sábado, 4 de septiembre de 2021

El dolor de ya no ser

 

Evasor, contrabandista, estafador, mentiroso y malvado. Así y todo, se siente habilitado para hablar de inmoralidad. No de la suya, por supuesto, porque su espejo debe funcionar muy mal. Macri es el extraño caso del salvavidas de plomo que se mantiene a flote para sumergir a todos.

En estos días, el ex empresidente Macri estuvo hablando como nunca, a pesar de que no se postula a nada. Con sus dichos logra una centralidad que no merece y que poco beneficia a los pre-candidatos amarillos. A una semana de las elecciones primarias, el Buen Mauricio despliega una andanada ineludible de bestialidades verbales que deja muy mal parado al espacio no-político que lidera. Como su vara intelectual está muy por debajo de la rodilla, replicar sus declaraciones no es ningún desafío y, aunque nos haga perder tiempo, resulta necesario deconstruir cada una de sus declaraciones para que nadie se confunda.

Como su gobierno fue un desastre indefendible, sorprende que le sobre cara para plantarse ante una cámara a dar cátedra. Y da mucha pena el papel que juegan los peleles que lo entrevistan. Y más aún los televidentes que todavía creen en sus balbuceantes y confusos conceptos. El desprecio es su guía y la irracionalidad, la constante. En lugar de gozar su impunidad en un cómodo retiro, se planta como el faro que no es para embarrar con su bilis la escena política. Su última frase traspasó los límites: “o cambian o se van a tener que ir”. La democracia le incomoda, sobre todo cuando no gana.

En un exceso de impudicia, confesó que “estamos en un país en donde para ganar plata hay que evadir impuestos. Una frase que será tan célebre como la de Luis Barrionuevo en los noventa, “tenemos que dejar de robar por dos años para sacar el país adelante”. De ambas máximas se deduce que los más ricos son evasores y, por tanto, ladrones. No víctimas, sino victimarios del padecimiento de la mayoría. Con esto demuele el verso del emprendedor que amasa fortuna con ingenio y esfuerzo que tantas veces le escuchamos recitar. Para ser multimillonario, hay que ser un estafador como él.

La parafernalia de sandeces no se detiene en este sincericidio. Lejos de cualquier autocrítica, se erige como un estadista. El que convirtió la mal llamada doctrina Irurzum en política de Estado, se queja de “la inmoralidad de habernos encerrado” durante la pandemia. Ante la falta de argumentos, apela a la mentira de “la cuarentena más larga del mundo”. Muchos especulamos sobre cómo estaríamos si hubiera logrado la reelección, tentados por los incorrectos contrafácticos. El Buen Mauricio nos evitó el riesgo: “jamás hubiese hecho este atropello a las libertades” y “vamos viendo”, como síntesis perfecta de su compromiso. El que convirtió el ministerio de Salud en secretaría y dejó vencer millones de vacunas, también criticó el plan de inmunización ponderado a nivel internacional. Decir tantas tonterías sin sustento es, sin dudas, adoctrinar a su público.

Para terminar, en un exceso de subestimación hacia sus seguidores, acusó a CFK de no irse nunca del poder. “Ella siguió controlando desde afuera el poder en mis cuatro años, absolutamente todo”, fabuló el ex mandatario. Una frase para diván. Quizá pese el fracaso de no haber podido destruirla, a pesar de todos los artilugios judiciales que inventaron, de la demonización constante hacia su figura, de los prejuicios que alimentaron con millones de titulares y falsos informes televisivos. Esa frase, además de odio, revela impotencia porque Cristina no necesita estar todos los días ante cámaras amigables para conservar su protagonismo.

Y eso no es poder, sino trascendencia. Por el contrario, ella quedará en la historia como la que osó disputar poder a los que se creen dueños del país. Y eso explica tanto odio por parte de los que no quieren ceder un milímetro. Pero algunos no comprenden esta ecuación y se dejan engañar por los que prometen un futuro mejor con las recetas que siempre nos han hundido. Una pena que consideren inmoral a un gobierno que –con lentitud- nos está sacando del pozo y no a los que nos metieron en él.

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