Un lugar común a la hora de hacer un paneo sobre la semana periodística es decir que pasan tantas cosas como si hubiera pasado un mes. En realidad, eso no es un invento argento: pasan muchas cosas en todos los países si no, los periodistas no tendríamos nada que hacer. Tal vez lo que sorprenda de la impronta vernácula sea la diversidad temática en la que estamos envueltos, pues pasamos de celebrar el regreso de Evo Morales a Bolivia de la mano del presidente Fernández a enfrentar un lobby militar-policial relacionado con el macrismo; de la suspensión del IFE IV al Aporte Extraordinario de las Grandes Fortunas; del desalojo a ocupantes de tierras ociosas a la reglamentación del autocultivo de cannabis para uso medicinal. Las agendas informativas están tan disociadas –unas intentando socavar y otras, fortalecer- que nos hacen saltar de un lado al otro como si estuviésemos parados sobre una sartén caliente.
Esto, además de ampollar nuestras
plantas si fuera más que una metáfora, nos
impide una reflexión, al menos una mirada serena sobre la secuencia. Quizá
sea ése el objetivo de muchos medios que, empecinados
en alterar nuestra vida, son capaces de inventar cualquier cosa o invitar a
algún personaje que las invente por ellos. Una irresponsabilidad que alguien que
ha incinerado el poco prestigio
alcanzado por sus novelas como Federico Andahazi, ponga en duda la seriedad
de la vacuna Sputnik V como si fuera un
infectólogo y hasta niegue la
gravedad de la pandemia. ¿Cómo puede tener espacio alguien tan mentiroso en
un programa llamado “Le doy mi palabra”, cuando su palabra es garantía de casi nada?
Si los productos que consumimos a diario tienen un control de calidad, ¿por qué
no se hace algo parecido con las pavadas
que dicen a diario estos in-comunicadores empeñados en romper todo?
Y desesperados también, porque el
establishment supone que, una vez alejado el peligro de la pandemia con
cualquiera de las vacunas en danza, la
recuperación de la actividad económica estará a la vuelta de la esquina.
Además, si el Aporte Extraordinario supera la barrera legislativa como se
supone y atraviesa los fosos con
cocodrilos de la Justicia cómplice, no sólo significará un suculento
combustible para la reactivación, sino también un buen punto de partida para elaborar una necesaria reforma tributaria,
para que de una vez por todas contribuyan más los que más tienen y menos los
que menos tienen. Porque están desesperados
con cualquier logro del oficialismo, salen con cualquier cosa. Por eso
aparece Carrió para decir las gansadas de siempre, aunque haya renunciado por capricho a su representación como diputada. En
su afán desquiciado de recuperar un rol estelar, embiste contra sus aliados de
antaño y los demuele con la aparente
intención de reivindicarlos. “Todo el
mundo cree que Marcos Peña fue un pésimo Jefe de Gabinete y es mentira –declamó
entre múltiples guiños- Él era el único
que se le podía plantar a Macri, que lo
frenaba en sus posiciones más extremas”. Si es así, deberíamos
considerarlo un héroe, más aún si recordamos aquella infeliz frase: “si
me vuelvo loco les puedo hacer mucho daño a todos ustedes". Ya
sabemos, Marcos Peña fue tan cómplice,
cínico y despiadado como el Buen
Mauricio, que no se volvió tan loco pero nos hizo mucho daño.
Lo que nos hace verdaderamente daño
es una oposición así, tan insustancial y
destructiva. Ahora es Carrió, que vomita estupideces como “la inteligencia rusa está directamente
ligada a Cristina Kirchner” y aconseja que “no se pongan ninguna vacuna que
no venga de un país democrático”.
Pero antes fueron los cambiemitas, que denostaron las medidas de
aislamiento sanitario en nombre de una
libertad no vulnerada. Siempre están vilipendiando sin especificar a dónde nos quieren conducir. Ahora
denuncian un ajuste cuando ellos son los
ejecutores de los más atroces ajustes en apenas cuatro años.
En serio, hay que ser muy zopenco para creer en desquicios así, pero tampoco
hay nadie que ponga un freno. Y eso es necesario, porque si esperamos que los
hechos demuestren cuánto se han equivocado, ya será tarde para recuperar lo que han destruido: la conciencia de
gran parte de la población. Y experiencias sobran en este sentido: con sólo
pensar que Macri llegó a la presidencia gracias a dos mentiras –la del falso
homicidio de Nisman y las acusaciones falaces contra Aníbal Fernández- basta para empezar a castigar a los que
nos mienten todos los días.
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