La verdadera disputa se desatará cuando se plantee quiénes pagarán la deuda. Entonces, quedará más claro qué defienden los PRO, los jueces y los medios dominantes: los intereses de una minoría enriquecida a costa de nuestros padecimientos.
El acuerdo con el FMI ya está en
el Congreso para su aprobación, una
batalla que será dura no sólo con la oposición propiamente dicha sino
también con algunos integrantes del FDT. Para
desconocer la deuda ya es tarde, pero siempre es oportuno destacar su
ilegitimidad, su monstruosidad y su inutilidad. En realidad, calificarla de
inútil es demasiado ingenuo: los que la
tomaron sabían de su cipaya utilidad. Las discusiones en el Congreso no
deben pasar por aceptar o no este memorándum de entendimiento sino por quiénes son los que deberán devolver lo que
fugaron. Los entendidos afirman que es “el
mejor acuerdo posible” porque no
incluye las reformas estructurales que siempre perjudican a la mayoría. Y
el ajuste tan temido se aplicará a los
más privilegiados, tal como vienen anunciando algunos funcionarios. Por
supuesto, tener a los emisarios del FMI controlando nuestros números es por
demás irritante pero es la pesadísima
herencia que nos dejó el Infame Ingeniero y el mejor equipo de facinerosos de
la historia.
Los PRO, lejos de estar
arrepentidos por todas las rocas que
dejaron en nuestro camino, están más agrandados que nunca y dispuestos a
volver a ser gobierno con cualquiera de
los monigotes que conforman su staff. Claro, el inmerecido triunfo que
obtuvieron en las elecciones de medio término alimenta el ego de estos irresponsables personajes. Los medios
hegemónicos capitalinos y los clones de todo el país contribuyen a presentarlos
como angelicales paladines de la patria
-por más que sean emisarios del Imperio- y
validan todas las incongruencias que recitan frente a cámara. Y lo peor
–por más incorrecto que esto suene- son
los incomprensibles votantes que bailan al ritmo de las más obscenas
manipulaciones. Quizá hasta estén exultantes porque los juntistas colgaron
banderitas de Ucrania en sus bancas del Congreso y abandonaron el recinto
cuando Alberto recordó que la
investigación por la deuda sigue adelante. No todos se fueron: los que se
quedaron padecieron un bullyng despiadado que está muy lejos del diálogo, el consenso y el “respeto por los que piensan distinto”.
Sin dudas, la lógica odiadora de los macristas contamina a sus seguidores, que
están a la espera de que les señalen el blanco sobre el que atacar: con situar a Cristina en cualquier
hipótesis descabellada alcanza para que la rabia los llene de baba espumosa.
Si presentan una foto de la vice vestida como soldado ruso, por más inverosímil
que sea, por más fallido que sea el fotoshop la toman como real y la incorporan al instante como un argumento válido
para denostar al kirchnerismo. Ya sabemos que la tele tradicional influye
en una porción pequeña del consumidor de medios, pero los mensajes en las redes
se encargan de conducir el entendimiento
de muchos hacia la más absoluta irracionalidad. La suspensión de la venta
de crema o ensalada rusa sobra para
reflejar tamaña estupidez.
La discusión pública está
bastardeada como nunca y ya sabemos
quiénes la han conducido hasta ese lugar. La mentira, la tergiversación y
las más alocadas interpretaciones de hechos inexistentes pululan por todos los rincones y son asimiladas por individuos que se dejan pensar por el discurso dominante.
Si toman en serio a Milei o creen que Rodríguez Larreta es la mejor opción para
presidir el país no es porque estos
personajes sean merecedores de semejante honor. Y para peor, Patricia Bullrich
lidera las preferencias. El blindaje mediático es cada vez más poderoso y
parece que no basta con el desastre dejado por Macri, las revelaciones sobre la
GestaPRO de Vidal ni la CABA convertida en inmobiliaria por Rodríguez Larreta para desalentar a los votantes amarillos.
El panorama parece desolador. Pero siempre hay opciones para escapar del laberinto. El discurso de Alberto Fernández en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso puso el tema de la responsabilidad en la toma de deuda –entre otros temas no menos importantes- en agenda. Sin abusar de ella, la Cadena Nacional es una herramienta necesaria para señalar el rumbo y desenmascarar a los cínicos. Una vez por semana, media hora de discurso contundente puede despabilar muchas cabezas. Y la pauta oficial en los grandes medios destructivos podría ser la clave para debilitar esas vociferaciones que tanto confunden a los argentinos. Tomando las riendas del discurso y convirtiendo en logros las promesas, el camino hacia el 2023 parece más allanado.
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