lunes, 9 de junio de 2014

Los extraviados del periodismo



   A esta altura de la vida, el Día del Periodista debe servir más para reflexionar que para festejar. Algunos, de vergonzante accionar en los medios dominantes, deberían esconderse para que nadie los salude. Y devolver los regalos, también. No porque piensen distinto, como canturrean tontamente ante cámaras, micrófonos y teclados sino porque buscan engañar a un público cautivo, a fuerza de lecturas prejuiciosas de los hechos. Muchas veces, también a partir de hechos inexistentes. Eso ya no es manipular, sino mentir, sin dudas. Que el título principal de la tapa de un diario esté basado en un textual de La Presidenta pronunciado en una reunión que nunca se realizó, está más cercano a la parodia que al trabajo periodístico serio y responsable. Y volviendo a la idea del pensar, con la designación de Forster como funcionario también desataron las más absurdas conclusiones y se enredaron en ellas, mostrando, una vez más, sus maliciosas intenciones: la destrucción del kirchnerismo como sea.
   Pero lo único que van a lograr es perder un poco más del poco prestigio que les queda. Mientras más se empecinan en emponzoñar el ambiente, menos adhesión consiguen. Como niños encaprichados, niegan trascendencia a las medidas que toma el Gobierno Nacional para mejorar la vida de los que menos tienen. Esa tapa con el trascendido de la frase presidencial –“avance contra el juez”, dicen que dijo CFK a Boudou- intentó tapar los anuncios de las nuevas vacunas y la moratoria previsional. En ambos tópicos, Argentina aparece liderando la cobertura de la región. Como si fueran más importantes las fabulaciones de un escriba con aspiraciones a ascender que las medidas inclusivas que toma La Presidenta.
   Cuando asumió Néstor Kirchner, el calendario incluía nueve vacunas obligatorias. Con los anuncios de la semana pasada, asciende a 19. Obligatorias y gratuitas, para que todos tengan acceso. Respecto a las jubilaciones, cuando Kirchner decidió la primera moratoria en 2005, había algo más que tres millones de jubilados (66 por ciento) y hoy esa cifra se duplica, alcanzando el 93 por ciento de personas en edad de hacerlo. Los nuevos anuncios tienden a incorporar a cerca de 470 mil ciudadanos que están fuera del sistema para llegar al 99 por ciento de cobertura. ¿No es demasiada vileza inventar textuales para silenciar medidas tan importantes? ¿O la preocupación de los medios opositores respecto de los jubilados es sólo una simulación?
    ¿Qué papel juega el periodista en esos medios que ya son la cara visible -la oficina de prensa- de grandes intereses políticos y, esencialmente, económicos? Porque mentir, estimados lectores, no tiene relación con la ideología, sino con la ética. Con un poco de honestidad, pueden cuestionar todas las acciones del Gobierno que quieran, sin apelar a los novelescos hechos que surgen de esas mentes deliradas. Pero para eso, deben revelar el país que quieren, el modelo neoliberal que tanto extrañan. Entonces, esconden sus anhelos sanguinarios con denuncias puristas, como si una parte pudiera afectar al todo, como si un hecho de corrupción pudiera opacar las mejoras en la distribución del ingreso. Si fueran honestos en sus críticas, apuntarían a una profundización de esa tendencia y no a su abandono.
   Sobre sapos, princesas y monstruos
   Al plantear estas cuestiones, uno se expone a recibir una enérgica réplica: “no estamos en el país de las maravillas”. Nadie afirma tal tontería, ni siquiera La Presidenta. Por el contrario, desde el oficialismo siempre se ha dicho que falta mucho todavía, pero que éste es el camino. En donde seguramente no estamos es en el país de las pesadillas que padecimos apenas trece años atrás. Y menos aún, en el oscuro pantano que nos pintan desde las usinas opositoras. Claro que hay cosas que se podrían hacer mejor o con mayor celeridad, que ha habido y habrá errores en algunas de las decisiones, que muchos funcionarios no funcionan, pero no hay dudas de que estos diez años han sido los mejores de los últimos 50. Al menos para la mayoría de los argentinos. Y el resto se queja mucho, aunque también esté mucho mejor que diez años atrás. En realidad, no les molesta lo que se ha hecho, sino lo que se viene. Por eso quieren aniquilar al kirchnerismo cuanto antes.
   En otros tiempos, el Poder Concentrado apeló a las Fuerzas Armadas cada vez que los gobiernos democráticos intentaron contener un poco su avidez en beneficio de la mayoría. Ahora que no hay posibilidades de un golpe militar y las movidas económicas no logran doblegar al Gobierno, arremeten con un ejército de periodistas dispuestos a decir cualquier barbaridad con tal de recibir la cálida sonrisa de los amos. Y uno dice periodistas para no entrar en ásperas polémicas. Si bien la idea de la objetividad del suceso está demasiado cuestionada para alzarla como bandera, nadie duda lo que es una mentira: afirmar lo contrario de lo que uno sabe que pasó. No es un error, sino una voluntad; nadie miente sin querer, sino porque le conviene o porque obedece una orden. Peor aún cuando alguien opina a partir de ella, porque está condenado a llegar a conclusiones erróneas. Y no por fallas en el procedimiento, sino en el punto de partida. Si uno toma una mentira para elaborar un editorial se está equivocando o busca confundir al público. En ambos casos, ostenta muy pocas cualidades como profesional.
   Un caso puede esclarecer esta circunstancia: la famosa carta del Papa, primero desmentida, después confirmada por el mismo que la desmintió y finalmente, por el propio Francisco. Este insignificante episodio sirvió para elaborar las diatribas más absurdas respecto de la nula credibilidad del Gobierno. No hay que olvidar la tapa de los principales diarios del 23 de mayo, regodeándose con el incidente mientras ya se sabía la veracidad de la misiva. Al día siguiente, no reconocieron haber exagerado en sus críticas, sino que persistieron en ellas. Como, de acuerdo al escenario que pintan, Cristina y su equipo hace todo mal y miente siempre, tienen el chip criticón incrustado y sólo surgen acalorados dicterios de sus oscurecidas mentes. No importa lo que pase, siempre la culpa la tienen los K. No importa la medida que se tome, siempre estará mal y tendrá los peores resultados.
   Algunas profesiones son más fáciles de definir y, como consecuencia, de especificar cuáles son las inconductas de quienes las practican. Con los periodistas no ocurre eso: si los primeros medios aparecieron para narrar hechos lejanos de la vida cotidiana y después se consolidaron como herramientas para proteger a los ciudadanos de los abusos del poder, hoy, en muchos casos, parecen más un ariete de esos poderes para abusar de los ciudadanos. Los grandes medios han dejado de ser emprendimientos heroicos o negocios exitosos para convertirse en armamento pesado para condicionar a la democracia. Porque detrás de estos medios que construyen nuestros ánimos arremeten los más monstruosos exponentes del Poder Económico, los más grandotes, los más avarientos, los más ávidos. Ellos son los que abusan y el resto, somos los abusados y en la más absurda paradoja se victimizan a través de sus medios para impedir que los damnificados limen un poco sus inmensas fortunas.
   Y algunos individuos se sumergen en este barro, ofrecen sus servicios al más poderoso, horrendos sapos se transforman en esbeltos príncipes, se erigen como valerosos caballeros, hieren con sus espadas a los indefensos ciudadanos. Ellos dicen que son periodistas, pero son esbirros despiadados que han renunciado a cualquier dignidad. Un poco de optimismo para el final: no todos son así. Cada vez son más los comprometidos con la construcción honrada de la realidad y su interpretación sincera. Y más también los que comprenden que las miradas subjetivas sobre las cosas –la posición ideológica- no implican el abandono de todo principio, sino todo lo contrario.

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