Desde finales de febrero, la invasión de Rusia a Ucrania –alentada por la OTAN- convirtió en sobrentendido la palabra ‘guerra’, a tal punto que parece la única existente desde hace décadas. Mencionar ese vocablo en cualquier charla cotidiana basta para que los participantes evoquen las imágenes, videos e interpretaciones alocadas que se difunden por los medios hegemónicos. Hasta fragmentos de un video juego fueron analizados por dos periodistas como si formaran parte del conflicto. Cualquier guerra es inaceptable, dramática, cruenta y. sobre todo, innecesaria. La pérdida de vidas deja heridas muy profundas. Todo deja heridas muy profundas cuando estalla algo así.
Tan
grave como todo esto es utilizar un escenario bélico como excusa, sobre
todo por los que siguen expoliando a los siempre vulnerados. El
presidente Fernández anticipó que el viernes comienza la “Guerra contra la inflación”, una manera un poco rimbombante de tomar
las riendas del descontrol de los precios con el que convivimos desde hace
años. En realidad, esta guerra comenzó hace tiempo pero no es la inflación quien nos ataca. Iniciar
una contienda contra algo tan abstracto es señal de que no se tiene bien en
claro quién es el enemigo. La inflación no es una divinidad ni un fenómeno
meteorológico, sino el resultado de una nociva y avarienta acción de un
puñado de privilegiados que se apropia de la dignidad del resto. Si la
guerra no es contra Ellos, estamos condenados a una segura derrota.
Dos
datos pueden aclarar estas afirmaciones. El primero se relaciona con las ganancias
que obtuvo Arcor el año pasado. De acuerdo a lo informado por la empresa de
Luis Pagani a la Comisión Nacional de Valores, más que duplicó el favorable
saldo de 2020, con casi 20 mil millones de pesos, lo que representa más
del 142 por ciento. Una ganancia excepcional que no merece aplausos, sino
una ejemplar condena porque ni el incremento de precios del año pasado ni
la evolución del consumo consiguen explicarla. La única receta para
lograr esta “exitosa” acumulación es el aumento bestial del precio de los
productos que Arcor elabora y comercializa, todos relacionados con los
alimentos. Un abuso inadmisible de apropiación de ganancias.
El
segundo dato se relaciona con la incidencia de los salarios en las
cuentas empresariales. En 2015, el pago de sueldos representaba alrededor de un
20 por ciento y hoy apenas alcanza la mitad. Ese diez por ciento explica una
pérdida del poder adquisitivo del 50 por ciento y para recuperarlo no basta
con que los salarios “le ganen a la
inflación”. La puja distributiva la
ganan los formadores de precios y todos padecemos las consecuencias.
Por
todo esto, el viernes no empieza la guerra
contra la inflación sino una respuesta tardía de un gobierno que confía
demasiado en acuerdos que siempre son pisoteados por los poderosos. No sólo
Arcor, sino también Clarín, Techint, Ledesma, Molinos Ríos de la Plata y todas
las empresas grandotas que operan en nuestro país han comenzado este conflicto.
Cualquier medida que tome el Ejecutivo no debe ser temporal ni dubitativa: ya
no es tiempo de negociar, sino de derrotar a los que nos hacen la vida
imposible, por más amenazas que el Poder Real haga contra la democracia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario