El gobierno se reordena para responder a las urnas. En dos meses debe mostrar la voluntad de convertir las promesas en realidades. Mientras la oposición se envalentona, el oficialismo necesita aprovechar el nuevo aire que está respirando y resurgir antes de ser cenizas.
Después del desconcierto
electoral, el Gobierno Nacional renovó algunas figuras del gabinete para responder a las demandas no atendidas hasta
ahora. La tan cuestionada carta de la vicepresidenta se convirtió en una brújula para retomar el camino.
Aliviar la situación económica de millones de argentinos y frenar el desenfreno de los precios debe ser el principal objetivo de cada medida. Claro que en dos meses no se
puede hacer mucho, pero es necesario mostrar una voluntad que este año estuvo algo opacada. La
pregunta del millón es por qué se
priorizó el equilibrio fiscal al bienestar de los siempre postergados, más
aún si Cristina lo venía advirtiendo desde diciembre de manera pública y en las
reuniones mantenidas con el presidente. Después de lamer sus heridas, el Frente
gobernante parece tomar nuevo impulso, como
si la derrota hubiera actuado como un energizante: como canta Serrat, “bienaventurados los que están en el fondo
del pozo, porque de allí en adelante
sólo cabe ir mejorando”.
Siempre quedará flotando otra
pregunta: ¿hacía falta arriesgar tanto en
lugar de asumir el compromiso votado en 2019? ¿Era necesario mostrarse vencido
para retomar el camino hacia la equidad? ¿O acaso es una adicción de los proyectos populares eso de renacer de las cenizas para hacer más heroico el triunfo? ¿O
será que algunos disfrutan al ver dirigentes y periodistas opositores relamiendo la temporal victoria y
reforzando la andanada de sandeces que recitan a diario? Tal vez algunos
pensarán que mientras más alto sea el vuelo de los amarillos, más dura será la caída.
Pero detrás de estas
especulaciones, hay argentinos de carne
y hueso que la pasan mal en serio. Y son millones, no dos o tres. La
asistencia a comedores comunitarios supera los diez millones, algo inadmisible en un país productor de
alimentos. La comida debería ser accesible para cualquiera y sin embargo,
casi es un lujo. Nutrir la mesa todos los días ha dejado de ser un derecho y, de seguir así, se convertirá en un
privilegio. El Consejo del Salario decidió elevar el mínimo no imponible
que será, a partir de febrero de 33 mil pesos, la mitad de la canasta básica de hoy. Entonces, habrá que pensar
que en estos meses el precio de los alimentos no sólo dejará de subir sino que bajará para amoldarse a esa realidad.
Se adecua el salario a la canasta o la canasta al salario, de lo contrario, seguiremos estando a merced de los
angurrientos.
Y esto está claro desde el
principio. En el discurso oficial está siempre presente el compromiso de
mejorar la vida de los postergados. Máximo Kirchner nos brindó una frase que se puede convertir en bandera:
“los números deben cerrar con la gente
adentro”. La Economía no funciona bien si
la mayoría no llega ni a mitad de mes, por más equilibrio fiscal que se
consiga. Tampoco debemos olvidar que atravesamos una pandemia que aún no ha
terminado y que el Gobierno Nacional ha manejado muy bien. Pero eso no alcanzó para garantizar el bienestar.
Tampoco lo hará el abandono de muchas restricciones, que apenas mejorará el ánimo social. Aunque ahora los juntistas califiquen como irresponsables
las nuevas decisiones –después de marchas anticuarentena, quema de barbijos,
denostación de vacunas y protestas por la infectadura-
esto solo no va a revertir los
resultados.
Tampoco va a sumar mucho la
encendida denuncia del presidente en 76° Asamblea de la ONU. Que haya
calificado como deudicidio el préstamo “tóxico e irresponsable” del FMI y recuerde que gran parte de
esos 57 mil millones de dólares se han fugado puede explicar nuestra crisis de cara al mundo. Pero para adentro no
modifica nada. Si los que tomaron ese monstruoso endeudamiento –que equivale a
lo desembolsado en pandemia a 85 países- no
han tenido consecuencias y se pasean dando cátedra sobre lo bien que han hecho las
cosas, la declaración de principios en la ONU más parece una excusa. Si ese
préstamo histórico que se tomó de espaldas al Congreso y se dilapidó en especulación
es asumido por este Gobierno como una
acreencia que nos condiciona el futuro, ¿para qué denunciarlo como deudicidio?
Alberto en campaña prometía no pagar la deuda con el hambre del Pueblo.
Su discurso en la ONU hace pública la
estafa. Si quiere conquistar el corazón de sus votantes debe transformar sus dichos en acciones que
queden para la historia. Si quiere transformar el país debe dejar de esperar el aplauso de los que siempre
buscan succionar nuestros derechos.
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