Después de once años de escribir estos apuntes, en los que nunca hablé de mí, puedo tomarme la licencia de hacer público un problema personal. Los lectores de este blog sabrán comprenderme.
Dos años atrás, cuando asumí la
regencia del ISET, quise cerrar la
cuenta sueldo del Banco Santander donde me depositaban las horas cátedra que
tuve que licenciar. Alguien me aconsejó que la mantenga, pues no generaba gastos. Mala idea. En aquel entonces, contribuía a
UNICEF a través de esa caja de ahorros –es un decir- en la que, cada dos o tres
meses, depositaba lo correspondiente a
mi contribución. Cuando me olvidaba de hacer la transferencia, del Banco
Santander me llamaban para avisar un descubierto que cubría a los pocos días. En enero, me cansé y decidí cancelar la contribución.
Primero, intenté hacerlo desde el Home Banking del Banco Santader. Desde
atención al cliente me dijeron que tenía que hacer la cancelación en UNICEF.
En aquellos lejanos días atendían
humanos en atención al cliente, lo que
daba buenos resultados. Vía mail, cancelé la contribución, la cual fue
confirmada y desde el 14 de enero
dejaron de debitarme los 700 pesos correspondientes. Realicé un depósito de
4000 pesos para cubrir cualquier saldo y
dejar un remanente de ahorro. A mediados de mayo, me llamó un humano para
anunciarme un descubierto de dos mil y
pico más intereses. Imposible, si el único débito ya lo había cancelado.
Desde esa fecha, los humanos del Banco Santander sólo aparecen para reclamar la deuda, pero no para escuchar
explicaciones. Una de las operadoras que me anunciaba la deuda que yo no generé me aconsejó que me acerque a la sucursal
más cercana para aportar las pruebas del
error. Así lo hice, pero me dijeron que sólo podía hacer ese trámite en la sucursal donde está radicada mi
cuenta. Ni en ese número ni en atención al cliente me atienden, valga la redundancia o la incoherencia.
Intenté conseguir el turno vía Home Banking y cuando marcaba mi usuario y
contraseña me aparecía un mensaje que anunciaba que no podían identificarme. El cuadro de diálogo sugería que tramite
un código que me enviarían por mensaje a mi móvil. Cuando recibo el mensaje,
marco el código, con la esperanza de poder acabar con ese enojoso trastorno,
pero no: seguían sin identificarme y,
por ende, no podía realizar ninguna operación. A pesar de las innumerables
fotos de caritas sonrientes que aparecen en la página del Banco Santander, yo no podía sonreír. Esas sonrisas que
desfilan en la pantalla me suenan a burla.
Claro, así resulta imposible
cualquier sonrisa. Un humano llama para reclamar una deuda, pero cuando uno se
quiere conectar con el Banco Santander, tiene
que pasear por innumerables opciones con la esperanza de sortear las voces
mecánicas y encontrar un humano al que explicar todo. Pero no, cuando uno
queda a la espera de la atención de un operador, que será grabada para garantizar un mejor servicio, la comunicación se corta. Después de un
mes y medio de vanos intentos por arreglar una situación de la que soy víctima –y con una deuda que supera los 6000 pesos-
entiendo todo. Estamos indefensos ante
los estafadores, que están ávidos de succionarnos hasta las últimas monedas.
Ponen humanos para reclamar, pero no
para solucionar; abusan de la Pandemia para no dar la cara; ahorran lo más posible en empleados para
poder acceder al podio de Forbes. No dan la cara porque no la tienen y nos
escatiman humanos porque Ellos no lo son.
Estamos a merced de los que nunca pagan consecuencias por las estafas que nos
realizan. Ellos son los que siempre ganan y nosotros perdemos cada vez más.
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