El Cambio está cumpliendo un año y en esto
hay algo auspicioso: que falta menos
para que la pesadilla termine. Eso sí, lo que quedará de nosotros cuando
culmine el mandato de Macri es impredecible. Él prometía que íbamos a estar
cada día mejor, pero los datos duros lo desmienten. Aunque
sature su discurso con empalagosas metáforas, el universo simbólico que representa es por demás de amargo. Los
logros que enumera en cada ocasión son pamplinas más propias de un embaucador que de un presidente. Que ahora hay más diálogo, que estamos más unidos o que se respira otro aire expresan el alivio de una clase privilegiada por
haber recuperado el país para su exclusivo beneficio. Un puñado de
angurrientos que se siente más libre para explotar,
saquear, evadir, especular, acumular y fugar. En inversiones ni piensan
porque el país que el empresidente sirve para
ellos –y para él también- incluye un
menú inagotable y por cuenta de la casa.
El retiro espiritual de Chapadmalal no
relajó el talante del Ingeniero, sino que profundizó
el gesto adusto del niño rico empecinado en romper la maqueta que recibió de
regalo. Decepcionado por los resultados de un segundo semestre adverso y
ante la perspectiva declinante de los próximos meses, el Macri de hoy ya no baila tanto, ni siquiera para burlarse de las
víctimas de su gestión. Las arrugas de su rostro y la tensión de su ceño han alejado cualquier mueca de optimismo.
Y junto al mar, dijo: “se generó una
expectativa de cambio mágico y de eso hay que alejarnos”. Ahora dice que no
es un mago, aunque de su boca salió el
conjuro “sí, se puede” y anunció el
truco del shock de confianza. Ambos produjeron el efecto contrario: cada vez se puede menos y el no-plan de
gobierno genera más desconfianza.
Si Macri tuviera
buenas intenciones, sería como aquel viejo personaje de Alberto Olmedo, el
desventurado Mago Ucraniano, cuyos
trucos divertían porque siempre fracasaban. El Gerente de La Rosada no es
tan inocente ni tan divertido: sus trucos
no fracasan porque producen el efecto deseado. No hay errores en el
espectáculo que ofrece y el engaño sigue siendo efectivo para los que creen en
él. Su gran acto está empezando y ya se
pueden vislumbrar sus resultados: convertir un país rico capaz de albergar
con holgura al triple de sus habitantes en un
feudo desigual donde unos pocos gocen del esfuerzo de todos.
Abajo el telón
La magia de la televisión convirtió a Macri
en presidente y los artilugios más
oscuros transformaron su minoría parlamentaria en una mayoría funcional.
Las peores leyes salieron de ese hechizo y la varita del decreto las empeoró. Lo
que no pasó por el Congreso, corrió por
cuenta de las decisiones de los funcionarios en la intimidad de sus
despachos. El Boletín Oficial tomó la forma de un manual de embrujos para realizar
los deseos del Poder Económico. Así como al aprendiz de hechicero se le descontrolaron las escobas, al Gran
Equipo se le alborotaron los números, la lluvia de dólares se trocó en succión y
la Revolución de la Alegría, en una lágrima. Con la magia PRO, la transparencia es opacidad, la verdad,
mentira y los errores, pesada herencia; el
diálogo es stand up, el consenso, imposición y la unión, disciplinamiento.
Macri dice que no
es mago pero convirtió a una patota de
ceos en un gabinete de gobierno; serviles mayordomos que no saben qué
medida tomar para dibujar una sonrisa en
la avarienta máscara de sus patrones. Y logró fabricar una crisis donde no
había posibilidades, al punto de provocar
la caída de los indicadores en todas las actividades imaginables. La venta
de materiales de construcción, con una baja del 20 por ciento interanual,
termina el año con un desempeño tan
dramático como en tiempos del estallido de 2001. Las Pymes industriales
bajaron su producción un 6 por ciento respecto al año pasado, de acuerdo a un
informe elaborado por la CAME. La caída de las ventas en supermercados y
autoservicios alcanza el 20 por ciento
y menos de la mitad de los argentinos puede planear vacaciones. Macri
dice que no es mago pero en menos de un año logró que las sombras del pasado
sobrevuelen nuestras vidas, tanto que el
Riesgo País empieza a asomar como un indicador cotidiano. Quizá por esto más
del cuarenta por ciento de los argentinos ya considera que este gobierno es peor que el de Cristina.
La magia está
terminando o las malsanas intenciones de esta ceocracia se están haciendo
evidentes. Como sea, parte de la
oposición comienza a comportarse como tal. El hechizo está perdiendo su
efecto y los diputados asumen el lugar
al que fueron destinados por el voto popular. El rechazo al proyecto
oficial del mal llamado impuesto a las ganancias desató el descontrol de los
amarillos. El empresidente inició un
ciclo de declaraciones inconsistentes en una conferencia de prensa y desplegó un vergonzante rosario de mentiras:
que es una actitud irresponsable, que es demagógica, que es una pesadilla.
Ahora está preocupado por la recaudación, pero a pocos días de asumir renunció a recaudar con las retenciones a
los sectores agropecuarios y mineros. Y es una falacia que crearon miles de
puestos de trabajo: por el contrario, se
produjeron casi diez mil despidos en esas actividades. Ahora habla de
demagogia, pero prometía eliminar el impuesto a las ganancias y no afectar a más trabajadores como propone
su proyecto. ¿Acaso no es demagogia eliminar impuestos para los más ricos? Y
agregó –en ese tono de reproche tan propio- que no se creció en los últimos cinco
años, con el absurdo de incluir el
primero de su gestión en el paquete de la pesada herencia.
Además de sus
mentiras, desplegó un desprecio muy
lejano al diálogo y el consenso tan pregonados. Nada de lo dicho por él y
sus laderos sirve para cerrar ninguna grieta. Encima, el desconocimiento por lo
aprobado en la Cámara de Diputados los
coloca en el escenario de los prejuicios más pueriles. El problema es que,
para no desfinanciar al Estado, el proyecto con media sanción propone retenciones a la minería e
impuestos al juego, a la renta financiera y a las propiedades improductivas.
Estos ceócratas prefieren seguir empobreciendo a los trabajadores antes que incomodar a los más acomodados.
Aunque son oficialistas, siguen actuando como opositores; aunque son los victimarios, reaccionan como víctimas. Ellos
prefieren romper lanzas con los sectores políticos que garantizaron
gobernabilidad en estos meses de destrucción antes que tomar una decisión que saque unas monedas a los que la levantan con pala mecánica.
La magia que los llevó
al poder está dejando de funcionar. Sin magia, se aprecia mejor la torpeza política de los amarillos:
amenazan con el veto en lugar de considerar que la ley puede incentivar el
consumo al poner más dinero en los sectores medios. Sin hechizos, se los ve más cínicos: Macri exige poner más el hombro y se va a Alta
Gracia para disfrutar del último feriado
puente de la historia.
En estos días,
Macri y sus secuaces abandonaron la expresión de feliz cumpleaños para
adoptar una de condolencias. Ahora dice que no es un Mago pero las expectativas del cambio mágico las creo
él en su campaña. Pero todos sabemos que en el mundo real, la magia no
existe. Y, como quedó demostrado en la Década
Ganada, no hace falta nada sobrenatural; sólo basta el compromiso para mejorar la vida de los ciudadanos.
Estos son brujos siniestros que quieren aniquilar cualquier idea de país para convertirnos en una sucursal del Imperio. Los enemigos de siempre están otra vez en el poder: la oligarquía cipaya. Muy buen texto. Norberto Bermúdez
ResponderBorrarTranquilo Gustavo,en 2017 en lugar d Duran Barba entra a tallar el avezado "mago sin dientes",y con su magia d última generación hará reaccionar al "mafianete OffShore"...felicidades capo.
ResponderBorrarTanto enojo contra Massa parece una treta para seleccionar al adversario electoral. No nos comamos la escenita. Carolina Carballo
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