Con sus estupideces, Macri logra una inmerecida centralidad. Sus declaraciones siempre carentes de sustento logran –por la negativa- instalarse en la agenda pública. Cuando confesó en la ex mesa de Mirtha que, siendo presidente, terminaba su día a las siete de la tarde para ver Netflix, intentó mostrar algo vergonzante como sentencia ejemplar. Después, en la presentación de su panfleto libresco en Mendoza, señaló a los docentes como “defensores de los miedos a la Revolución Tecnológica”, cuando en realidad son los exponentes de esta derecha rancia y contradictoria los que insisten con la presencialidad en contra de la virtualidad. Y no hay que olvidar que durante su gobierno se interrumpió el plan Conectar Igualdad, dejando abandonadas miles de computadoras listas para distribuir. En los últimos días, su concepción del coronavirus como una gripe más fuerte sólo inspiró un pedido de disculpas en el que redobla sus caprichosas críticas al gobierno nacional.
Cuando Bolsonaro dijo semejante
atrocidad fue al poco tiempo de desatada la Pandemia y la ignorancia, en ese entonces, podía justificarse. Un año después,
no. Insistir con esa idea sugiere
malicia, además de abundancia de veneno. En un intento de auto-exégesis, el
Infame Ingeniero vomitó el rosario de
sandeces propio de los amarillos: “lo
que quise decir es que la enfermedad no se puede usar como una excusa para que
el gobierno avance sobre las libertades
de las personas y avasalle institucionalmente a la república”. En todo
caso, esta observación debería extenderla
a todos los gobiernos del mundo que tomaron restricciones semejantes para
impedir el avance del Covid. No lo hace porque dejaría al descubierto que todo lo que sostiene es una farsa.
Las tonterías de Macri deberían
dejarlo fuera de juego. Cualquier líder de un partido político que derrape tanto con su lengua se convertiría
en un mal recuerdo, más aún después del fiasco –es un decir- de su
presidencia y el chasco de la derrota. Si no pasa eso es porque la protección mediática es monstruosa y
porque aún quedan algunos odiadores que no tienen tabla a la que abrazarse.
Además, este personaje pertenece a una clase enriquecida y poderosa con la
capacidad –no intelectual, sino monetaria- de imponer sus insostenibles ideas como verdades indiscutibles con el
formato de sentido común. Gracias a este discurso hegemónico no sólo tergiversan los significados, sino
también se apropian de las palabras para que no puedan ser usadas en otro
sentido. Con su descomunal poder, esta
minoría dominante nos está robando el lenguaje.
Esta prepotencia re-significadora
nos obliga a evitar aquellos términos que
son sus latiguillos. ‘Libertad’ ya está despojada de su contenido profundo
y colectivo para transformarse en un
privilegio de los individuos “que
tienen la sartén por el mango y el mango también”, como cantaba María Elena
Walsh. ‘Trabajo en equipo’ se convirtió en el
pillaje de una banda de filibusteros. El ‘diálogo’ se trocó en un dictado de órdenes y el ‘consenso’
en el acatamiento dócil. La ‘República’
es el antojadizo espacio institucional a
disposición de la satisfacción de los angurrientos. El ‘cambio’ es la
imposición del neoliberalismo más bestial y saqueador. La ‘democracia’ sólo es válida cuando ganan Ellos. La ‘independencia’
es lo contrario y la ‘Justicia’ su mejor arma de venganza. ‘Revolución’ es profundizar el statu quo. Y el listado es enorme
pero, para no proseguir con ejemplos, son temibles cuando mencionan “la cultura del trabajo”, cuando ellos son explotadores y la
necesidad de recuperar ‘valores’, cuando
los únicos que conocen son los que cotizan en la Bolsa o se pueden amontonar en
guaridas fiscales.
Algunos dicen que las
comparaciones son odiosas, pero los
odiadores merecen algo así. Durante muchos años después de la recuperación
de la Democracia, cuando usábamos la palabra ‘proceso’ fuera del contexto de la
dictadura, teníamos que aclarar que era “en el buen sentido”. Este es el daño que producen las
imposiciones discursivas: el despojo de
palabras. Los poderosos –brutos,
bestiales, ignorantes, maliciosos, egoístas- no sólo usurpan nuestras
riquezas sino también nuestro vocabulario. Si
dejamos que sigan avanzando en esta feroz campaña conquistadora, más temprano
que tarde nos quedaremos despojados hasta de nuestra voz.
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