El tropiezo verbal de Alberto con los barcos ya pasó. Una síntesis tontuela de nuestra historia plagada de telarañas y polillas. Eso de que los argentinos bajamos de los barcos se pensó hace cien años, bien como europeos exiliados en estas tierras o como inmigrantes que no hemos logrado construir una identidad en conjunto con los pueblos originarios. Pensar que un país tan extenso y diverso pueda alcanzar una identidad única no es más que una locura, además de algo innecesario y hasta contraproducente. Esta discusión está siempre presente, aunque con actualizaciones cada vez más difusas. La cultura global y cambiante y el bombardeo permanente de nuevas expresiones son variables que nos impiden pensar en una tradición que nos abrace a todos. Pero lo que realmente molesta es que los cambiemitas se hayan espantado con este episodio. Ellos, que no paran de despreciar morochos; que protestan porque los hospitales porteños se llenan de extranjeros; que le pidieron disculpas a los empresarios españoles por la expropiación de YPF; que diagnosticaron angustia en nuestro héroes, querido rey; que hablaron de inmigración descontrolada y de baja calidad; que han considerado a los mapuches como miembros de organizaciones terroristas internacionales; que han ayudado a los terratenientes a desalojarlos de sus tierras ancestrales; que reflotaron la idea de la conquista del desierto en la educación. Ahora se vienen a hacer los autóctonos. Por favor. El presidente tropezó con su lengua, se disculpó y sigue gobernando para que todos podamos vivir mejor.
Mientras la Pandemia sigue su
curso despiadado, las vacunas están llegando, el plan de inmunización avanza con más celeridad y hasta
estamos produciendo vacunas. En algunos sectores, la economía empieza a repuntar y a superar los números
de la catástrofe macrista. La obra pública manifiesta un esbozo de
reactivación con viviendas, rutas y hospitales. Lo que no da buenos frutos es
la puja redistributiva, esa versión descafeinada
de la lucha de clases. Sin motivos –devaluación,
déficit o emisión monetaria- la inflación no da tregua. Los precios
degluten los salarios y cualquier
incremento se desvanece en las compras. Hasta ahora, la angurria desmedida
de los formadores de precios está ganando la pulseada contra el Gobierno Nacional,
impávido ante semejante saqueo
cotidiano. El diálogo no resulta una estrategia adecuada para contener la avidez de estos monstruos.
La economía concentrada en la producción de alimentos no sólo está enrostrando su triunfo monumental en la acumulación
de ganancias, sino también altera la estabilidad democrática.
Después del pedido de la Vicepresidenta,
los monigotes de la oposición se
abrazan a la idea de no incluir el tema de las vacunas en la campaña
presidencial. Claro, Cristina se lo sirvió en bandeja: ante el fracaso de la feroz campaña de los
cambiemitas y sus acólitos mediáticos, mejor
no hablar de ciertas cosas. El oficialismo renuncia a uno de sus mayores logros a cambio de que los agoreros no
mencionen más el tema. Total, ellos pueden sacar de la galera las más
inverosímiles patrañas que, amplificadas
por la hegemonía mediática ilegal se convierten en sentencias lapidarias.
Demasiada benevolencia inmerecida para los
que no tienen piedad; para los que atentan contra nuestra autoestima; para los que han destruido el país y nos han
endeudado de manera implacable y sin necesidad; para los que se burlan de nuestros males y amenazan con
volver para provocar daños mayores.
La oposición amarilla no merece
ninguna indulgencia porque representa
intereses minoritarios que están muy lejos del bienestar colectivo. Ni uno
solo de ellos. No hay halcones ni palomas: son
todos buitres. El oficialismo ha hecho mucho en este año y pico, pero puede
hacer más porque cuenta con el apoyo de
una mayoría contenida que está a la espera de expresarse en las urnas. Una
multitud que espera el abandono de los buenos modales para combatir a los bárbaros que nos quieren pasar por encima.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario