Aunque parezca un chiste, los cambiemitas se sinceran cada vez más con la sociedad. En su afán de oponerse y mostrarse como una alternativa a no se sabe para qué, ya no se enredan en las contradicciones de la campaña 2015 sino que son absolutamente sinceros. Ya olvidada la perversa promesa de Pobreza Cero, sus diputados reconocen que defienden al 0,02 por ciento de la población. El 40 y pico por ciento que votó por Macri para la frustrada reelección debería estar indignado por esta revelación y, de ahora en más, tendría que dar la espalda a cualquiera de sus candidatos. Pero los PRO siguen como si nada exhibiendo sus inmundicias sin que nada los contenga. En una reunión virtual con sus partidarios, el Infame Ingeniero se mostró ofuscado por la carta que los senadores del FDT elevaron al FMI, en la que consideraba irresponsable la toma de deuda durante su gestión. El buen Mauricio calificó esa verdad como “un relato que no se debe dejar pasar”, como si aún tuviera la potestad para subir o bajar las barreras discursivas. Y para convencer a sus partidarios esputó que “hay mucha gente que cree que hicimos eso: endeudarnos para fugar capitales”. Sin embargo, nada hay que demuestre lo contrario. Los 44 mil millones de dólares se esfumaron por la canaleta de la fuga. Y Macri agregó que esto “nos hace quedar como los malos de la película”. Y en realidad, lo fueron y lo siguen siendo.
La muestra de esta afirmación la
dio la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña con sus despectivas definiciones sobre la carrera docente. Despectivas y falaces, además de fascistas.
Aunque sea una funcionaria de la CABA, sus dichos fueron repudiados en todo el país. Pero ojo: no es la única que bombardea la educación pública. A pesar
de que ahora se muestre arrepentida, la ex gobernadora bonaerense, María
Eugenia Vidal también denostó a los
docentes y a las universidades. Tampoco olvidemos cuando Macri, con ese
tono impostado de desprecio de clase,
se preguntó “¿qué es eso de abrir
universidades públicas por todos lados?” Ni debemos omitir cuando habló de
los que caen en la escuela pública.
Ellos son así y lo exhiben sin pudor, por más que a veces recurran al maquillaje del marketing para
disimular.
Y en estos días, con el
tratamiento en diputados de la Ley para el Aporte
Solidario de las Grandes Fortunas salieron con los tapones de punta para impedir la iniciativa. Con mentiras,
por supuesto, porque no tienen
argumentos valederos. Primero, con eso de que este tema no se está discutiendo en ningún lugar del
mundo, cuando en España, Rusia, Gran Bretaña, Italia, Suiza, Brasil, Chile,
Perú, Ecuador y Bolivia están tratando una propuesta similar… y hasta con contribuciones más elevadas y
abarcadoras. Después, con eso de que los
afectados por esta ley son los que generan empleo e inversiones. Mentira.
Durante el nefasto gobierno de Macri bajaron el impuesto a los bienes
personales, a las importaciones, las retenciones y la lluvia de inversiones ni apareció. Además, la ley establece una
carga a los bienes personales de menos de diez mil personas, que no son los bienes que se destinan a la
inversión sino al disfrute privilegiado e individual. Y un dato más indignante: en Argentina, hay 440 personas que poseen entre el 6 y el 9
por ciento del patrimonio nacional y el 80 por ciento de eso lo tienen fuera
del país. Entonces, dejemos de versear ¿De
qué inversiones estamos hablando? Si los que están en la punta de la
pirámide destinaran un mínimo porcentaje de lo que tienen para generar empleo, no tendríamos problemas laborales y la
pobreza sería inexistente. Pero hay desocupados y pobres porque hay una minoría que acumula sin
límites y está dispuesta a todo para seguir haciéndolo. Hasta son capaces
de mover los mecanismos de la justicia con jueces y fiscales cómplices para poner en evidencia lo mezquinos que
son. Y mal agradecidos, porque han acumulado sus fortunas estafando al Estado, evadiendo impuestos,
explotando trabajadores y abusando con los precios de lo que producen. Esas
fortunas las construimos entre todos
y es hora de que empiecen a devolvernos un par de tajadas. Y no por única vez, sino para siempre.
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