Siempre cabe una reflexión por el
día del Periodista, aunque uno
reflexiona sobre estas cosas todo el año y las vuelca en estos apuntes.
Desde hace más de treinta años enseño algunas partes de esta profesión en una
institución terciaria. Pasan muchos estudiantes por mis clases y muchos de ellos logran insertarse en algún
medio local o desarrollar uno propio. Estos jóvenes colegas meten verdadera
pasión en lo que hacen y construyen la
información con mucha responsabilidad. Ellos entienden que el principal
objetivo es informar, reconstruir un
hecho para conformar un relato periodístico. Con las noticias, el público
tiene algunas de las herramientas para constituir una realidad subjetiva que es
el material necesario para erigirse como
ciudadano. Ese público deposita su confianza en la veracidad de lo que está
consumiendo y de esa manera participa
del universo simbólico que llamamos sociedad.
Estos trabajadores periodistas de
los medios locales se empeñan para hacer su trabajo de la mejor manera, pero eso no evita que el público esté expuesto a
operaciones, falacias y malinterpretaciones que malogran la labor más honesta.
Esta anomalía informativa que contamina el entendimiento nos distrae, porque
debemos gastar tiempo en deconstruir las
fábulas en lugar de destinarlo a la difusión de realidades. Como este
bombardeo de patrañas proviene de los medios hegemónicos, la disputa discursiva es sumamente desigual: un megáfono contra el
amplificador y los bafles más potentes.
Y por si esto fuera poco, gran
parte de lo que consumimos como información nacional se genera en un solo punto
del país. Los siete canales informativos -TN, C5N, A24, Crónica TV, IP, La
Nación+ y Canal 26- son señales que
se emiten desde la CABA. Canales instalados en la Capital Federal que se
pretenden nacionales pero con contenidos absolutamente locales: el
escenario de las noticias es la CABA, el AMBA y cada tanto se “meten en el interior”, que no es más
que introducir algunas localidades de la provincia de Buenos Aires. Lo que
pasa en el resto del país –el interior profundo, que le dicen- emerge cada
tanto cuando promete escándalo y permite estigmatizar o estereotipar a
los ciudadanos de las provincias. Una especie de colonización porteña para
toda la Argentina.
Así,
podemos encontrar que un corte de tránsito en el puente Pueyrredón, una demora
en la línea C del subte o cualquier incidente absolutamente local de la CABA repercute
en todo el país… A tal punto que un habitante de La Quiaca se muestra
preocupado por una ola de robos en el AMBA. De esta manera, la cotidianeidad
de unos pocos se impone para todos.
Pero
casi todos estos medios porteños no sólo nos invaden con sus hechos domésticos,
sino también con su manera alocada de llegar a las conclusiones. Una
forma de pensar las cosas que constituyen un individuo que pone la queja en
reemplazo de la crítica; que piensa que la disconformidad constante es
mostrarse inteligente; que cree que la desconfianza es sagacidad.
Desde
esas usinas –y sólo para poner un ejemplo- se propalaron pamplinas respecto
a las vacunas: que portaban un gen comunista, que eran veneno, que era un
negociado de Cristina; cuando se demostró que la Sputnik V es la más eficiente
contra la Covid, el corifeo mediático opositor arrancó con el latiguillo de
Pfizer al punto de convertirla en la panacea, el maná, la fuente de la
juventud. Hasta podemos encontrarnos con algún transeúnte convertido en un
fan del laboratorio alemán que, hasta no hace mucho, ni sabía de su existencia.
En paralelo, este puñado de comunicadores que empañan la profesión,
convirtieron su campaña a favor de Pfizer en la insustentable conclusión
de “no hay vacunas”, aunque en
realidad, hay muchas. Quizá la cantidad no alcance para una distribución pareja
en todo el mundo, situación muy diferente que decir que no hay. Por eso
refuerzan el desánimo con “no traen
vacunas” o sobreactúan con desdén ante el desembarco de aviones cargados
de Sputnik, Astrazéneca o Sinopharm; también cuestionan que la ministra de
Salud, Carla Vissotti, esté siempre en el aeropuerto. Acá me tomo la licencia
de un contrafáctico: si la ministra no supervisara personalmente la llegada
de los paquetes, también la cuestionarían. Sin embargo, Argentina está
entre los 20 países que más vacunas han recibido y más han avanzado con la
inoculación. Y, por si esto fuera poco, no sólo vamos a producir nuestras
propias vacunas para uso nacional, sino que las vamos a exportar a
muchos países de Sudamérica. Después de haber desinformado y mentido
durante tantos meses, ahora, estos monigotes mediáticos dicen que La Vacuna
no debe usarse como tema de campaña. Esto es enloquecedor.
Este ideario
protestón se emana desde los canales informativos “nacionales” que recibimos
por cable. Lo que más agrava la situación es que esta diatriba hegemónica también
llega a los canales abiertos locales que incluyen en su grilla programas
que se producen también en la CABA, con la misma impronta desinformativa y
con similar mirada antojadiza de las cosas. Programas porteños pensados por
porteños protagonizados por porteños para porteños se retransmiten a todo el
país por canales locales para difundir esta mirada porteña de la vida. Y
no es que uno tenga algo contra los porteños, porque esos canales no
representan el pensar de todos los que viven en CABA, sino el interés
angurriento de un puñado de unitarios; lo que uno rechaza es la invasión, la
colonización que el Estado debería impedir para avanzar en la construcción de
un país verdaderamente federal y más justo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario