, urticarias. Pero más grave aún es que haya candidatos presidenciales que, sin pudor, se pongan al servicio de esos intereses tan destructivos y que pregonen hacerlo por el beneficio de todos. Y, en el caso de Binner, encima afirma que es progresista. Peor, socialista.
Si quieren que sean las corporaciones las que gobiernen sin ser votadas, que lo digan. Pero que no engañen más con las conocidas máscaras, que ya nos han hecho mucho daño. El kirchnerismo tendrá sus errores, será lo que sea, pero se ha sometido y se someterá a elecciones, algo que las corporaciones nunca hacen. Claro, no lo necesitan porque con el poder que ostentan y la obsecuencia que consiguen de políticos, jueces y funcionarios les alcanza y sobra para seguir saqueando al país como lo han hecho en otros tiempos.
Y esto no ocurre sólo en nuestro país. El mundo entero se sacude al ritmo de la avaricia de unos pocos que se quieren quedar con todo. Desocupados, desterrados y desnutridos conviven con palacios de sueño y autos enchapados en oro. Lo primero como principal consecuencia de lo segundo. El lujo vomitivo como causa primera de la desigualdad.
Tanto asco produce esta situación que hasta el Papa asegura que el sistema económico mundial “ya no se aguanta”. No es el primer Pontífice que se refiere a la pobreza, pero los antecesores apelaban a la caridad como solución para atenuarla. Francisco invita a diseñar un sistema distinto. Nada revolucionario, sino un modelo más amigable.
Desde Bolivia, en la Cumbre del G-77 + China, comienzan a escucharse no sólo las advertencias, sino las propuestas. "El capital es hoy excluyente porque dejó, en muchos casos, de explotar –explicó CFK en su exposición- Eso es un logro de la valorización financiera que nuestro país conoció gracias al endeudamiento que comenzó bajo la dictadura militar y siguió luego durante la ficción de que un dólar valía un peso. Así fue como nos endeudamos en un 160 por ciento en relación a nuestro PBI". Mientras la especulación aporte más ganancias que la producción, será difícil equilibrar la balanza. Hoy ya no estamos discutiendo sobre la explotación laboral, sino sobre la economía basada en el traslado virtual de divisas en busca de mayores tasas de ganancia. Divisas sin patria pero con mucha voracidad.
De esto se trató la reunión en el Malba, de la manera de restaurar ese infausto modelo en nuestro país. Seguramente los expositores habrán hablado de la intromisión del Estado en la economía, la reducción del gasto público, de la carga impositiva y de todas las medidas que se han tomado en estos años para frenar tanta depredación. De todo lo que ellos consideran un obstáculo para el desarrollo del país, lo que significa, ni más ni menos que el crecimiento de sus propias fortunas. A eso se suman todos los exponentes de la oposición, con nauseabundo servilismo. Y Scioli, que se adentró en la caverna del dragón con la idea de domesticarlo. O de ponerse a su servicio. Esto sólo él lo sabe.
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