Los opositores siguen alelados por los números favorables de las PASO, pero no se muestran tan triunfadores. Como estrategia, refuerzan su treta de no hablar de nada y simular que dicen todo, mientras el Gobierno despliega medidas para demostrar un buen rumbo.
Después del resultado de las
PASO, la ansiedad se acrecienta en
el camino hacia las elecciones generales del 14 de noviembre. No sólo en el
oficialismo, sino también en la oposición, que desearía congelar el triunfo para siempre. Y como presienten que
los números se pueden revertir –aunque sea un poco- aprovechan pantallas y
micrófonos para repetir las tonterías de
siempre y agregar algunas nuevas. Sólo en un canal cómplice la ex ministra de Seguridad, Patricia Bullrich puede
igualar las pistolas Taser con las de
agua que “usan los chicos en carnaval”
sin ponerse colorada y sin que ninguno de los periodistas serios e imparciales realice alguna objeción. O que Beatriz Sarlo niegue el derecho de la Primera Dama a
estar embarazada: "el nacimiento de niños es algo que sucede en todos los lugares
del mundo, pero no con personajes tan secundarios y desvaríos como Yáñez".
Los que se babearon con
la boda real entre el Buen Mauricio y la Hechicera Universal y sonrieron con ternura ante las apariciones
televisivas de Antonia en campaña cuando apenas caminaba, temen que el
nacimiento del Hijo Presidencial incida en los resultados electorales. Claro,
es tanto el desprecio que no se animan a festejar el favorable resultado
electoral que muchos votantes les regalaron sin tener en cuenta la tan pregonada
meritocracia.
Como no
podría ser de otra manera, todo lo transforman en escándalo para seguir
alimentando los prejuicios del público cautivo. La balanza de la
indignación está muy inclinada y los contrafácticos nos tientan a cada paso.
Si hubiera sido una dirigente K la compradora de un departamento de lujo en el
barrio más caro de la Capital, habiendo declarado media casa y medio auto,
con un descuento sustancial y con un préstamo de la propia vendedora,
estarían todos los días hablando de corrupción e incitarían a los buenos vecinos a marchar por las calles
para reclamar su cabeza. Pero como el personaje es María Eugenia Vidal, apenas
lo toman como una travesura. Y eso no influye sólo en la CABA, donde ella
es candidata a diputada: la indignación selectiva es una doctrina que se difunde a todo el país.
Si la foto del cumple irrita más que el endeudamiento con el FMI o si todavía
siguen con lo del vacunatorio VIP cuando Argentina recibió 65 millones de dosis
y ya distribuyó más de 55 millones, el entendimiento de una parte de la
población está más que alienado.
En un
intento desafortunado de difundir buenas noticias, la ministra de Salud, Carla
Vizotti, anunció que el uso de barbijo no será obligatorio en espacios
abiertos y en soledad. Los medios opositores se prendieron del hueso y transformaron la novedad en casi una
prohibición de los barbijos. Algunos peleles amarillos denunciaron como irresponsabilidad
que se abandonen los cuidados sanitarios. Y, en verdad, hay que estar muy
distraído para creer que los que hasta hace 15 días clamaban por la libertad
ahora se preocupan por la salud pública; si hasta quemaron barbijos en la
Plaza, convocaron marchas anti-cuarentena, alentaron viajes al exterior
y pugnaron por los varados. Desalentador que haya un porcentaje de
votantes que se deje manipular con tanta facilidad.
Pero
esto no es todo, por supuesto. Desde el fatídico lunes 13, el Gobierno
Nacional comenzó a reformularse para recuperar el apoyo perdido. Con la
carta de Cristina, el tablero comenzó a acomodarse y desde La Rosada sacan
medidas de una galera que debieron usar antes. Nunca es tarde si resulta
beneficioso para la mayoría que padece carencias históricas. Sólo basta
recordar que cuando Macri perdió en primera vuelta aumentó el salario
mínimo, implementó un bono para la AUH y los estatales, congeló los
combustibles por 90 días, subió el mínimo no imponible, reforzó el
salario de privados con la quita de aportes jubilatorios, suspendió el
ajuste por inflación en los créditos UVA, aumentó las becas progresar y
estableció una moratoria de 10 años para las Pymes sobrevivientes a
su gobierno. Los medios hegemónicos aplaudieron hasta ampollarse
estas medidas que traían alivio para 17 millones argentinos. Eso le permitió
achicar la diferencia de 15 puntos pero no le alcanzó para ganar. Después, devaluó
la moneda en un 30 por ciento para castigar a los votantes desagradecidos y envió armamento a Bolivia para apoyar un golpe de Estado.
Apenas
un recordatorio para que no salgan ahora a calificar de oportunistas las
medidas que tome el Presidente para atenuar levemente la desigualdad que
muchos padecen. Claro, esto puede ayudar a reforzar los números pero no a
encaminarnos hacia el país del que todos debemos empezar a enamorarnos.
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