Victoria chiquita
ante desafíos enormes
Si uno se pone erudito, el resultado de las PASO puede
analizarse a la luz de las diferencias entre la parrhesía y la retórica. En nuestro lenguaje mundano, sería entre quién dice las cosas como son y
quién pretende versear. El parrhesiasta, según el filósofo Michel Foucault,
confiesa lo que piensa, siente, opina sin ocultar ninguno de sus aspectos y, de
esta manera, pone en riesgo la relación con el destinatario de sus palabras. Porque cuando alguien así habla está
involucrando al que escucha en algo trascendental. El retórico, en cambio,
trata de encantar, de adular al oyente y decir lo contrario de lo que piensa y
sabe, sobre todo si existe posibilidad de recibir el rechazo. El parrhesiasta levanta el velo de lo que es sin importar las consecuencias de su
decir, y quien lo escucha debe tener el coraje de asumir lo que escucha. El
rétor corre un solo riesgo: que dejen de escucharlo. Por eso apela a las
técnicas más seductoras para captar la atención, aunque termine ocultando
cualquier verdad, aunque prometa imposibles, aunque invente realidades
inadmisibles. Mientras el que apela a la retórica sólo busca la aceptación sin
rozar siquiera una pizca de afecto, el
parrhesiasta puede despertar hostilidad y odio, pero también una adhesión
apasionada, indestructible, incondicionada.
El caso Víctor
Hugo Morales vs Héctor Magneto puede pensarse en ese sentido y no es demasiado
difícil reconocer a uno y a otro. La instancia de mediación entre el CEO de
Clarín y el periodista-relator permite entrever las diferencias entre un
parrhesiasta y un retórico, casi de manera didáctica. Víctor Hugo entrega desde sus programas -y en cualquier ocasión- una
autenticidad cercana a la confesión; sus seguidores parecen conocer su
intimidad a partir de lo que revela, hasta se sienten sus amigos; confían en su palabra y en sus puntos de
vista, aunque no coincidan plenamente, porque saben que reconoce cuando se
equivoca. Por eso fue tan acompañado a la contienda y recibió tanto apoyo de
los manifestantes. Decir amor suena
exagerado, aunque se parecía bastante. Magneto, en cambio, sólo fue con sus
guardaespaldas, que, como tales, escondían
cualquier gesto de adhesión hacia el que protegían. Escudos humanos que expresaban
mucha hostilidad. Las palabras del
villano no contienen más que oscuridad, pero se amplifican hasta aturdir, hasta
extraviar toda razón, como las sirenas de Ulises.
Víctor Hugo entró por la puerta grande, sacando el pecho y
poniendo su poderosa voz al servicio de una causa. Sin dudas, parecía el representante de muchos. Magneto entró por un
costado, encorvado, oculto, silencioso. Como una alimaña que busca refugio en
su madriguera. Todos entendemos los motivos de uno. Del otro, no se entiende el
para qué. O sí, pero es despreciable.
Uno dio la cara. El otro se escondió. Uno puso a disposición de la justicia su
parrhesiasta voz. El otro, sin artilugios amplificadores, hizo silencio. Sin micrófonos, uno es lo que siempre es.
El otro, es nada.
No todo pasa por una cuestión de cantidad. Miles de personas
acompañaron a uno y a otro, aunque en distintos momentos del día. A la hora de
la audiencia, una muchedumbre se reunió en torno a una radio abierta, desde la
que se escuchaban emocionadas y ardientes voces de apoyo, cargadas de alegría
por la victoria futura. Unas horas después, también hubo manifestaciones, pero
de carácter disímil. No fue en apoyo de
Magneto, sino una consecuencia de su accionar sañoso. Caceroleros que se
oponen a todo, que viven enojados, que odian sin motivos. Individuos alimentados
por retóricas malintencionadas. Indignados que vitoreaban videos insultantes y
burlones. Ceñudos personajes que
portaban banderas como si fueran hostiles pancartas. Nada más que lo de
siempre.
Analizar los motivos de quienes baten cacerolas es, a esta
altura de la historia, una invitación para recitar lugares comunes. Manipulaciones, omisiones, exageraciones,
predicciones, prejuicios y mucha fobia se conjugan en estos actos tan poco
constructivos. Algunos de ellos saben que se identifican con contenidos engañosos,
algo que resulta funcional a sus intereses. Otros ni se enteran que son
burlados y andan felices por la vida confirmando las más anticuadas teorías
comunicacionales. El resto, lo hace por la mera costumbre de estar en contra. Todos participaron en una discutible
manifestación democrática, a pocos días de las PASO y en medio de un duelo
nacional.
Durante mucho tiempo, algunos de los exponentes de la
oposición se negaron a legitimar la aplicación de la LSCA, aduciendo
generalidades sobre libertad de expresión. Lejos
de acompañar al Gobierno Nacional en el propósito reducir el poder de daño del
Grupo Clarín, se pusieron de su lado para recibir algunas migajas de atención.
En estos días, padecieron las consecuencias de semejante servilismo. Stolbizer
y De Narváez elevaron una queja tardía porque sufrieron en carne propia lo que
antes celebraban. En la imperiosa misión de apoyar a un candidato sumiso y
funcional, el Grupo puso todas sus fichas ignorando a los casi columnistas de todos sus programejos. Como se sintieron ninguneados, ahora parecen comprender el peligro de
tanto desequilibrio mediático. El futuro de la democracia espera que de
ahora en más tomen partido a favor de la disminución del poder de daño de la
prensa carroñera.
Porque durante cuatro años algunos actores se burlaron de una ley elaborada con una
inusitada participación ciudadana. Periodistas, opositores, jueces,
fiscales y abogados que se escudaron
detrás de la hipócrita defensa de las instituciones para pisotear una norma
surgida de esas mismas instituciones. Y acá cierra todo: por eso Magneto
puso en movimiento las ruedas de la Justicia para refrendar su impunidad. En un país normal, un juez le diría “quedate en el molde”. Mejor, en un país normal, Magneto debería
estar entre rejas rindiendo cuentas de los delitos que ha cometido desde la
dictadura en adelante. Pero no. Mantiene intacto su poder material y apenas
vulnerado el simbólico. Que el poderoso personaje se exponga para aplastar a un
periodista, que se sienta amenazado por su palabra, es un indicio de algo cercano a la agonía. Sólo falta el golpe
letal.
La LSCA todavía es una de las tantas deudas pendientes que
tiene la Justicia. Mientras muchos de
los que ahora se han convertido en candidatos coqueteen con su plena vigencia,
el poder del Grupo no será horadado. Algunos prometen derogarla, lo que los
convierte en apologistas de un sistema empresarial que condiciona cualquier
construcción democrática. Si la habilidad retórica posiciona a esa descomunal
cadena de medios como la principal oposición al kirchnerismo, es razonable que
quienes pretenden recuperar la gobernabilidad se cobijen detrás de ella. Eso sí, de llegar a posarse sobre el sillón
presidencial comprenderán –tarde- en qué manos está el poder real. Quizá
entonces adviertan que la reconciliación, la armonía, la unión y todas esas encantadoras consignas sólo son posibles
cuando el poder político somete la
legitimidad democrática a los inagotables intereses de esa minoría angurrienta.
Que el diálogo y el consenso que prometen no es más que una sumisa obediencia.
Ese paraíso que muchos diseñan no podrá ser realidad con
semejantes carroñeros. Los intereses patricios jamás han armonizado con el
bienestar de las mayorías. “Privilegios
o derechos” aparece como un adversativo que sintetiza las disputas futuras.
Dos caminos que no son paralelos. Dos discursos que se acomodan para la próxima
contienda. El decir maravilloso que embelesa
a individuos confundidos o la palabra convencida que conquista a un colectivo
en construcción. Retórica o parrhesía. Esta es la cuestión camino a octubre
y más allá.
Y si le cuento que hable con VHM?, y le dejo un link referente al libro de martin Sivak sobre Clarin
ResponderBorrarhttp://armandovidal.com/administracion/index.php?option=com_content&view=article&id=1324:de-aquel-nino-que-jugaba-en-clarin-&catid=182:sintesis&Itemid=73
Ellibro de Sivak lo leí hace un par de semanas. Aunque es la primera parte de la historia, sirve para comprender la construcción del monstruo. Lo más escalofriante debe ser su actitud en los años de la democracia, como su condicionador permanente.
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