Una palabra puede transformar nuestra visión de la historia. Ni más ni menos. Y también de la vida en general. Estar cansado no es lo mismo que estar agotado. Jorge Rial podrá afirmar que está en ambos estados. Agotado como que no da más o no puede dar más. El bajo rating baja al gran hermano de Gran Hermano. El relato marcará las diferentes maneras de analizar este hecho. Otras palabras juegan con asuntos más siniestros. Reemplazar “dictadura” por “régimen militar” no es una cuestión simplemente estilística, sino de matiz ideológico. Calificar de régimen militar a una dictadura es instalarla a un paso de “gobierno”, que suena más democrático. Como aproximarla un poco a los límites de lo humano. Humanizar una dictadura es toda una audacia en el actual momento de hermandad que transita la región.
De esa manera, se da por tierra con una frase que en sí puede tener poco sustento: “que la Historia me juzgue”. Poco sustento porque no siempre la Historia juzga y el juzgado tal vez esté muerto para entonces. La Historia juzga el pasado desde el futuro cuando es presente. O algo más o menos así. El que hoy dice “que la Historia me juzgue” sabe que quizá no se juzguen sus actos porque en el presente no se juzgan los actos de los personajes del pasado. Pasado, presente y futuro no son conductos separados, sino que se entrecruzan, mezclan, se entorpecen o aceleran, pero siempre están interactuando para constituirse en algo único.
Podemos pensar en la historia de un país, por ejemplo. Argentina y Chile compartieron dictaduras más o menos a un tiempo, sin embargo, los gobiernos democráticos subsiguientes no tuvieron una mirada similar hacia ellas. En el país trasandino hubo una continuidad entre la dictadura del dictador –para decirlo con todas las letras- Augusto Pinochet y los gobiernos democráticos que se sucedieron, no una ruptura condenatoria, con sus idas y venidas, como en nuestro país. Aunque recién ahora se haya habilitado la posibilidad real de juzgar a todos los responsables de delitos de lesa humanidad, el primer gobierno democrático juzgó a las cúpulas. Después cedió a las presiones para no llegar hasta el fondo. Pero desde el principio del retorno a la democracia se construyó una ruptura con el período dictatorial, salvo en el lapsus menemista, insultante indulto mediante. Los relatos sobre sendas dictaduras difieren entre un país y otro y eso construye distintas formas de ciudadanía.
El Ministro de educación chileno, Harald Beyer, explicó que la modificación corresponde a la decisión de referirse a ese período de la historia con un concepto "más general". “Régimen militar” es más general, por supuesto, que “dictadura”. Aunque el juego de palabras entre “general” y “militar” resulta tentador, es más importante aclarar que los términos generales pierden precisión. Las voces opositoras a la medida no se hicieron esperar. Ahora todo vuelta atrás. Se arrepintieron porque, a pesar de todo lo realizado por los gobiernos democráticos para ocultar la magnitud del accionar de la dictadura chilena, el cambio de un término por otro cayó muy mal. Esas discusiones parecen estar superadas en nuestro país.
Pero no todo es claridad en este lado de la cordillera. Todavía quedan algunos zoquetes que vociferan esas frases paupérrimas como “acá tendrían que volver los…” o “estas cosas no pasaban con los…”. Pero son pocos, al menos los que se animan a decir esas barbaridades ante un público abundante. Otros son peores. Con un halo de intelectualidad, afirman estar luchando –esgrimiendo sus doctas y fértiles plumas- contra un gobierno autoritario que nadie advierte.
“Plataforma para la recuperación del pensamiento crítico” es el nombre de un grupo de intelectuales que quiere erigirse como la voz opuesta a Carta Abierta. “Escapar al efecto impositivo de un discurso hegemónico no es una tarea fácil. Pero es necesario y posible generar una voz colectiva que enuncie este problema y lo transforme en acto de demanda”, anuncian en su primera emisión. Y los intelectuales anti-K continúan así “si algo nos define como intelectuales es pensar sobre el mundo y la sociedad en la que vivimos, poner en cuestión los problemas que nos plantea, promover el debate de ideas, intentar leer más allá de la letra manifiesta y visibilizar lo oculto, tratar de salir de la mera apariencia de los efectos para bucear en las causas que los determinan”. Hasta acá, todo más o menos bien. Pero lo que se nota en la primera carta pública de este grupo de intelectuales es que alzan su voz en defensa de la corporación mediática. Y lo peor es que usan un listado de muertes violentas como excusa para lograr cierta identificación con la sociedad. “Efectivamente, en torno a estos y muchos otros hechos se elabora un discurso oficial que construye consensos, porque aparenta dar cuenta de una serie de necesidades sociales y reivindicaciones nacionales mientras se afianza la persistencia de lo mismo que aparenta cuestionar”. La apariencia que oculta lo que en verdad pasa, algo de lo que se trató en el Apunte anterior, “Amanecer de un año agitado”.
Y el eje de este texto está puesto en el control discursivo desde la hipótesis del gobierno autoritario: “este relato disciplinador y engañoso utiliza la potencia de los recursos comunicacionales de que dispone crecientemente el gobierno para ejercer control social mediante la inducción de mecanismos alienatorios sobre las formas colectivas de la subjetividad”. Impresionante es este análisis de la sociedad realizado por lúcidos intelectuales observadores de la realidad, como se declaran. Y todo esto se efectiviza, de acuerdo a estos alucinados personajes, a través de un programa de la TV Pública, porque es de lo que hablan en la siguiente idea: “cuando desde los medios públicos se utiliza la denigración de toda voz crítica por medio de recortes de frases, repeticiones, burlas y prontuarización como procedimiento intimidatorio y se invalida a esas mismas voces cuando se expresan en otros medios, se produce una encerrona que por una u otra vía sólo promueve el silencio”. Pavada de intelectuales que se sienten seriamente alienados e intimidados por 678.
Hace unos días, un grupo de intelectuales en serio, de los que no se desgranan a los dos días, los de Carta Abierta, difundieron la carta número once, en la que realizan una interpretación de la victoria de CFK en las elecciones de octubre, en el sentido de la reafirmación popular de los logros alcanzados desde 2003. Pero también como compromiso hacia el futuro. Aunque el texto es muy largo, en un solo párrafo, es posible advertir que estos pensadores en contacto con la sociedad que observan, expresan una idea que es en realidad fruto de una construcción colectiva: “si la Igualdad es el horizonte de estas políticas, lo es como igualdad en la diferencia y reconocimiento de la heterogeneidad. Lo es como ampliación de la ciudadanía, que se va desplegando en un recorrido desde la inclusión –con las múltiples estrategias de reparación social– hacia la Igualdad. No es poco lo que falta en este sentido y seguramente nunca el camino estará cumplido. La igualdad en la diferencia debe ser también el signo de una democratización profunda de la cultura, a la que las mayorías tengan acceso, generando disposiciones al conocimiento y el disfrute de lo creado por este país”. En estas líneas es posible advertir otro nivel en la elaboración de las ideas porque es otra la intención, más allá de los gustos.
En ambos grupos hay una puja por el relato, algo crucial en una sociedad. Si no fuera por el relato, el mundo sería una sucesión de hechos caóticos, inconexos, incomprensibles. El relato ordena los datos de la experiencia y construye la realidad. Sin relato no habría más mundo que nuestro entorno inmediato. No sabríamos más que lo percibido por nuestra propia experiencia y nada más que eso. En toda sociedad coexisten innumerable cantidad de relatos, algunos más expandidos que otros. El discurso dominante es el que más se comparte. Los militantes que acamparon en la puerta del Hospital Austral de Pilar en estos días para acompañar a La Presidenta, constituyen un hecho que puede generar distintas lecturas. Puede ser contado como un grupo de manifestantes agradecidos que pretenden dar fuerza a Cristina en este trance o como una caterva de vagos que viven de un subsidio y no tienen otra cosa para hacer que veranear en los alrededores de un hospital. La primera versión tiene el encanto de la mística y el espíritu de una épica; hay un sentimiento colectivo que conmueve, una fuerza que promete. La segunda versión, en cambio, está inspirada en el desprecio hacia la expresión popular. Esta última versión es el relato que siempre han sostenido los que sometieron al país a la peor de las historias, a la destrucción, a la aniquilación, a los índices más escandalosos de desigualdad, pobreza y desocupación. Ahora, los personeros de ese relato quieren volver a instaurarlo con la excusa de defender a los indefensos. Eso sí, envueltos en un inmaculado y límpido manto de intelectualidad.
Formidable publicación que remata, casi, lo publicado durante tantos meses. La Igualdad, esa frase por la que tantas sociedades han luchado por siglos es el eje de este proceso y debe imponerse aunque sea por la fuerza extrema, esa misma potencia que se usó durante tantos años para aniquilarla. Y quien tenga que caer, que caiga. ¡Viva Cristina y Nestor!.
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